El acto de ver está atrofiando la capacidad de entender (Giovanni Sartori.)
Sigo aquí, mis valedores, con reflexiones diversas que inicié el viernes pasado en relación con el cinescopio o la de plasma que tanto daña a los pobres de espíritu. Y es que el telespectador, a decir de Sartori, ha dejado de ser el animal simbólico, precisado a descifrar símbolos verbales o escritos (prensa escrita, radio, teléfono) para tornarse, con la TV, un animal vidente, lo que entraña un retroceso en la dinámica de la civilización. Mientras que la capacidad simbólica distancia al homo sapiens del animal, el hecho de ver, sin necesidad de descifrar símbolos, lo acerca a sus capacidades ancestrales. A sus ancestros.
Y sí, la TV entretiene y divierte, pero lo grave de su uso indiscriminado radica en el efecto que causa en el niño. La escuela es tan aburrida como divertida es la televisión. “El problema radica en que el niño registra y absorbe a lo indiscriminado todo lo que ve”. Y que formado en la imagen de la TV, ese niño será un hombre que no lee; “su condición de ente humano se habrá reducido a la categoría de un nuevo tipo de ser humano, reblandecido por un cinescopio que produce imágenes y anula los conceptos; que atrofia nuestra capacidad de abstracción, y con ella toda nuestra capacidad de entender”. Ese pobre de espíritu nunca va a incorporar a sus costumbres el hábito de la lectura. Será un mediocre perpetuo. Cita Sartori a estudiosos diversos:
“La lectura requiere soledad, concentración en las páginas, capacidad de apreciar la claridad y distinción. El homo sapiens muestra características del todo opuestas: la lectura cansa; el ente humano prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Esta le fascina y lo seduce. Renuncia al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo. Cede ante el impulso inmediato, cálido, emotivamente envolvente. Elige ese modo típico del infante que duerme, come cuando quiere, llora si siente alguna incomodidad, se despierta y satisface todas sus necesidades en el momento”.
Los padres, en tanto, se deberían asustar de lo que les espera a sus hijos: una progresión de almas perdidas, de niños, adolescentes y jóvenes desorientados, aburridos, en psicoanálisis, en crisis depresivas y, en definitiva, “enfermos de vacío”.
Por otra parte, la moda pedagógica atiborra las aulas de televisores y “procesadores”. Al contrario, deberíamos vetarlos (permitirles sólo el adiestramiento técnico). En la escuela los pobres niños se tienen que “divertir”, pero de ese modo no se les enseña ni siquiera a escribir bien, y la lectura se va quedando cada vez más al margen. De este modo la escuela consolida al video-niño en lugar de darle una alternativa. Tales niños alcanzan la juventud, y entonces:
“Ellos caminan en el mundo adulto de la escuela, de la profesión, como clandestinos. En la escuela escuchan de manera perezosa unas lecciones que enseguida olvidan. Los jóvenes no leen libros, no leen periódicos. Ellos se parapetan en su habitación con carteles de sus héroes, ven sus propios espectáculos, caminan por la calle inmersos en su música y despiertan sólo cuando se encuentran en la discoteca por la noche, que es el momento en el que, por fin, saborean la ebriedad de apiñarse unos con otros, la fortuna de existir como un único cuerpo colectivo danzante”. (Siniestro. Sigo después.)