Del éxodo y el llanto

Estoy mirando en las fotos niños de ayer que hoy son ancianos y ancianos que hoy son sombra, polvo y un persistente recuerdo. Telón de fondo, la imagen imponente del navio Sinaia, que en mayo de 1939 nos trajo a la flor y el espejo de una España que tras la masacre de la República se moría de la otra mitad, como dijo el poeta. Semejante arribazón de trasterrados iba a insuflar una bocanada de oxígeno fresco en las artes y las ciencias, las letras y la industria editorial, y los centros de estudio, la arquitectura, la filosofía y la política, las finanzas, los medios de producción, el teatro y el cine, en fin. Iba a ser Lázaro Cárdenas, quién si no él, el varón de virtudes que tendería a los vencidos sus dos manos para entregarles una patria nueva, que todos ellos supieron honrar. Con nostalgia, por supuesto, con tristuras por la patria ausente. Hoy, a 70 años de la desgajadura y el encuentro con México, aquí memoria y lastimaduras de los poetas del exilio que vivían arrimados a la advocación del desastre, los adioses, el Sinaia, la diáspora. España, la otra mitad…

Hoy, dije a ustedes alguna vez, los poetas de entonces están ya muertos, o casi; muertos lejos de Madrid, Calanda, Villajoyosa, Montiel pero su voz poética está acá con nosotros y acá se nos queda, y de ella espigo estos fragmentos en los que, frente a un retorno por entonces imposible -que aún existía aquel generalísimo de todas las Españas, por la gracia de Dios-, vislumbraban su querencia, «la del éxodo y el llanto». Hoy, a tantísimos años, esa su voz. Océanos, tierra y derrotas de por medio, Juan Domenchina y la ausente presencia de Madrid:

«Cómo me dueles y me sobresaltas -en ti y sin ti, por próximo y distante – Cómo te llevo a mal traer, errante; – cómo mis brincos de ternura saltas. – Cómo te siento aquí, porque me faltas – y allí en tu estar y ser, tierra constante – donde se llenan de tu luz radiante – los días, y las noches son tan altas…»

Los campos de Castilla, en la añoranza de Ernestina de Champorcin «Te sueño con palmeras y un cielo sin celajes – cristal inconmovible de insólita pureza – espejo sin ternura donde apenas tropieza – algún árbol reacio a todo vasallaje…»

Gente, hontanar y raíz que atrás se quedaron a la hora de la desbandada, Ra­fael Alberti: «¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis – con tan despavorido pensamiento – y en aterrado y silencioso viento – sin sonido mi nombre pronunciáis…?»

Luis Cernuda, poeta dulce y blasfemo, amante de su distante España hasta los entresijos del tuétano: «¡Si nunca más pudieran estos ojos – enamorados, reflejar tu imagen! – ¡Si nunca más pudiera por tus bosques – el alma en paz caída en tu regazo – soñar el mundo aquel que yo pensaba – cuando la triste juventud lo quiso! – Tú nada más, fuerte torre en ruinas – puedes poblar mi soledad humana.»

Pedro Garfias, poeta mayor, un mísero destino y una vida arrastrada: «Tus cordilleras de salvaje aliento – tus íntimas, profundas, dulces vegas – tus eriales rutilantes al sol – como medallas de tu pecho presas –     y tus altos castillos apoyando – en tu bastión, una vejez sincera – mirando eternamente, España mía, – sobre la palma de mi mano abierta…»

Y así también Agustí Bartra, Nuria Parés, Luis Rius, Emilio Prados, Moreno Villa, tantos. Hoy, a 70 años de la humanista decisión de Cárdenas, cuánto se antoja decir sin ruido, de pensamiento adentro, esto de un León Felipe que murió sin volver a lo que vivió añorando aquí, en esta ciudad capital, allá por los rumbos del Centro Histórico:

«Cuando me pongo a pensar en este viaje largo que voy a emprender dentro de poco – me lleno de una ruidosa alegría (…)

– Cuando el hombre se muere – al cerrar ya su ciclo – vuelve siempre a la misma cámara oscura de donde salió – y al mismo agujero de la tierra – al mismo alvéolo de la carne que le dio a luz… – Una sepultura no es más que una matriz – y la tierra, la más grande de todas…

A tus entrañas vuelvo, Madre – Sin pasaporte voy – Sin documentos ni fronteras (…) – Que ya no quiero más que esto: – volver a las primeras sombras de mi cueva materna – y al pozo profundo de mi huerto familiar – cuyas aguas antiguas tienen las mismas sustancias que mi sangre…»

El español del éxodo y el llanto; el poeta de la memoria y la nostalgia de la raíz. Domenchina, Garfias, Cernuda León Felipe. Tantos. Hoy, aquí, a 70 años, su voz y su nostalgia. (A su memoria.)

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