Felicidades, mis valedores. ¡Le ganamos a Francia! ¡Nada menos que al subcampeón mundial! Contra Sudáfrica jugamos un tanto cuanto medrosos, pero en el segundo partido logramos un buen nivel en el juego de conjunto, y nos alzamos con una victoria sobre el subcampeón mundial. Lo logramos. Sigamos jugando así. (¿Nosotros? ¿Ustedes, yo?) Felicidades. ¡Si se pudo! ¡Vamos, México..!
(La inmensa mayoría del pueblo rara vez toca una pelota, y se convierte en espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su cuadro predilecto, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, que de esta manera adquiere la categoría de un ídolo. Las clases altas, en tanto, practican personalmente el deporte -golf, tenis, hockey, equitación, polo, esgrima-. Sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del fútbol.)
Mis cierto, mis valedores, nos hemos vestido de héroes, pero un momento: no por aguarnos el delirio triunfal, sino para prevenirlos de una posible desilusión si es que no llegamos a la disputa de la gran final, aquí recurro a la historia del México 86, en la glosa del editorial gráfico que al final del torneo publicó el Palomo en el matutino.
Meses antes, Televisa convocó a un concurso para elegir el emblema del mundial, y la triunfadora fue una joven muy cercana al monopolio, con la propuesta de Pique, un chile al que los “creativos” de alguna agencia de publicidad disfrazaron de futbolista mexicano: chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes, rostrín mofletudo, chata nariz y de apipizca unos ojillos donde anida la socarronería. Y que me lo visten con el sagrado uniforme de la selección “nacional”, la de “nuestros muchachos”: camiseta verde, blancos los calzones, medias rojas y en las patucas unos botines de cuero imitación plástico y procedencia china, botines de este tamañito, miren, no como los botines de las familias Salinas, Sahagún, Montiel y Cía. Y el Pique, rostro sonriente, ojillos apicarados a lo Carlos Salinas y en la testa el gorro alón, presidió los festejos. Al igual que hoy día, los merolicronistas de Televisa manipularon a las masas populares y generaron en ellas grotescas esperanzas en el equipo tricolor.
Y llegó junio de 1986, y en un Goloso de Santa Ursula que hervía de Méxicos, vivas, banderolas, oriflamas, himnos nacionales y al aire los pechos de la Chica Chiquitibún, alguien dio el patadón oficial de salida. A balón seguido, y más allá de la escandalera y la enajenación colectiva de cámaras y micrófonos (en vivo y a todo dolor, de costra a costra y de frontera a frontera), se sucedieron los encuentros, los mexicanos fueron eliminados y el torneo llegó a su fin. El “México 86” dio el cerrojazo. Y ya.
¿Las consecuencias? Quién pudiese expresarlo mejor que Palomo en la susodicha caricatura que dividió en 6 cuadros. Mis valedores: por que el triunfo sobre Francia no nos arrastre a la desilusión y al sentimiento de impotencia colectiva, aquí la glosa del editorial gráfico.
Cuadro primero: Estereotipo del mexicano haragán: es mediodía y Juan Pueblo (el chile futbolista arropado en su gorro alón) dormita acuclillado de lomos contra un pitayo. Y qué de imágenes hierven en la olla pozolera de un cerebrito intoxicado con la escandalosa campaña de patriotería triunfalista que le embombillaron los merolicronistas de Televisa. ¡Pasamos a cuartos de final! En el sueño, Juancho Pueblo ya araña la Jules Rimet. ¡Mé-xi-co! ¡Sí se pudo! (Sigo mañana.)