De opereta bufa

Hablé ayer de la Margarita que intentó mi amistad hasta el día en que su hermano trepó a Los Pinos, y la metamorfosis: de un día para el siguiente se desató el huracán, y aquella mujer “apenitas” se transformó en el símbolo rutilante de un sexenio que fue el de la chabacanería, el despilfarro y  la frivolidad, el de la(s) pompa(s) y circunstancia(s). La desverguenza.

¿Recuerda alguno de ustedes el sexenio aquel que fue  del rebumbio,  el bataclán, la estridencia,  el boato, la ostentación y el brillo postizo de una Margarita que anocheció Cenicienta y amaneció reina y señora de una corte de los milagros en donde todo había, menos decoro? La Margarita que yo conocí fue erigida a balidos por sus validos en soberana  de hojalata a la que enloqueció la adulación de los cortesanos, hermana mostrenca de lo estridente, vacío y  ostentoso, tanto más sonoro cuanto más vacío. Mirándola y escuchándola yo recordaba a la buena mujer que, con años y kilos y achaques a cuestas, subía los cuatro tramos de escalera que daban a mi depto. y, resoplando, intentar resuello y jadear la lectura de una telenovela que las televisoras le rechazaban (de estos destinos sabía todo mi señor Shakespeare; de las abruptas mudanzas de la fortuna y de las metamorfosis que, al modo de Samsa el kafkiano, perpetran en el carácter débil el poder excesivo y el dinero fácil.)

Detrás de la máquina de escribir recibía a Margarita. Yo, sino deleitoso, aquí sigo, tecleando. Ella, por contras, después de una borrachera sexenal que desangró las arcas de una comunidad pobre, empobreciéndola más, se nos  volvió símbolo de esa familia de judíos errantes que se quedaron sin nada más que dinero después de que a punta de malas artes tanto pudieron acaparar; que han caído a vivir (a medio vivir) atejonadas en su madriguera, cuando no a salto de mata y poniendo tierra de por medio,  sin tierra que puedan llamar mi tierra ni  asiento seguro donde sestear en sosiego como el de limpia conciencia y sosegado corazón; que mal viven su precaria libertad gracias y a causa de la impunidad que les otorgan unas leyes alcahuetas y unos ministros más alcahuetes todavía, cofradía de corruptos que sobreviven apenas, a penas, atenidos a la desmemoria de los mexicanos. México.

Ah, deshojada Margarita, si por los días de clasemediera hubiésemos podido columbrar el rudo destino que un chiripazo le deparaba.  ¿Se comería en paz, ya cuando despojada de todo, menos del dinero, las utilidades del botín? O por contras, ¿experimentaría el aniquilamiento que produce un descrédito y un aborrecimiento que, por la desmemoria de las masas, degenera en indiferencia?

La nota de 1992: “Doña Margarita ha adquirido en propiedad el imperio editorial que fuera de la Fam. Ampudia, y ahora es dueña de las publicaciones Play Boy y del canal 2 de TV de Reynosa; del canal 27 en Nuevo Laredo; de Radio Cristal, del D.F. y de 20 estaciones más de radio en el área fronteriza”. Y Silvia Pinal,  empresaria: “Sí, la señora López Portillo es socia del teatro que lleva mi nombre. Cada una participamos con un 50 por ciento.”

Tiempo después, ya sólo un mal recuerdo su paso por Televisa como redactora de alguna telenovela y ya con  el hermano caído en desgracia, Margarita  tuvo que regresar, a querer o no y crispados los rasgos del rostro, el retazo de terreno en Chapultepec, correspondiente al frontón y al campo de tenis, donde edificó su mansión. “Mi patrimonio después de 25 años de trabajar en Televisa”.

Y el poder de los símbolos. Para leer entre líneas. (Vale.)

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