Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas quel Almirante había mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana….
Y lo que vido, mis valedores, fue nuestro mundo “nuevo”, la América Mestiza en la que sobrevivimos apenas. A penas. La hazaña del Almirante aquel 12 de octubre, ¿fue todo un descubrimiento, un encuentro, un encontronazo? Fobias y filias lo discuten hoy todavía y otra vez hoy, y no pueden, no quieren ponerse de acuerdo. Ellos siguen buscándole a la historia reversa, como si, a fin de cuentas el resultado no fuésemos todos nosotros, mestizos de víctimas y genocidas por igual, y herederos de una esplendorosa cultura…
En fin, que, rabiosos, dos mundos se machihembran y terminan pariendo mestizos, estos que hoy todavía no acaban de asumirse de tales, y entonces cómo lograr la identidad como pueblo único e irrepetible entre los del orbe. En fin. Las primeras impresiones del Descubridor:
Ellos andan todos desnudos como su madre los parió (…) muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras (…) Les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que hobieron mucho placer…
Pues sí, pero también iba a advertir las piezas de oro que los isleños llevaban en la nariz, y entonces: “No puedo errar en el ayuda de nuestro Señor que yo no le falle adonde nace (ese oro)”.
¿Alucinación del Almirante? “Cansado me adormecí gimiendo: una voz muy piadosa oí (…) Dios (…) maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas (…) De los atomientos de la mar Océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves, y fuiste obedescido en tantas tierras (…) Y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años (…) De allí sacarán oro (…) El oro es excelentísimo (…) y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso…”
Los fulgores del oro: semejante alucinación iba a propiciar el mayor genocidio que registra la historia del mundo. El tamaño de la devastación la entremiramos en la tremebunda requisitoria del benemérito De las Casas, Protector de las Indias: “La causa porque han muerto y destruido tan infinito número de ánimas los Cristianos, ha sido solamente por el oro y henchirse de riquezas en muy breves días”.
Colón, esclavista: “Diréis a Sus Altezas qu’ el provecho de las almas de los dichos Caníbales que quantos más allá se llevasen sería mejores (…) que otros ningunos esclavos…”
Las Casas, una vez más: Andaban los Españoles con perros bravos aporreando los indios, mugeres y hombres. Una india enferma, viendo que no podía huir de los perros que no la hiciesen pedazos como lo hacían a los otros, tomó una soga, y atóse al pie un niño que tenía de un año, y ahorcóse de una viga; y no lo hizo tan presto que no llegaron los perros, y despedazaron al niño: aunque antes que acabase de morir lo bautizó un fraile.
En la Visión de los vencidos se recoge el lamento de nuestra raíz indígena, masacrada por nuestra española raíz: “Y fue nuestra herencia una red de agujeros”. Pues sí, pero “Mientras el mundo permanezca no acabarán la gloria y la fama de México-Tenochtitlan”. Tal es su destino, sin más. (México.)