Migajeros

El clásico pasecito a la red, mis valedores, esa locura colectiva mañosamente inducida por los logreros de la televisión. Que el sábado anterior, como en encuentros previos, el Tricolor se exhibió de  irremediable mediocre con su futbol de masquiña, de pacota vil. ¿Y? ¿De sus millones de fanáticos quién le está exigiendo calidad? En este país la reacción de un enajenado del futbol es la del esperanzado de cada seis años, siempre  renuente a pensar: bueno, sí, el presidentito este valió pura madre, pero a ver si el próximo. Esas  ganas de creer. (Véanse en ese espejo.)
Abandonados, desatendidos por el gobierno, los pobres han caído en manos de la televisión.
“Más allá de lo estrictamente deportivo (Ponce Bustos el pasado lunes), este evento tiene implicaciones económicas muy importantes, de distinta índole”.  Que se van a adquirir nuevos televisores y a consumir más Coca-Colas. ¿Y el consumo del licor? ¿Y el incremento en el número de  borrachales?
Muy cierto: que el futbol es rey, dios,  dictador,  emperador, moral, enfermedad, negocio y política. Todo, menos un deporte. Quién podría imaginar la alucinación colectiva que significa meter en un mismo recipiente un kilo de café, una virgen de marco dorado, una pobreza creciente, un gobierno opresor y un balón, todo ello manipulado hasta el punto del delirio colectivo en el calor de los tristes trópicos.
Leo Zuckermann: “La televisión ha convertido el futbol en una gran telenovela. Cada equipo es una telenovela. Es una historia interminable sin final feliz o triste. Hay momentos de alegría eufórica y de angustia depresiva. La historia de siempre continúa…”
Aquí, la certificación. Aquella vez el Tricolor fue vencido (un penal), y más allá del ridículo, el merolicronista derramó sus lágrimas de glicerina: “Los dramáticos perfiles del futbol -triunfo y derrota, sudor y lágrima, plenitud  y sufrimiento- se sucedieron ayer, como el deshojar de los árboles en el pálido otoño (bájale). Crepitación de anhelos y angustias, clamores rotos por la emoción, sentimientos tan claros como el agua y tan profundos como el abismo; voces argentinas y cascadas en un mismo orfeón; el penaltie, verdugo implacable; el gesto del vencedor, el visaje del derrotado; la tristeza, mohín insoslayable; el gol, ese martillo que hecho grito penetra el cielo. En los jugadores distinguí una lágrima… (mira, mira.)
La pasión inducida no tiene noción del ridículo:  “Intercesión divina. El Niño de los Milagros de la iglesia de San Miguel Arcángel, en Tacuba, es el jugador número doce de la Selección Mexicana de Futbol. Una playera verde, short blanco, calcetas rojas y tenis fueron confeccionados para vestirlo de seleccionado”.
Sin noción del ridículo: “A casi 200 años del movimiento encabezado por Miguel Hidalgo, con el estandarte de la Virgen de Guadalupe por delante, los cruzazulinos siguen su ejemplo para vencer a sus rivales. La unidad, la fe y la solidaridad se debió en gran parte al catolicismo que practican y su creencia en la Virgen Morena. ‘Como todos los mexicanos, nosotros somos guadalupanos’. El gol regresó desde que la Guadalupana está formada entre ellos al entonar el Himno Nacional. ¡Cruz Azul llegará a la final gracias a la Virgen de Guadalupe!”
Pero lo grotesco no es monopolio del Cruz Azul:  “Esperamos que Dios sea atlantista”. El Atlante fue vencido por el Santos, cuyo entrenador: “¡Dios sí existe. Dios está con nosotros!”
El testimonio del “hincha”, mañana. Estremecedor. (Júzguenlo.)

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