El futbol educa a las masas para la pasividad, para la enajenación y la dependencia, para la no acción, la no participación en la vida pública.
Esta vez la psicosis colectiva del clásico pasecito a la red, ese fanatismo inducido desde el cinescopio o la pantalla de plasma por un mañoso Sistema de poder que así mantiene a las masas domesticadas en la ignorancia, la pasividad, la dependencia y la mansedumbre (y al fin de todo, el licor.) Quién pudiese imaginar que con un nivel de juego así de mediocre, que con semejante futbol de masquiña se lograse trastornar a una Perra Brava amansada y aborregada, cruel contrasentido, frente a la voz de su pastor, un merolicronista histriónico que a alaridos, como a jeringazos de viagra, mantiene erguido el fervor del rebaño: ¡Y goool..! (Salucita.)
Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas como hablarían de una escuela pictórica, pero no debemos engañarnos: tan sólo se trata de crear una seudo-cultu7ra basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Simulan un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego.
Y ahí ese delirio popular que, a decir psicólogo social, es el arma de los impotentes, que cuando despierta en alguna parte del mundo es para anunciar crisis, miseria, desprecio por el humano. Lóbrego.
Lágrimas de glicerina en la página deportiva:
“Manojo de interrogantes bañado por la cristalina corriente de la esperanza… Dubitativos, los verdes han causado enfado… y triviales, conducen a la angustia… Y válgame Dios, que de ahí al llanto existe sólo una lágrima… (Mira, mira.) El director técnico tiene fe y la distribuye… con palabras que desbordan las márgenes del río de la seguridad para bañar las riberas del optimismo. Se sueña con el gol. Está por venir, confiamos, un instante de luminosidad…”
Y dóciles hasta la abyección, unas masas con vocación de Perra Brava van a caer y recaer en los alaridos del histrión merolicronista que, alquilón del Sistema, convierte al fanático en “héroe por delegación”. ¿Los del poder, entretanto? Ellos no son aturdidos; ellos practican el deporte: gimnasio, natación, equitación, tenis, cricket, polo, golf, en fin. El futbol como espectáculo se destina al asalariado, donde sólo juega el papel de mirón, como espectador de hazañas deportivas ajenas. Y a gritar con el merolicronista; a soltar alaridos en el graderío del estadio, uno de gratis y el otro con cargo al patrocinador, que ya habrá de desquitarse cuando vayamos al “super”. Mis valedores…
En la pasión que hierve en los estadios de futbol entran en combustión, íntegras, todas las fuerzas de la personalidad: sangre, “religión”, vísceras, política, represiones, nacionalidad y estrechos nacionalismos, amazacotados con frustraciones y aborrecimientos, odios y amores fallidos y anhelos de éxitos imposibles, todo en los límites del delirio en la monstruosa fisonomía pasional de cien mil seres encapsulados en un estadio de futbol. Lo asegura el psicólogo social: el deporte, en el sentido de espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita, cuando menos, una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad, heroísmo, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.
Patético. (Sigo después.)