El destino del hombre, mis valedores. ¿Qué es el destino? ¿Una predestinación, que decían ciertos filósofos de la Antigüedad griega, con la Moira, Atropos, Cloto, y Laquesis vigilando la ruta del hombre desde que salía del vientre materno hasta que ingresaba al vientre de Gea, la madre tierra? No, que el hombre modela su propio destino, pero basado en elementos previamente existentes, dice el psicólogo, y el filósofo: «Yo soy yo y mi circunstancia». Yo, de mí, digo: soy yo, mi circunstancia y mis decisiones, esas que en el uso de mi libertad con cargo a mi responsabilidad tuve y tengo que tomar desde que adquirí el uso de mi razón hasta el día de hoy. Acertadas unas y equivocadas las más, tales decisiones han hecho de mí el amasijo de elementos contradictorios que soy hoy día. Por vía de ejemplo va aquí la determinación que tuve que tomar en mis años muchachos y que iba a marcarme rumbos, estilos y formas de ser para toda la vida. Fue así:
Payo pobre entre los pobres de aquel villorrio pobre, con mis ocho años sobre los lomos y en la diestra los cuadernos del tercero de primaria deambulaba por alguna de las calles (había tres: la de arriba, la de abajo y la calle nueva o calle mocha, según), cuando en eso veo que se me acercan dos mujeres con aspecto de fuereñas y vestimenta monjil. Se frenaron, me miraron, me observaron, me abordaron, y ahí fue de las muchas preguntas sobre mis gustos, aficiones y devociones, para terminar con aquella proposición que para mí fue una bomba iraní o de Corea del Norte:
– Dios te requiere para su servicio.
¿Que qué? Yo, enamoriscado de una que era la niña de mis ojos, ¿con vocación de cura? Pero no de un curita de pueblo, cura miserito, no, sino de monje, ni más ni menos. Un monje capuchino, flor y espejo de la orden de Francisco de Asís. Haya cosa, como allá decimos…
Y que meditara si aceptaba el convite de Dios o rehusaba. «Nosotras vamos al templo, y al regreso nos comunicas tu decisión». Que de ser afirmativa las llevase con Tula y Juan para recabar su permiso. «La salida a México, la capital, es mañana».
En mis manos la decisión Dios, allá arriba, nomás mirándome. De mí, y sólo de mí, dependía que aguardase a las monjas o correr a refugiarme en la casa y cerrar la puerta, donde ni Dios me pudiese localizar. Y qué hacer, qué decidir cuanto antes, Dios. Ahí me quedé, estacado, engarrotado en el quicio de la puerta que daba al rastro municipal, y aquel escalofrío, y la boca reseca, y los calambres de mediodía para abajo (abajo del cinturón). Yo, que nunca me había alejado tres leguas del caserío, ¿viajar a México? ¿Yo, hacerle al monje? ¿Qué desaforado animal me golpeaba los costillares? ¿Taquicardia? Un impulso forzábame a huir y otro, cerrando los ojos, a pescarme de los tres pelos de la fortuna, y echarme a volar por encima de aquella vida arrastrada de niño pobre entre pobres, y como pobre, discriminado, que esa conducta es feroz en mis andurriales. Yo, los ojos pelones, me frotaba las manos, me las retorcía, y ya iniciaba la huida, y ya me lograba detener, y esas ganitas de desaguar, y esas… y el temor a la presencia inminente de las monjas, sin menospreciar la de Dios. Cerré los ojos. Remaché los párpados…
Cuando los abrí, ya andaba pisando Mixcoac, rumbo al sacerdocio. Terminar la primaria, iniciar estudios superiores, y que ahí se entremete la Moira y me plantea la decisión personal: ¿tenía yo vocación para sotana y bonete, o puro bonete de vocación? ¿Abjurar del demonio? Asunto fácil ¿Del mundo? Más fácil todavía. ¿Dejar la carne, y no para hacerme vegetariano sino casto per sécula seculorum, yo que traía en mis sueños a esa de mi edad a la que recordaba ofreciendo flores en un mes de mayo?
Y acá estoy, ya perdonado de Dios; ando en el mundo, con el demonio adentro y la carne en sancocho. Ruda decisión la de traicionar el «llamado de Dios» y exponerme al castigo divino, pero suertudo que soy: en el seminario aprendí dos asuntos vitales: moral y gramática En ésta aprendí a distinguir entre lo perfecto y lo que tan sólo es pluscuamperfecto, y en moral lo que a juicio de la conciencia es bueno, sin más, y lo que es malo. Sin medias tintas, sin justificaciones, sin matices, sin más. Si yo bribón, no por ignorancia
Con el diario vivir, el decidir diario. Decidir mi vida en pareja, decidir que conmigo nunca iba a poder el licor, ni el tabaco, las grasas, los sebos, las aguas negras, la cooptación del gobierno. Pues sí, pero ahora, de pronto…
Rajueleo, de plano. Me rajo, porque el dilema me friega mi sueño y mis sueños y no sé qué decidir: ¿por cuál de tales redrojos, por cuál de tales bagazos humanos, por cuál de tales irremediables mediocres he de votar el 5 de julio? (Dios.)