El crimen mayor que pueda perpetrar el humano nunca se equipara al de quienes, por ello, le quitan la vida…
Mis valedores: yo tengo una única hija. Mayahuel, ella tan hermosa que en ratos creo que lo hace a propósito. Como hija que es de su padre resultó también fabulista; cuento, novela, ensayo, todavía inéditos. Yo, a la inminencia de la nueva atrocidad perpetrada por una cáfila de vengativos con careta de justicieros, ello ante un mundo que ha extraviado el valor de la vida, obtuve de Mayahuel un relato suyo sobre el condenado a muerte. Aquí está.
«Disfruto la cena. Nunca había comido camarones. Al ajo, con aceite de oliva. No era como el de cártamo que mi madre utilizaba para las fritangas. Buena cocinera mi madre. Todavía de las mujeres que eran dueñas de su casa. En sus hijos ejercía ministerio, y el marido sólo le daba el cheque mensual. Mi mujer no es así: trabajó desde muy joven y nunca dejó de hacerlo… nunca ha dejado un día sin trabajar.
Todavía faltan horas. Me gustan los libros. No preguntan, responden, y yo ya no quiero preguntas, repetitivas hasta que la pregunta se vació de sentido. La respuesta es cualquier cosa, e inútil para despejar dudas.
Aún faltan horas y puedo leer lo que me falta para no perderme el final. Cuando termine la lectura será la hora en que llegue mi familia. Nos reuniremos y platicaremos sobre las calificaciones de los niños, el frío que ha pronosticado el meteorológico -ya no más abogados-, y los asuntos pendientes. Seremos muchos en la reunión porque tengo una familia numerosa aunque, lo sé, hoy la mayoría no querrá verme. Reunión de circunstancias. Contra su voluntad.
Miro el reloj: ya falta menos. Mis familiares ya vinieron, se despidieron de mí. Yo me despedí de ellos. Se han ido. En estos años he aprendido a no afianzarme a las cosas ni a las personas. He leído mucho la Biblia. Creo que me habla a mí, a veces con mensaje cifrado. Parábolas. También he aprendido a controlarme, a no ser violento. Hasta he aprendido a amar, un poco, casi nada en comparación con lo que he sabido odiar o con lo que he sabido que me aman. Ese poco de amor que me ha brotado, poquito, lo he dado, lo he repartido, lo he demostrado. Tarde ya, porque las horas han ido comiendo gran parte de este día, el del amor, muy poco. ¿El que merezco?
En esta mi nueva vida, la luz eléctrica reemplaza al sol. Mala sustituta Espío el gran cronómetro de la pared. Deseo que el tiempo acabe. Quiero las manecillas juntas, ayuntadas. No, que se rompa la continuidad, que no caminen más. Vamos a olvidarlo todo y a volver a empezar, ¿Volver a…?
Como casi todos los días de esta semana, el sacerdote me visita Hoy tiene algo más que decirme. Platicamos y sus palabras me dan paz. Encuentro en ciertos pasajes que leemos juntos mucha verdad. Que si Dios es mi pastor, que si me aleja del peligro y la oscuridad. Sus palabras me tocan, me hablan, me explican. Callan también.
Hora de descansar. Me recuesto sobre la pared. Tengo un lujo. Hay quienes matarían por tenerlo: un radio. Pequeño. No sintoniza bien las estaciones, pero sí las de la música más sabrosa. También oigo las noticias. La sonoridad me saca de aquí. Música con puertas y ventanas. El ruido de mi radio perfora paredes, derriba muros, me cuenta de la vida de seres inventados y de otros en cuya existencia me cuesta trabajo creer. Lo enciendo para matar el silencio (¡matar!) Mis sentidos no funcionan. Se han quedado en el aire. Floto. El tiempo avanza. Dormito. Me acuestan en la cama, igual que en el hospital, pero no para sanarme…
No sentí el tiempo. Correas sobre mis brazos y sobre los tobillos. Aprietan las venas. Saltan. Como si me fueran a sacar sangre, pero al revés. Tubos en todas mis extremidades. Inyección. (Llegaron, me quitaron las botas, descalzo me obligaron a caminar; a avanzar entre cuatro hombres. Soy nada Camino frente a mi madre, detrás del cristal. Sólo veo sus gestos Avanzo frente a una luz fría. Estancia de la última estancia, de mi última estancia. Mi última cena, mi último libro. Los últimos adioses y los últimos besos. ‘Creemos en ti’ ‘nunca hemos dejado de creer en ti, papá’. Las voces de mis hijos, como cantinela hueca. Sin-sentido)
Al frente, la familia, reflejándose en el cristal. Ellos, todos. Después, el horror. La nada…” Y ya. La venganza hizo cumplida «justicia». (DIOS.)