¡Mírenlos todos, que a rastras y encadenados los traen al patíbulo! ¡Escuchen la grita, la befa, el insulto y los amagos de linchamiento que mal contiene la fuerza pública! Reos de muerte los tales, ante una muchedumbre frenética son exhibidos en la altitud de la plataforma que se alza al final de la plaza pública. ¿Ven ustedes? Los atan a los postes del patíbulo con haces de leña a sus pies. Leña verde. Véanlos todos. ¿Los reconocen? Sí, que de otra manera no los señalarían con el índice, el puño, el clamoreo que exige la muerte de tales tartufos del Verbo Encarnado. ¿El agravio reciente? Uno que ya no pudimos soportar: la mojiganga que armaron para deleite de pobres de espíritu. ¡Tres mil millones, la factura que nosotros pagamos. ¡Patíbulo!
Observen el espanto de la ralea de mediocres cuyos ojos amenazan con saltar de sus órbitas. Son los rapaces arrancados a la impunidad y juzgados en tribuna popular por el primer gobierno que el pueblo se ha dado, este que manda obedeciendo. Los sinverguenzas fueron hallados culpables y sentenciados, sentencia popular. ¡A quemarlos vivos! Helos ahí, a la espera del destino final. Media mañana estallante de sol.
A quemarlos vivos, clama la multitud. A arrasar con los tales, a borrar sus rastros, a derramar sal sobre su memoria y luego a recomponer la heredad. ¡A la quema! ¡Con leña verde!
Mírenlo ahí, apergollado en el poste central. Cómo iba a faltar ese mismo que proclamó el estado de Derecho mientras que su gobierno y a lo descarado solapaba a los corruptos y a lo descarado y a la vista de todos protegía las espaldas de los cínicos que hoy van a morir. El, que “haiga sido como haiga sido”, laceró y hasta hoy seguía lastimando a todo un país, si se exceptúa al alto clero político, el duopolio de TV y los del gran dinero que lo encaramaron en el poder. ¡A quemar al protector de bergantes! ¡A achicharrarlo con todo y sus alcahuetes de las instancias justicieras. A todos.
La muchedumbre contempla el abyecto muestrario de la corrupción productiva e impune. Ahí el hato de sinverguenzas. ¡A quemarlos vivos..!
Es la hora de la justicia para un paisanaje que ha sido capaz de darse un gobierno aliado y una Constitución a la medida de todos. Vean ahí. Los agraviados han tendido ese cordón de pólvora desde la leña hasta acá, hasta la plataforma donde el juez, hachón en mano, aguarda las campanadas de las doce en punto del medio día. La muchedumbre, un soterrado rumor. Y de súbito…
Ahí resonó la primera campanada, y la segunda, y con la última resuena la hora de la verdad. Al reventar el último bronce el juez juntó hachón y mecha de pólvora, y la flama corrió por el cordón rumbo a los postes donde se contorsionan los condenados a las vivas llamas. La muchedumbre, el corazón en el gañote y la excitación en unas pupilas lumbrosas de sol. Pues sí, pero, en eso: ¿y eso? ¿Qué ha sido, quién fue el temerario insensato?Y es que a paso cojitranco esa anciana acaba de apagar la mecha. Estupor…
Y fue entonces: la multitud, engarrotada en el silencio, escuchó la vocezuca de la anciana, cascada voz:
– Sin pólvora, que no la merecen. A fuego lento, manso, y no tan de prisa. ¡Volvamos a comenzar..!
Esta escenilla me fue sugerida por una que tuvo de actores a Hitler y cómplices, y que para desdicha de tantos fue, como la mía, imaginaria. Tal vez el Fuhrer no mereció la quema, ¿pero el de lentes y cáfila de mediocres, de protegidos y solapados tan sólo por ser amigos del Verbo Encarnado? ¿Y estos? En fin, es fábula. (Pues sí, pero…)