Era un ataque cobarde, alevoso, contra la democracia, contra la libertad. La gente estaba confundida, las calles eran el escenario del caos. Luego las calles vacías, los comercios cerrados, la palabra ausente, el espíritu asesinado. La fecha se escribía con dolor y rabia en la memoria de un mundo que se negaba a admitir la atrocidad, el genocidio…
Exacto, mis valedores: ahí se puso a prueba nuestra capacidad de asombro, de indignación, de esa reacción que moviese la conciencia internacional para evaluar cabalmente el ataque del terrorismo internacional; maniobra cruel, artera y certera contra la vida democrática de todo un país. Lo extraño es que el mundo no haya reaccionado con las correspondientes manifestaciones de ira, dolor, acciones vindicatorias. Ahí se exhibió el ilimitado poder manipulador de conciencias sintetizado en un cinescopio, un micrófono, la prensa escrita, que suman, restan, dividen y multiplican a las masas sociales, según les aporte ganancias políticas, económicas, etc.
Porque fue un día como hoy cuando se produjo una tragedia que, preparada y perpetrada por el citado terrorismo internacional, vino a lastimar la conciencia de todo un pueblo; pero los “medios” indujeron a la opinión mundial a desentenderse del tamaño del crimen, el sufrimiento, la sangre derramada. Por que nosotros, yo con ustedes, no vayamos a extraviar la memoria histórica, aquí el recordatorio anual de la sangre derramada. Terrorismo internacional:
Los aviones iban directo al blanco. Pero no, por supuesto, yo no me presto (yo no me alquilo) a la feroz manipulación de los “medios”, ni mi mente ha sido colonizada como para tomar agregarme, yo también, al coro internacional de las plañideras y entonar (¿yo también? ¿También yo?) la endecha multitudinaria de las Torres Gemelas de la metrópoli imperial, cuando tan a lo vivo me lastima aquello que el terrorista internacional, precisamente el imperio norteamericano, perpetró un 11 de septiembre de 1973 en uno de nuestros países de la patria continental, la América de Miranda, Bolívar, San Martín y tantos más, la anchurosa América Mestiza del genio José Martí. Yo no.
Yo aludo al palacio de La Moneda en llamas allá en Santiago de Chile, con el victimario encuevado en La Casa Blanca, allá en Washington. La república de Chile y don Salvador Allende, su presidente constitucional, no iban a ser la excepción entre todos los pueblos al sur del Bravo que han sido lastimados por esa calamidad de la que ya advertía el Conde de Aranda a finales del siglo XVIII, y contra la que nos alertaba en el XIX José Martí. Cuando no se atiende, mis valedores, la letra de la historia con sangre entra. Y tal ocurrió el 11 de septiembre de 1973. ¿Me permiten ustedes, por ello mismo, que haga la crónica de la tragedia chilena, y deje para el clamor mundial lo ocurrido un 11 de septiembre del 2001?
La víctima: todo el pueblo chileno, con don Salvador Allende, su presidente constitucional. El magnicidio lo tramó en La Casa Blanca Richard Nixon, la CIA como cerebro de la maniobra terrorista. Sin vida saldría del palacio de La Moneda Don Salvador, en Santiago de Chile. De La Casa Blanca, en Washington, Nixon iba a salir expulsado tiempo después. Es la historia.
Años más tarde, un 11 de septiembre, G.W. Bush halló el pretexto perfecto para invadir Iraq, y aun se asombraba: “Yo no sé por qué nos odia todo el mundo. Estoy asombrado porque sé lo buenos que somos”.
(Esto continúa el lunes.)