Así pues, mis valedores, se celebra en esta ciudad la XVII Conferencia Internacional sobre el Sida. A propósito, el Jefe de Gobierno del DF presentó el Programa de prevención y control del VIH/sida, con el libro de texto sobre sexualidad que dará a conocer esta misma semana y la repartición de 10 millones de condones «a pesar de los grupos de la Edad Media que andan sueltos y se oponen a su uso».
«¿El condón? ¿Para qué el condón?, preguntan voceros del alto clero. ¿Para seguir buscando el placer por el placer mismo? ¡Eso está fuera de las enseñanzas de Cristo! La Iglesia rechaza el uso del condón, pues esto lo que hace es hundir en el fango a la juventud, en lugar de darle la mano a los jóvenes para que salgan del lodo».
Las opiniones de José Melgoza, cuando obispo de Cd. Netzahualcóyotl:
Me indignan las promociones que se han hecho para el uso del condón. Eso es darles a los jóvenes los medios para que se sigan revolcando en el lodo…
Mientras tanto, en la lucha contra la pandemia del Sida miles de representantes de 188 naciones del orbe analizan el único padecimiento que, en afirmación de Edgar González, coordinador de la Conferencia, «devasta al humano porque el diagnóstico de la enfermedad casi siempre conlleva aislamiento, depresión de quien se ve como un condenado a muerte».
Una muerte que se inicia con la muerte social, y lo preocupante: que la ciencia comienza a rendirse frente al más delicado de los problemas que enfrentamos hoy día, porque «ni la peor hambruna, ni la peor recesión ni el peor padecimiento tienen el lugar que el Sida en la agenda mundial». Y es México, después de Brasil, el país puntero en nuestra América respecto a los pacientes de Sida. Se escandaliza cierta funcionaría de Córdoba, Veracruz:
Estoy aterrada y preocupada por el avance de la epidemia del VIH/sida. ¡Ni un homosexual más en las calles de la ciudad, ni mucho menos en bares y cantinas! Me produce asco y profundo disgusto la presencia en la vía pública de esos miserables indeseables…
Pero es que la enfermedad afecta no únicamente a «esos miserables indeseables» ni sólo al heterosexual joven o adulto, sino a los migrantes que regresan a sus lugares de origen e infectan a la mujer, y ésta a la criatura por nacer, sino también a los viejos que para mantener su vida sexual activa se encomiendan a la advocación de la pastillita azul, la cafecita, la de algún otro color. Y el Sida sigue su avance al ritmo de 150 mil nuevos casos por año, cifra optimista, porque a saber cuántos miles más sean los infectados que no lo saben o deciden no sujetarse a tratamiento alguno. Y los jóvenes…
Que una cuarta parte de los pacientes fueron infectados antes de cumplir los veinte años. Y el alto clero a rasgarse sotanas y capas pluviales:
– Usar preservativos y seguir haciendo el amor. Esto continúa siendo el método de nuestras autoridades. ¡Eso es una barbaridad! Intentan proteger la salud promoviendo el vicio. El abuso del sexo es el que se ha convertido en un problema no de salud, sino de moralidad pública. Y ahora convierten en héroes a los enfermos de Sida. La Iglesia rechaza el uso del condón, fuente de prostitución. Ni condón ni homosexuales. La homosexualidad es un verdadero crimen, y la Iglesia Católica rechaza tanto a los homosexuales como el uso del condón, fuente de prostitución».
A propósito: para usar los conceptos de Cristo, que el clero católico trae siempre a flor de sermón, de memoria repito lo que afirmó ese Ungido que hace siglos privatizaron Constantino y la iglesia católica:
«¡Ay de aquel por quien viene el escándalo! ¡Más le valiera que le aten al cuello una rueda de molino y sea arrojado al mar…!
El escándalo. Hace algunos ayeres el reportero se acercó a José Ulises Macías, por aquel entonces arzobispo de Hermosillo, Sonora:
– Señor, es bien sabido que en México existen muchos curas pederastas, y que su conducta es motivo de escándalo entre sus feligreses, ¿Estos curas usan condón…?
Indignado, el arzobispo, sin aludir al condón: «Sí hay curas pederastas en nuestro país, claro que los hay. ¿Sabías tú que no somos ángeles? Aunque hombres de Dios… ¡también somos hombres, muy hombres!»
Pero muy hombres de Dios, ¿no, monseñor? (¡Dios!)