De fábula

El pato feo, mis valedores. La fábula es de Andersen, pero la ignorancia y la subcultura que mamamos del Norte nos hace creer que es de Disney. Nosotros, en México, hemos conocido no uno, sino tres patos feos, el primero de los cuales nadaba en el estanque, hoy desecado, de Programación y Presupuesto. Tan feo era el tal, y tan repugnante su aspecto, que los animales del bosque preferían mantenerse a distancia de tan horroroso animal. No fuera a picar, a morder, a hacerla de tos o lanzar estornudos cargados de A/HINI. El pato horroroso, sobre todo por sus acciones…

Y qué chunga y burletas para fotógrafos y caricaturistas de la prensa escrita; qué manera de poner en ridículo su aspecto ratonil, sus ojillos de apipizca, un cráneo pelón, unas orejas de papalote y el aspecto general no de pato feo sino de horroroso chupacabras, lo que eso haya sido. Si su vocezuca de pito de calabaza se les escapó fue porque, es obvio, no pudieron incluirla en los trazos del monigote esperpéntico. Tal era el mediocre encuevado en su charco enlamado de Programación y etc. El, silencioso, rencoroso, al acecho…

Pues sí, pero válgame, que de repente el dedo presidencial lo designó nuevo dios sexenal, y helas!, ahí el prodigio: de forma automática la metamorfosis del gusanillo en crisálida, en mariposa que vuela de flor en flor. Una mariposa negra, mensajera de la muerte, pero pocos lo querían advertir…

La transfiguración. El pato feo de la fábula, el orejón objeto de burla, ludibrio y maltratos de los animalillos del bosque (dos que tres liebres, cinco o seis conejos, tres docenas de zorrillos y cientos, miles de cacomixtles), de repente ¡ah, oh, uh!, se encandilaron con el repentino resplandor: el transfigurado pato horroroso, hoy cisne de blanco plumaje, partía plaza, majestuoso, por medio estanque, en el bosque de los pinos. Y ahí fue el clamor de hurras y porras, matracas y chirimías, alabíos y cornetas, pitos y flautas. Habemus dios sexenal. Qué forma de equivocamos: el pato feo era un cisne blanquísimo…

Helo ahí. El cisne cuajábase de bellezas no advertidas un día antes: su alzada de líder, su mirada de baqueano, su mística de mesías, su vocación de estadista. Ah de su verba potente y su fina estampa de procer, de héroe epónimo, de padre patricio que viene a salvar el país. Y la portentosa transformación de las cámaras de TV: qué rostro para el bronce, qué fisonomía para el mármol. ¿Las caricaturas? De galán y de prócer. ¿Las fotos? Un rostro para la eternidad. Ah, la metamorfosis del pato feo en el cisne de blanco plumaje… (¡Y échate al agua, Raúl! ¿Fría? Sólo al principio…)

Pues sí, pero años después el nuevo milagro: no un pato feo convertido en cisne sino un cisne legítimo partía plaza por medio estanque, y entre dianas, fanfarrias y marchas nupciales, ascendía hasta la cresta mayor de los pinos, y en los animalejos del bosque el vendabal de ovaciones al nuevo rey, mesías, baqueano al que los dioses del Olimpo (yunqueros, legionarios de Cristo, cristeros tardíos) habían enviado
para salvar el bosque y sus animalillos. Las ovejuelas de la Vela Perpetua aquella admiración, semejante adoración. Sublime. El cisne blanco se dejaba querer (sobre todo de una patita que le alzaba la patita, y a veces las dos. Pero esa ya es otra historia.)

Pues sí, pero se echaron encima los días, las semanas, los meses, y la horrible metamorfosis: en el larguirucho animal se iba operando un cambio horroroso: en su blanco plumaje, el cisne real comenzó a denunciar pintas grises, negras, renegridas. Al poco tiempo era su negro plumaje el que mostraba dos o tres puntos grises. Después, oh tragedia, su aspecto de cisne se tornó en pato, y todo era abrir el pico y ventosear disparates que a los monos tihuís causaba hilaridad y a la mayoría de los habitantes del bosque rabia y vergüenza Pero ayuno de decoro como todo mediocre, el pato feo abría el pico y era el escándalo y la burleta del bosque y arboledas vecinas. Animas que se mude de charco; cuándo dejará el estanque y se irá a ventosear sus ganzadas al lodazal de San Cristóbal. (Y cuánto le apestaba El Tamarindillo)

En fin. Hoy de otro huevo y a la de a huevo un pato impuesto nada en el charco (nada de nada). Ese no fue un pato que derivó en cisne, ni un cisne que degeneró en pato, y aquí la pregunta, mis valedores: ¿alguna metamorfosis advierten en semejante híbrido? ¿Un cisne blanco con facha de pato? ¿Un pato horroroso que anhela pasar por cisne? ¿Pato fue, siguió siendo pato o derivó en ganso? ¿Ustedes qué opinan? Porque lo que es yo, fui y le pregunté a Andersen, pero él se me quedó viendo, parpadeó y se echó a llorar. ¿Para ustedes
pato, ganso, qué? (¿Cuac?)

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