Un varón de virtudes ha muerto, mis valedores. Falleció Don Gabriel Vargas. ¿Falleció? No, que ha de vivir lo que viva su obra. Mi Don Gabriel, personaje al que más he estimado, al que tanto le quedo a deber en moneda de enseñanzas, de aliento y estímulo en mi oficio de fabulador, todo esto con la lectura de sus crónicas fulgurantes (para quien sepa leer), así de espíritu urbano como de aliento rural. Allá, en mis terrones, La familia Burrón me dejó entremirar un barrio de hechizo y encantamiento que me impulsó a mudarme a esta noble y leal, donde amansé la nostalgia de mis derrumbaderos con la lectura de caracteres, aventuras y ambiente rural recreados por Don Gabriel Vargas. Ya más tarde, suertudo que soy, fui su amigo personal y de su doña Guadalupe, y no digo más. Pero las noticias juran que el cronista de México ha muerto, y qué hacer. Yo, aún no repuesto del duelo, he ido a mi archivo de hace años y digo a ustedes esto que, de ánimo muy distinto, redacté en ocasión del cumpleaños, uno más, del muralista de vidas y hazañas que representan la viva sustancia del país. Así lo dije por aquel entonces, y en tiempo presente lo repito hoy día:
El hombre no sabe ni puede callarse. Cuando ama, quiere que lo sepan el viento y las nubes. Cuando adora, quiere que le acompañen todas las criaturas. Si sufre, lo ha de decir sus lágrimas; si goza, lo ha de proclamar su risa; si sueña, lo ha de insinuar su canto… -A. Mansferrer-
Y claro, cuando el hombre tiene y mantiene sus afectos, los proclama también; y yo tengo la suerte de conocer y ser amigo personal de un señor que lo es por sus obras, a uno de los talentos mayores que, en mi concepto, ha producido el México actual, varón de virtudes y hombre de bien al que admiro porque lo conozco y conozco sus obras; porque lo he tratado en persona y me honro con su amistad. Se trata, sí, por supuesto, de mi Don Gabriel Vargas, señor que más allá de prestigios de hojalata que se arrogan el título, constituye el verdadero cronista de nuestra noble y leal, el visionario y amoroso observador de los fregados de siempre, y que con ellos ha creado el mural más extenso y verídico de tipos populares, mexicanos hasta la esencia del tuétano, y por eso mismo universales. Yo soy amigo de mi Don Gabriel Vargas, y ustedes han de perdonar la inmodestia…
Don Gabriel Vargas. ¿Alguno de ustedes pudiese ignorar quién es el creador y re-creador de los tipos populares que hicieron, que hacen época en nuestra cultura popular, y que ahí quedan? Vamos a ver: don Jilemón Metralla, de los primeros, y más tarde don Regino Burrón, y con él doña Borola, y Macuca, el guerejo, el Tractor, doña Cristeta la millonaria y el Susano Cantarranas, habitante del muladar, y Avelino Pilongano, poeta de pacotilla, y su madre, doña Gamucita. Por allá, en los terregales del agro, Juanón y el Guen Caperuzo, en fin, tantos como ese Ruperto Tacuche, ratero reformado al que una nata de policías induce a volver al delito. Sí, la extorsión.
Aquí me arrimo a la advocación de las entrañables figuras del barrio bajo, de la vida airada y del áspero oficio del diario vivir que integran La Familia Burrón, vivos retazos de pueblo vivo, retratos fieles del original, metáforas de ese chilango, corazón bandolero, que habitó, que habita y sobrevive encuevado en la vecindad ribereña de la Plaza del Estudiante que me dio cobijo cuando todo encandilado llegué hasta esta noble y vial. Mi Don Gabriel Vargas… (A su memoria)