Sigue aquí, mis valedores, la crónica de uno de los tantos accidentes (de los llanos de Balbuena al sanatorio) que sufrió mi don Joaquín de la Cantolla y Rico, globonauta intrépido. Reprimiendo un quejidillo: “¿Y mi globo, doctor?”
Elusivo, el aludido se dio a mirar la gloria de azaleas y bugambilias del jardincillo. Porque el artefacto volador había quedado hecho garras en los llanos de Balbuena, muchas leguas al este de la ciudad. “¿Qué fue de mi globo, doctor?”
– Su artefacto volador salió bien librado; en lo que cabe. Dos, tres remiendillos, un costurón, engrudo…
– No engrudo, doctor: atole, y con el dedo, es lo que usted me quiere dar, mexicano de mí. Mi globo quedó inservible, me da la corazonada…
– Cálmese, don Joaquín; los pucheros no van con sus bigotazos. Los hombres no lloran, nomás pujan, acuérdese.
– Si yo pudiese agenciarme un globo; pero globo, lo que se dice un globo, no mi pobre papalote…
– Pues como no lo importe del extranjero: Francia, Alemania…
– Qué va. Aquí mismo; en México construyen el mayor de los globos, uno monumental.
– Creería, de no verlo ecuánime, que desvaría. ¿Globos en México?
– El mejor. Descomunal. Un señor globo, doctor. Del tamaño de México…
– Desvaría, don Joaquín. Voy a tomarle su temperatura.
– Desvarío madres, con perdón. Ese globo con el tamaño y los alcances de todo este pobre y manipulado país es la selección mexicana de futbol. Mediocridad y masquiña, puro sebo, pellejo y carne de cogote, pero un globo con el que los grandísimos mercachifles mantienen a millones de cándidos así, mire: alelados, pasivos, enajenados y dependientes, almitas herradas por una mediocridad y por una innata vocación de Perra Brava. Ese equipo mexicano sí que es todo un globo, doctor, no mi pobre papalote; ese es el globo mejor echado a volar desde Televisa y TV Azteca, infladísimo por los merolicronistas al servicio de la industria que les paga por manipular a los débiles de espíritu. Ah, caterva de gritones histriónicos, peritos de la estridencia y el alboroto, esos Bermúdez perros. ¿Los ha oído usted? Doctor, ¿dónde está, no me deje hablando solo…
Ahí, jarabe y cuchara al frente, la novicia rechoncha: “Calle, hombre de Dios, que ya comienza el México-Argentina. El doctorcito, gachupín y católico que no fuera, siempre le va a los colores blanco y azul: de La Purísima, del PAN y de los ches maradonas. Allá él; yo esta mañana ofrecí mi triduo y un ramillete espiritual por México. ¡El México del Chicharito, de Chío, de todos los Santos!
– Usted sí ha oído a los Bermúdez perros, ¿no? ¡Pues claro que los ha oído! ¡Los sigue oyendo, si hasta acá llegan sus gritos! ¿No oye ladrar los perros?
– Son los que cuidan el sanatorio. Ladran sí, pero de hambre. Al rato les van a arrojar sus pellejos. A ver, volviéndoseme de espaldas, que voy a aplicarle una cataplasma. ¿Le duele este lado del costillar? ¿Usted a cuál le va? No me diga que a Maradona, porque la cataplasma se la embombillo por el… Ave María, qué pensamientos diabólicos…”
Del matutino: “Por qué, Dios mío, por qué dejan que se desgarren las telas del corazón teniendo que sufrir derrotas tan lacerantes. El director técnico, todo un inepto, y nosotros agonizando de dolor. Si en mi mano estuviera él sería desollado vivo y después… ¡colgado! ¡Colgado, sí, para que vea lo que duele la caída de nuestros muchachos..!”
(Agh…)