Un nuevo mapa de ruta

Cuidado, mis valedores. Mucho cuidado, dije a ustedes ayer aquí mismo tocante al homo faber al que de pronto le cayó encima la jubilación o está a un paso de conseguirla. Yo, que de nada me he jubilado ni pienso hacerlo porque tengo el propósito de que la muerte me sorprenda vivo, digo al presunto: cuidado; con  la jubilación pudiese iniciar la ruta hacia una existencia vegetativa, cuando es la vida la que propicia el vuelo rumbo al ideal. El ocio y la pereza espiritual nos vuelven irracionales, y no olvidar que entre el mediocre y el irracional  hay menos distancia que entre el mediocre y el hombre de ideales. Alguno de ustedes, a punto de jubilarse,   ¿si el trabajo lo mantuvo esbelto la jubilación va a engrasar su organismo?  ¿Era el espíritu el que mantenía engrasado, y con su nueva existencia lo piensa purificar?  Aquí algunos símbolos:

Una labor alienante de cuarenta años (el taller, la oficina, la fábrica) significó la maldición bíblica si cada día de trabajo fue una tortura. Ese trozo de su existencia lo emparentó con el mítico personaje que como castigo ejecutaba cada día, una y otra vez, la tarea enajenante de trepar con un piedrón en sus lomos hasta la cresta de una montaña, para que desde ahí cayera la carga, y vuelta a empezar. Así, al igual que   Sísifo, algunos de los obreros, profesionistas, oficinistas, artesanos, en fin: a cargar cada día la roca con el sentimiento del esfuerzo estéril que habrá de repetirse mañana. Y tan lejana esa anhelada jubilación que, pensamos,  nos va a permitir realizar esos buenos propósitos que no logramos cumplir cada año nuevo durante décadas. Ahora, por fin. ¿Sí?

Antes de jubilarse el presunto tal vez se había formulado un proyecto de vida, y trataba de seguirlo cada día a lo largo de tantos años, y de repente fue a dar con un muro, y sus manos lo tentaleaban,  y el  flamante jubilado traspasó la puerta que se abría en el corazón de ese obstáculo, y como Alicia cuando se internó en el espejo y se dio de manos a asombro con el país de las maravillas, cayó a toparse con otro universo, desconocido para él. ¿De magia y encantamiento, de aburrimiento y vacío?  Trazar un nuevo mapa de ruta,  podrá planear el de marras, y yo le pregunto: ¿posee para ello el ímpetu, el temple, el carácter, la audacia y la imaginación de cuando por vez primera se echó el piedrón a la espalda?

La contundencia de los  símbolos: algunos ofrece el prototipo del Dr. Jeckyll y Mr. Hide en la novela de Stevenson. ¿El jubilado va a pendulear de un bienamado Dr. Jeckill, mientras pasaba el día en su lugar de trabajo,  a un insoportable Mr. Hide ahora que permanece el día completo con la familia y se torna un estorbo y una carga para el hogar? Cuándo él ausente de la familia porque dedicaba la mayor parte del día a su trabajo, ¿se le echaba tanto de menos como hoy se le echa de más? Piénselo.

Antes de jubilarse aquel homo faber se había formulado un proyecto de vida y trató de seguirlo cada día a lo largo de tantísmos años, y de repente, al llegar al muro que dije, se topó con él, y sus manos lo tentaleaban y no encontraban la puerta de entrada, que tal vez fue la de salida, lástima.  Porque eso, a fin de cuentas, significa la jubilación: un parteaguas en el ritmo de vida que se sostuvo apenas, a penas,  a lo largo de décadas; un cambio  en  la visión del mundo, de su mundo viejo, ahora tan nuevo y distinto que habrá que ir aprendiéndolo cada día como el ciego que ha cambiado de ruta. ¿Al flamante jubilado felicidades?   (Pues…)

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