¿No hay valor civil?

Usted está donde debe estar, maestra Gordillo. Donde debería haber estado desde hace tiempo. Hasta donde sus acciones, estricta relación de causa y efecto, la llevaron a ubicarse, sin más. Terrible debe ser para usted experimentar en conciencia propia ese sentimiento que mienta el clásico:

«Nada hay más doloroso que en la desgracia recordar los tiempos dichosos».

Y qué tiempos, señora: riqueza, poder, abundancia.  Abundancia de riqueza y de poder. A contracorriente del arropo y el confort que le proporcionaban mansiones aquí y allá, el día de hoy una celda carcelaria, con cuanta pena y cuanto sufrimiento alberga la tal. Pero por sobre la pérdida de todo lo placentero que una escarcela repleta puede aportar, perdió usted la libertad. Nada menos. No me refiero a la fama pública, que opiniones ajenas nunca le llegaron a importar en relación a la forma poco escrupulosa con la que usted se apropió de dineros ajenos. Muchos años han transcurrido desde la hora y punto en que usted debería estar en prisión. Resabios de una justicia alcahueta. Su encarcelamiento, más que oler a justicia, hiede a maniobra politiquera, pero en fin. Señora Gordillo:

Ahora que la han reducido a morir en vida o a vivir su muerte entre cuatro paredes tiene usted toneladas de tiempo para aplicarse al ejercicio de pensar, de meditar, de sopesar sus acciones y las ajenas. Derribada en los resbaladizos terrenos de la «justicia», yo me atrevo a sugerirle, si aún no se le ha ocurrido, el tema siguiente de reflexión:

Mereciendo usted, como merece, que esa «justicia» atacada de mal aliento la mantenga privada de su libertad, ¿ningún otro personaje de la burocracia política merece «en justicia», correr la misma suerte que usted? Porque ocurriría entonces, si alguno más lo ameritase y no se encuentra recluido en una celda semejante a la de usted, que el país padecería una «justicia selectiva»,  que de justicia tiene el alias, cuando más Así considerada la situación, maestra Gordillo:

¿Algún otro personaje del ambiente político, a juicio de usted, merece la cárcel? ¿Conoce a alguno, tal vez? ¿A varios? ¿Cuál o cuáles de quienes hoy mismo  andan sueltos deberían correr la misma suerte de usted? De saber el nombre de alguno o de algunos, ¿es la disciplina partidista la que la fuerza a mantenerse en silencio? ¿No los acusa por miedo a presuntas represalias? ¿Los ha acusado, pero sus nombres se mantienen ocultos?

Acúselos, maestra. Atrévase, que ya nada tiene que perder, y  a una deshonrada como usted la honraría un tanto. Exhiba a esos corruptos, ¿o prefiere que acá afuera nosotros,  las masas sociales, sigamos en la ignorancia de que más allá de su persona puede haber algún otro político ladrón, depredador, saqueador de los dineros que aportamos todos y que deberían destinarse al beneficio de todos?

Valor civil, maestra Gordillo. De haberlos, denuncie a sus congéneres en materia de robo de los dineros públicos. Se lo demandan no sólo las masas sociales, sino también personajes de la altura moral, tome nota, de Adrianita,  Raúl y Carlos Salinas, de las honorables familias de Arturo Montiel, de Vicente Fox y familia postiza, de los hijos de toda su reverenda Marta  y de la señora Sahagún (¡Vamos, México!) Si no denuncia a los sinverguenzas de los que usted tal vez tenga conocimiento de qué forma pudiesen adivinarlo funcionarios tan honorables como Andrés Granier, César Nava, Ricardo Aldana y la honorabilísima familia de don Carlos Romero Deschamps…

Valor civil, maestra Gordillo. (Animo.)

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