¡Que se cuiden las espaldas esos perros, porque mañana, y hoy mismo, el muerto será uno de ellos! ¡El pueblo tiene licencia para machetear a cualquier militar, policía o granadero!
Ese era el grito de exasperación que lanzaron los pobladores de Atenco aquel cuatro de mayo del 2006, cuando sólo bastaron el comercio de unas flores, una pradera reseca y la chispa repentina para incendiar una hoguera cuyo rescoldo aún no cesa. Recuerdo, a propósito, el caso de Tejupilco, Estado de México, con la foto del hombre que camina por alguna de las calles del caserío como un paisano cualquiera de cualquier poblado de mi país. Pero no…
Pero no, que detrás del nativo se observa un fondo de humazo y llamas, destrucción y sangre derramada: dos policías y un civil muertos y más de 60 heridos, saldo del enfrentamiento suscitado entre miembros de seguridad pública del Estado y militantes de algún partido político que protestaban contra el fraude electoral y mantenían un plantón frente al palacio municipal…
En la foto, un edificio en desgracia: puertas desencajadas, macetones quebrados, vidrios hechos pedazos y por el suelo semejante regazón de piedras, ladrillos, garrotes, cuajarones de sangre oreada. Atenco, Tejupilco, Mineros de Cananea, Sindicato Mexicano de Electricistas, desempleados. México.
Tres fotos más certifican la violencia del choque entre pueblerinos y granaderos que arruinaron el inmueble municipal. El del arma en la diestra va caminando y se mira dispuesto a todo. Pacífico desde el estallido de 1910, cuánto lo habrán azuzado para que haya estallado, por fin, en Atenco, en Tejupilco, en qué sitios más. Cuántos sexenios de corrupción lucrativa e impune, cuántos gobiernos adversos al paisanaje, qué de promesas siempre incumplidas, qué de agravios no habrá tenido que cargar el paisano sobre los lomos para que, de repente, se haya decidido a afianzar esa 22 de cañón recortado, y ande a estas horas con la sana intención de no dejar gobernante títere con cabeza..
Por lo pronto, lástima, ya sembró en el camino a ese de uniforme, polainas, casco y garrote de granadero. El de las fuerzas represivas ahí quedó, boca abajo, en un charco de sangre, y qué coincidencia: el victimado pudiera haber sido, él también (morenillo, lampiño, jetón, quizá un diente de oro) pariente cercano del victimario. Miro la foto. Entereza sombría, sobrecogedora, la del paisa de Tejupilco, la del atenquense, ¿la del electricista arrojado a la calle? Pienso…
¿Durante cuánto tiempo podrán todavía los sobrones del gobierno mantener a raya la iracundia del de Tejupilco? Y de no creerse, mis valedores: solo y su alma por la calle, el morral al hombro, se advierte tan manso el paisano. Pero no, que cuando ya le colmaron la medida cuidado, que en el mapa nacional hacen guiños ominosos los focos rojos. Cuidado. Las armas nos dañan a todos y no son la vía de ese cambio que nos urge a las masas. Cuidado. Mis valedores…
Miro la foto del granadero muerto en Tejupilco, y me quiere doler. Pero observo a aquel otro de las botas cuarteleras cuando descarga el brutal toletazo en los lomos de la mujer del rebozo. Ella, tan joven, tan delicada Y entonces, pues…
San Salvador Atenco, Cananea, Sindicato Mexicano de Electricistas, Tejupilco. La pradera está seca. ¿Y nosotros? ¿Viajando a Washington? ¿Brindando porque la “ridícula minoría” del narcotráfico se está eliminando a ráfagas de metralleta? El hombre de Tejupilco se advierte exasperado. Y a punto de echar a andar. (¡Cuidado!)