Hoy, miércoles, finalizo la crónica de una noche de miércoles en que me entrevisté con cierta licenciada de miércoles para conocer su opinión sobre el papel de la mujer en ese pantano de miércoles que es la política nacional. De repente el llanto de una criatura que resultó forrada de miércoles. “Ay, bárbaro, qué batidillo andas haciendo. Qué regazón la tuya, Felipito. ¿A usted no le llega el jedor? Ahora le cambio sus pañalitos”.
Traído de la recámara, boca arriba lo tendió en el sillón y le abrió las zanquitas. “Qué mal te sentó la torta, Felipín, que tu pancita no la digiere. Se te indigestó la torta, Felipin.
– Que la mujer invade terrenos políticos antes reservados al varón…
Aquel hedor. “¡Pues claro que estamos capacitadas! ¡Desde diputación hasta Los Pinos, pregunte a la Vázquez Mota, a Bety la fea, a la Gordillo. Páseme esos pañalitos, mire”.
– Que en el terreno político la mujer…
– Al tú por tú con los lics. ¿Y por qué no podríamos nosotras brincar desde una curul hasta sentarnos en la mera punta, la de Los Pinos? Total, con robarse una elección. Una base, quise decir. Pero permítame, ¿sí? Ay, Felipito, qué batidillo el que andas haciendo con tu gobierno ilegítimo (no es cierto, eso no lo vaya a publicar). Mira que andas forrado de poposín hasta los talones. Qué pestilencia, Felipín…
Con dificultad manipulaba pañales. “Por qué la andas regando. Ya te embijaste hasta las nalguitas, los sobaquitos y el pipicín. Le decía: la mujer ya está preparada para cualquier puesto público: Secretaria de Estado, gobernadora, y si tantito me apura…”
– Por mí no hay prisa, señora. Licenciada, quise decir.
– Si tantito me apura, hasta Los Pinos. Porque una, ya encarrerada y con tantito que se pique…
¡Se picó! Y aquel chillido, y el pulgar a la boca; lo chupó, escupió sobre la alfombra, con uno de los minusculitos color mamey se limpio la lengua, se sobó el pulgar, dudó, se inmovilizó, quedóse viendo al vacío. Y fue entonces…
Despacito, muy despacito, la licenciada alzó sus dos manos, observó como le quedaron luego del manoseo con el Felipín: forradas hasta los codos de eso color mostaza con tafiletes verdiamarillos. En el pulgar un lloraderillo de sangre. El imperdible, que había pinchado, y no en hueso. Y semejante pestilencia. La licenciada me miró a los ojos.
– Diga usté en su entrevista, y que quede muy claro: en materia política las mujeres estamos al par con los licenciados. Categórico.
– ¿Por qué lo afirma, señora, quise decir licenciada?
– ¿Cómo de que en qué por qué, bigotón? ¿Pues qué no lo está viendo?
– No doy. ¿Por qué ustedes al par con sus colegas?
– ¡Porque metemos las manos donde ellos las meten!
– Perdón, pero no…
– ¡Míremelas! ¡Nosotras traemos las manos atascadas de la misma caca que nuestros colegas! ¡Huélamelas! ¿No las traemos con la caca hasta los codos como cualquier caca del PRI, del PAN o de las cacas amarillas de Nueva Izquierda? ¡Míremelas! ¿Ve? ¡Caca con sangre de narcos y daños colaterales. ¡Huélamelas! ¿No apestan a lo que las manos del Verbo Encarnado?
Y me las aprontaba a la cara. “¡Licenciada, que de aquí voy salir oliendo a político!”
Resollé de ladito, y en mis manos el hedor. Del domicilio de miércoles salí corriendo, me trepé al volks y llegando a mi depto. me las refregué con lejía, pero mis manos como las de lady Macbet: en las suyas la sangre del crimen y en las mías la caca del Felipín resistían jabón, lejía, detergente, piedra pómez. (¡Agh..!)