Paranoides

Ahora no me refiero al futbol, hoy santo y seña de la comunidad, sino a cierto proceso mental relacionado con el balón que fue para mí  inexplicable hasta que la lectura de  Fromm me explicó semejante fenómeno. Porque en la psicosis colectiva del torneo futbolero escucho y leo las opiniones de analistas que, esté yo de acuerdo o no con sus opiniones, al teorizar sobre asuntos de cultura política, literaria, de finanzas, en fin, manejan la razón y la lógica. Pero de repente, ante el clásico pasecito a la red…
¿Por qué al hablar de futbol esos mismos analistas padecen  extraña metamorfosis que los lleva a adoptar el papel de protagonistas? “Nunca antes habíamos logrado ganarle a  Italia”.  “Nuestra impericia en los tiros penales”. “Nos golearon, cuando debimos ganar”. “Nos faltó actitud, filosofía”. “No supimos aprovechar nuestra localía” (Sic.) “¿Por qué no pudimos golear..?”
A ver. ¿Nosotros, usted, yo, él, ellos? ¿Editorialistas y lectores del diario, conductores de la radio y oyentes, analistas de la TV y masas televidentes ganaron o perdieron, cuando la infinita mayoría de ellos son elementos pasivos que nunca han pateado un balón? ¿Entonces? Yo, aquella extrañeza. ¿Por qué  “nosotros” (y no sólo los alquilones del futbol, sueldos estratosféricos) ganamos, empatamos o perdimos ese encuentro futbolero? ¿Por qué unos entes de razón pueden caer en semejante embuste? Fromm aclara el fenómeno: ello ocurre por uno de los procesos mentales más poderosos y desconcertantes, un acuerdo entre nuestra naturaleza gregaria y la capacidad humana de pensar.  Racionalización, le llama.
El hombre es, en su origen, un animal gregario. Sus actos están determinados por un impulso instintivo de seguir al jefe y de estar en contacto con los otros animales del derredor. En lo que tenemos de borregos no hay mayor amenaza a nuestra existencia que el perder contacto con el rebaño y sentirnos aislados. El bien y el mal, lo cierto y lo falso, están determinados por el rebaño.
Pero no sólo somos borregos. Como humanos estamos dotados de una conciencia de nosotros mismos, de una razón independiente del rebaño. Nuestras acciones pueden regirse por los pensamientos propios, sea o no compartida nuestra verdad. Es así como la brecha entre nuestra naturaleza gregaria y nuestra naturaleza humana, explica Fromm,  “es la base de dos clases de orientaciones: la producida por proximidad al rebaño y la que genera la razón. La racionalización es un acuerdo entre la naturaleza gregaria y nuestra capacidad humana de pensar. En cuanto somos borregos nuestra guía principal no es la razón, sino la fidelidad al rebaño. Esclavitud o libertad, he ahí el dilema.
Ahora entiendo la metamorfosis del hombre de razón en futbolista virtual. El rebaño impone la “verdad”, y su “verdad” convence al individuo, y de muy buena fe lo lleva a protagonizar espejismos de encuentros futboleros.  Es la hora en que todos, incluyendo a analistas y comunicadores, “ganamos” los partidos, “los empatamos” o “los perdemos”. Nosotros; la “verdad” del rebaño.
Pues sí, ¿pero al rebaño quien, quiénes le imponen su “verdad”? Mis valedores: escuchen allá afuera la voz pública de analistas y masas populares. Oiganla, léanla con atención. Allá todos andan enfervorizados (yo no, que me sustraigo a la “verdad” del rebaño). En radio, prensa, TV, todos andan a estas horas  pateando el balón y ganando, empatando o perdiendo encuentros virtuales de futbol. “¡Metimos el gol del honor!”  Ah, masas. (Seguiré con el tema.)

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