El hincha, mis valedores. A decir del estudioso, el tal no razona, se limita a sentir a su club. El hincha es dogmático. Cree porque cree. Su raciocinio rudimentario escapa a la gravitación de otra fuerza que no sea su ciega pasión por su club. El hincha padece de un sentimiento de inseguridad y una carencia de identidad que lo lleva a buscar por sobre todo la tranquilidad emocional otorgada por su total dependencia e identificación a un grupo determinado sin preocuparse por el contenido, a la vez que considera la no pertenencia a ese grupo como fuente de desdichas. Cuanto más cerrado es el círculo más inflexible es la repulsa a todo aquél que no pertenece al mismo.
A propósito, y como para ilustrar lo dicho, va aquí El hincha, que tal es el título de algún relato (¿lo conté alguna vez?) que firma el escritor argentino Mempo Giardinelli, que hoy, todavía impresionado con la pasividad, enajenación y dependencia de unas masas delirantes de pasión ante un equipo tricolor con vocación de mediocre, de acomplejado y de perdedor, juzgo que viene como dedo al anillo (mal se oyó, que es al revés), porque delinea el retrato hablado –escrito- del fanático de un equipo de futbol. El hincha, sí, no ese espontáneo que a la manipulación patriotera del cinescopio experimenta un tan repentino cuanto pasajero fervor por el torneo internacional, sino uno que nació con vocación de Perra Brava, hombrecillo que a lo terco dedica toda una vida de fidelidad a la veneración del equipo de cuyos triunfos y fracasos se erige en héroe por delegación.
Al tal me refiero. De ese barro fue modelado un Amaro Fuentes, el protagonista de El hincha al que Giardinelli trata con admiración y yo leo con la lástima que me produce cualquier pobre de espíritu.
En fin, que impresionado todavía por desarreglos, desfiguros y demasías que el rodar de un balón ha provocado en ciertas masas que así se dejan enajenar, va aquí, por que nos miremos en tan patético espejo, y tal vez queramos, podamos reflexionar, lo esencial de El hincha, que arranca con la noticia: “El 29 de diciembre de 1968, el Club Atlético Vélez Sarsfield se clasificaba campeón nacional de fútbol. A la memoria de mi padre, que murió sin ver campeón a Vélez Sarsfield”. Y el inicio del cuento:
“¡Goool de Vélesársfiiil! –gritaba Fioravanti. (Aullaba el tal. Conozco su pinta.)
– ¡Gol! ¡Golazo, carajo! –saltó Amaro Fuentes frente al receptor.
Avecindado en Asunción y nostálgico de su Buenos Aires, con el paso de los años se tornó un solitario, aferrado a una sola ilusión. La vejez le cayó encima con el malhumor, la debilidad de su vista, la pérdida de los dientes, la artritis. Como nunca había ahorrado dinero ni había sentido jamás sensualidad alguna que no fuera su amor por Vélez Sarsfield, su vida continuó plena de carencias “Su cuerpo lleno de arrugas, su pasividad, su estoicismo, su mirada lánguida y esa pasión velezana que se manifestaba en el escudito siempre prendido en la solapa del saco…”
Y que el campeonato era el único sobresalto que esperaba de la vida monótona “que sólo se justificaría si Vélez salía campeón”. Y el bloque final del relato: “¡Goool de Vélezsársfieeel..!
Amaro, llorando, sintió que jamás nadie había interpretado tan maravillosamente como Fioravanti la emoción de un gol. Vélez se clasificaba, por fin, campeón nacional de fútbol. Pocos segundos después de ese cuarto gol, cuando estaba por finalizar el partido, Amaro estaba de pie. (Lo mejor, en el próximo.)