¡Fui obligado a marchar!

Compañeros marchantes (de las calles y del Sistema): tercos los miro aborregarse por media calle y pienso: ¿serán algún día capaces de pensar, de esa autocrítica que los convenza de lo evidente: que tan justas son las causas que los empujan a la lucha como deleznable la estrategia que aplican? Por si de algo pudiese servirles, aquí un testimonio de la marcha que en los tiempos de Bush realizaron los cubanos por las calles habaneras, de quienes los “medios” de EU: “Los forzó a marchar el tirano”. Un cubano le dio la razón:
¡Sí, yo marché obligado!
Conmigo tienen razón cuando aseguran que los cubanos fuimos obligados a la Gran Marcha, como antes firmamos la Iniciativa de Modificación de la Constitución. Efectivamente: yo acudí presionado al Malecón, y estoy convencido de que igual les ocurrió a otros de los nueve millones de participantes de todo el archipiélago. De esa misma forma suscribí el documento,  que al final resultó avalado por millones de cubanos mayores de 16 años de edad.
Me obligaron, sí, pero no fue nadie del Gobierno ni del Partido. Me obligaron la memoria, la actualidad y el mañana. Temprano en esas fechas, Félix Varela tocó a las puertas de mi corazón. Al ilustre Presbítero lo acompañaban el Céspedes Padre de la Patria, el Generalísimo dominicano que convirtió el machete en alma independentista, el Bayardo Agramonte, el Calixto de las tres guerras y una estrella en la frente, el Maceo de fuerza en el brazo y en la mente, el Martí Autor Intelectual, el Camilo de pueblo y el Che de América.
Me obligaron los 20 mil hermanos torturados y asesinados por esbirros de la tiranía batistiana, esos mismos prófugos de toda justicia que aún se pasean por las calles de EU donde gozan de privilegios otorgados por las autoridades para detonar explosivos, atentar contra dirigentes de otros países, aumentar fortunas con el tráfico de drogas y de personas, secuestrar a niños…
Me sentí obligado por el Enero de Libertad y el Girón de Victorias, por los niños alfabetizadores en aquella gesta de cartilla y farol. Me obligó la alegría de saber que la tasa de mortalidad infantil es de apenas 6.2 por cada mil nacidos vivos. Y es que disponemos de más de 67 mil médicos a dos pasos del hogar, y de los cuales casi dos mil prestan sus modestos esfuerzos a 110 pueblos desposeídos en otras tierras del mundo…
Me obligaron los científicos de la ingeniería genética y la biotecnología, que fabrican armamentos, es verdad, pero para hacerle la guerra a plagas y enfermedades, y salvar millones de vidas en cualquier rincón del orbe. Y las sonrisas infantiles arrancadas de una muerte segura por la vacunación contra 13 dolencias curables, que flagelan a la niñez de otras latitudes.
Me obligaron los millones de alumnos en todos los niveles de la enseñanza, cada vez mejor preparados por sus valientes maestros, en más de 50 universidades, de sólo tres que existían en 1959, y en los miles de escuelas con equipos de computación, televisores y videos para las tele-clases hasta en el más recóndito rincón de nuestra geografía,
Fui obligado a marchar por los abuelos que saben de su vejez garantizada  y por las mujeres, que conquistaron su derecho a la igualdad y que en muchos frentes han sobrepasado a los hombres. Me obligó el orgullo de la Escuela Cubana de Ballet y el Cine verdaderamente nacional, real desde 1959. Y los más de 60 títulos olímpicos…
Yo marché obligado por ese Bush colocado en la Casa Blanca por el fraude de los sargentos políticos de Miami, y quien con sus discursitos volvió a ofrecerle la Enmienda Plat edulcorada a este pueblo mío que se cansó de decir yes  cuando aprendimos a no bajar la cabeza como esclavos, para impedir a tiempo que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. ¡Sí, yo marché obligado!
Pues sí, pero  los “marchantes” de mi país… (Ah, maestros.)

¡El gol es de todos..!

El hincha, mis valedores. A decir del estudioso, el  tal no razona, se limita a sentir a su club. El hincha es dogmático. Cree porque cree. Su raciocinio rudimentario escapa a la gravitación de otra fuerza que no sea su ciega pasión por su club. El hincha padece de un sentimiento de inseguridad y una carencia de identidad que lo lleva a buscar por  sobre todo la tranquilidad emocional otorgada por su total dependencia e identificación a un grupo determinado sin preocuparse por el contenido, a la vez que considera la no pertenencia a ese grupo como fuente de desdichas. Cuanto más cerrado es el círculo más inflexible es la repulsa a todo aquél que no pertenece al mismo.
A propósito, y como para ilustrar lo dicho, va aquí El hincha, que tal es el título de algún relato (¿lo conté alguna vez?) que firma el escritor argentino Mempo Giardinelli, que hoy, todavía impresionado con la pasividad, enajenación y dependencia de unas masas delirantes de pasión ante un equipo tricolor con vocación de mediocre, de acomplejado y de perdedor, juzgo que viene como dedo al anillo (mal se oyó, que es al revés),  porque delinea el retrato hablado –escrito- del fanático de un equipo de futbol. El hincha, sí, no ese espontáneo que a la manipulación patriotera del cinescopio experimenta un tan repentino cuanto pasajero fervor por el torneo internacional, sino uno que nació con vocación de Perra Brava, hombrecillo que a lo terco dedica toda una vida de fidelidad a la veneración del equipo de cuyos triunfos y fracasos se erige en héroe por delegación.
Al tal  me refiero. De ese barro fue modelado un Amaro Fuentes, el protagonista de El hincha al que Giardinelli trata con admiración y yo leo con la lástima que me produce cualquier pobre de espíritu.
En fin, que impresionado todavía por desarreglos, desfiguros y demasías que el rodar de un balón ha provocado en ciertas masas que así se dejan enajenar,  va aquí, por que nos miremos en tan patético espejo, y tal vez queramos, podamos reflexionar, lo esencial de El hincha, que arranca con la noticia: “El 29 de diciembre de 1968, el Club Atlético Vélez Sarsfield se clasificaba campeón nacional de fútbol. A la memoria de mi padre, que murió sin ver campeón a Vélez Sarsfield”. Y el inicio del cuento:
“¡Goool de Vélesársfiiil! –gritaba Fioravanti. (Aullaba el tal. Conozco su pinta.)
– ¡Gol! ¡Golazo, carajo! –saltó Amaro Fuentes frente al receptor.
Avecindado en Asunción y nostálgico  de su Buenos Aires, con el paso de los años se tornó un solitario, aferrado a una sola ilusión. La vejez le cayó encima con el malhumor, la debilidad de su vista, la pérdida de los dientes, la artritis. Como nunca había ahorrado dinero ni había sentido jamás sensualidad alguna que no fuera su amor por Vélez Sarsfield, su vida continuó plena de carencias “Su cuerpo lleno de arrugas, su pasividad, su estoicismo, su mirada lánguida y esa pasión velezana que se manifestaba en el escudito siempre prendido en la solapa del saco…”
Y que el campeonato era el único sobresalto que esperaba de la vida monótona “que sólo se justificaría si Vélez salía campeón”. Y el bloque final del relato: “¡Goool de Vélezsársfieeel..!
Amaro, llorando, sintió que jamás nadie había interpretado tan maravillosamente como Fioravanti la emoción de un gol. Vélez se clasificaba, por fin, campeón nacional de fútbol. Pocos segundos después de ese cuarto gol, cuando estaba por finalizar el partido, Amaro estaba de pie. (Lo mejor, en el próximo.)

Nostalgia de México

El México que vivió con un pie en el XIX y el otro en el XX, que algunos nostálgicos, memoriosos,  logramos entrever en la historia patria o en antañonas películas. El México del miriñaque, la crinolina y el polisón; el de los personajes reales e imaginarios tan siniestros como don Porfirio o tan vernáculos como aquel don Nicolás Zúñiga y Miranda, su eterno rival en esa hoy apodada a lo cursi “la fiesta cívica de las urnas”. Cruza también la pantalla de las más añejas películas del cine nacional ese viejo rabo verde llamado don Susanito Peñafiel y Somellera, que en las tandas del Principal y vestido de marinerito entonaba, patiño de la tiple principal: “Carlos Truchuela y Quiroz”.Qué tiempos los del México antañón de las señoritingas y los lagartijos. Ay, qué tiempos, señor don etc…
Existió por aquel entonces un personaje de nombre mi don Joaquín de la Cantolla y Rico, conquistador de los aires, que en ellos abrió veredas, y cuyas hazañas en globo aerostático mantenían arrobados tanto a la gente decente como al peladaje. Y es que en cada ascensión don Joaquín arriesgaba su vida, y ya su temeridad habíale costado uno de la cara, que suplía con una canica de mucho primor. En uno de tales viajes aerostáticos ocurrió, según consta en cronicones de época, lo que aquí se consigna, por más que a lo apócrifo, caprichoso y atrabiliario:
Aquella media mañana hervorosa de sol, al son de dianas, voleo de campanas y vítores, el aguilucho se alzó en su artefacto sobre los llanos de Balbuena, y sí, en un principio aquello marchó viento en popa, que todo es popa en un globo aerostático. El artefacto mecíase sobre las corrientes del aire mientras el intrépido tuerto, aventurero corazón, enfilaba rumbo al centro de la noble y vial;  abajo quedaban hurras, aplausos y la banda de la gendarmería (banda de hacer música, no de perpetrar extorsiones, asaltos, secuestros y violaciones). Desde lo alto, chistera en mano, el intrépido saludaba con leves inclinaciones de testa. Qué bien. Pues sí, pero en eso,  de repente…
Ahí el bandazo de viento contrario, arremolinado, y el descontrol, un crujido, un zigzag, y al suelo el globo aerostático. Mi don Joaquín fallaba una vez más en su propósito de surcar los aires por sobre la plaza de armas, y entre el desgranar de bronces de exultante clamoreo  desplegar en lo alto la bandera tricolor. Un viento cruzado había herido el flaco izquierdo del armatoste (flanco que en todos los armatostes es el más vulnerable, si exceptuamos  el de los “chuchos”  oportunistas  de Nueva Izquierda). Al  chiflón la estructura  se zarandeó y agitóse la quilla mientras allá abajo, en el palacio de gobierno y con su banda de Lascuráins, Landas y Escandón y Ladrones de Guevara (y de presentarse la ocasión también  de presupuestos), Don Porfirio  continuaba a la espera de la hazaña náutica…
Ahora, en su catre, ya vuelto en sí, el De la Cantolla y Rico quejábase blandamente, pasaba la lengua por unos labios resecos. Intentó incorporarse. “¿Por qué tantas madres?  ¿En dónde estoy?”
–  En el sanatorio de las agustinas. ¿Cómo se siente? –el doctor.
Bajo las sábanas, el paciente se toqueteaba clavículas, esternón, costillares; luego tentaleábase las entrañables zonas abajeñas, donde los varones de pro sostenemos en su nidal esos que ya perdidos no hay canicas que los sustituyan. Reprimiendo un quejidillo: “¿Y mi globo aerostático, doctor?” (Sigo mañana.)

Duelo

Un varón de virtudes ha muerto, mis valedores. Falleció Don Gabriel Vargas. ¿Falleció? No, que ha de vivir lo que viva su obra. Mi Don Gabriel, personaje al que más he estimado, al que tanto le quedo a deber en moneda de enseñanzas, de aliento y estímulo en mi oficio de fabulador, todo esto con la lectura de sus crónicas fulgurantes (para quien sepa leer), así de espíritu urbano como de aliento rural. Allá, en mis terrones, La familia Burrón me dejó entremirar un barrio de hechizo y encantamiento que me impulsó a mudarme a esta noble y leal, donde amansé la nostalgia de mis derrumbaderos con la lectura de caracteres, aventuras y ambiente rural recreados por Don Gabriel Vargas. Ya más tarde, suertudo que soy, fui su amigo personal y de su doña Guadalupe, y no digo más. Pero las noticias juran que el cronista de México ha muerto, y qué hacer. Yo, aún no repuesto del duelo, he ido a mi archivo de hace años y digo a ustedes esto que, de ánimo muy distinto, redacté en ocasión del cumpleaños, uno más, del muralista de vidas y hazañas que representan la viva sustancia del país. Así lo dije por aquel entonces, y en tiempo presente lo repito hoy día:
El hombre no sabe ni puede callarse. Cuando ama, quiere que lo sepan el viento y las nubes. Cuando adora, quiere que le acompañen todas las criaturas. Si sufre, lo ha de decir sus lágrimas; si goza, lo ha de proclamar su risa; si sueña, lo ha de insinuar su canto… -A. Mansferrer-
Y claro, cuando el hombre tiene y mantiene sus afectos, los proclama también; y yo tengo la suerte de conocer y ser amigo personal de un señor que lo es por sus obras, a uno de los talentos mayores que, en mi concepto, ha producido el México actual, varón de virtudes y hombre de bien al que admiro porque lo conozco y conozco sus obras; porque lo he tratado en persona y me honro con su amistad. Se trata, sí, por supuesto,  de mi Don Gabriel Vargas, señor que más allá de  prestigios de hojalata que se arrogan el título, constituye el verdadero cronista de nuestra noble y leal, el visionario y amoroso observador de los fregados de siempre, y que con ellos ha creado el mural más extenso y verídico de tipos populares, mexicanos hasta la esencia del tuétano, y por eso mismo universales. Yo soy amigo de mi Don Gabriel Vargas, y ustedes han de perdonar la inmodestia…
Don Gabriel Vargas.  ¿Alguno de ustedes pudiese ignorar quién es el creador y re-creador de los tipos populares que hicieron, que hacen  época en nuestra cultura popular, y que ahí quedan? Vamos a ver: don Jilemón Metralla, de los primeros, y más tarde don Regino Burrón, y con él doña Borola, y Macuca, el guerejo, el Tractor, doña Cristeta la millonaria y el Susano Cantarranas, habitante del muladar, y Avelino Pilongano, poeta de pacotilla, y su madre, doña Gamucita. Por allá, en los terregales del agro,  Juanón y el Guen Caperuzo, en fin, tantos como ese Ruperto Tacuche, ratero reformado al que una nata de policías induce a volver al delito. Sí,  la extorsión.
Aquí me arrimo a la advocación de las entrañables figuras del barrio bajo, de la vida airada y del áspero oficio del diario vivir que integran La Familia Burrón, vivos retazos de pueblo vivo, retratos fieles del original, metáforas de ese chilango, corazón bandolero, que habitó, que habita y sobrevive encuevado en la vecindad ribereña de la Plaza del Estudiante que me dio cobijo cuando todo encandilado  llegué hasta esta noble y vial. Mi Don Gabriel Vargas… (A su memoria)

Choriceros

– ¿Le gustó el chorizo, mi valedor?
Del delgado al grueso venía maromeándome el tal, y aquellos regueldos, y semejante náusea. Que de Toluca volvíamos, les conté ayer, yo con mi única en el asiento de atrás, el Chillo manejando el coche y a su lado, durmiendo la borrachera,  mi primo el Jerásimo, licenciado del recién resucitado Revolucionario Ins. Noche cerrada.  De repente el de casco y forifai nos marcó el alto, y ya de regreso al compacto el Chilillo,  después de bajarse a parlamentar:
– Jijo de su rechintola, ¿de a cuánto calculan que me salió la mordida?
Y aquello fue recitar, uno y uno,  el catálogo de los más escandalosos corruptos, políticos y de la iniciativa privada. Habló mi Nallieli, silenciosa hasta entonces: “¿Sólo en ellos se ubica la corrupción? ¿Nosotros, los ciudadanos, todos honrados?”
Válgame. Silencio. Yo, aquella nausea. El Chilillo, el acelerón: “Muy cierto. ¿Cuánto creen que me sacó por la calavera el de la refaccionaria? No, y el abogado, que para hacerme el paro con un broncón quería sacarme unos miles “para aceitar la justicia”, siendo que era a la ñora de uno de sus clientes a la que se quería aceitar”. ¿Saben lo que me dijo el de la funeraria ahora que se finó mi aguelita? “Cuánto lo siento, señor”.
Mi única esbozó el retrato hablado de las masas sociales: “A partir de este lunes dieta rigurosa y gimnasio todos los días”. “Se lo entrego el jueves, sin falta”. “Sin falta te pago mañana”. “A mitad de precio, por ser para usted”. “Le quedó que ni pintado”. “No, mami, no me dejaron tarea”. “Ay, mami, cómo crees; si también van a ir sus papás”.  “Los mejores lugares. Centro, primera fila”. ¿No somos así?
– ¡Así somos! -me animé-: “Yo soy pero que muy derecho”. “Palabra de honor”.  “Esta vez va derecho”.  “La que me pasé fue la preventiva”.  “Yo venía como Dios manda, por mi carril”.  “La del estribo y nos vamos”  “Esta fue la última de mi vida. Yo el tequila nunca más”. “Me quiebro, pero no me rajo”. ¿No ven que me estoy..?”
Muriendo, iba a agregar, pero aquel sudor frío.  La náusea en la boca del estómago me calló la boca de la cara. Vulgar, el Chilillo: “Sí cierto: “Yo soy de una pieza”. “Yo te lo juro que yo no fui”. “Andale, reinita, que no te va a doler”. “Claro, luego nos casamos”. “Tú fuiste el primero y serás el último”. “Me extraña, si yo nunca antes había fallado”.  “Aquí la queremos mucho, mamita suegra”.  “Guerito nos salió el bebé, mi negro. La voluntad de Dios…”
– ¿Y esta comunidad descompuesta (mi única)  tiene cara de reclamar a los corruptos del Poder? ¿Nuestra conducta sí se rige a moral personal, a moral pública?
– ¡Señito, que me ofende al compararme con los Diegos del gobierno!
– ¿A mí en cuánto me salió la consulta con el doctor Sanjurjo, Nasllieli?  ¿En cuánto las medicinas que me recetó? ¿Y? Todo valió para puro Sanjurjo, que ahora mismo vengo muriéndome. (Y por borrar la exageración:)   “Bueno, ¿y por qué fue la extorsión del de Caminos?”
– ¡Móndrigo, quezque nomás porque los documentos no están a mi nombre! ¿Cómo canacos, si la tartana no es mía?
– ¿No? ¿Entonces..?
– De un cliente. Me la trajo hace un par de meses para que le arreglara las luces, y mire a qué horas le volvieron a fallar.
– Si el coche no es suyo, ¿cómo es que lo trae en servicio?
– Probándolo. Dos veces que me lo llevo a Acapulco, y hasta orita le vino a fallar el chinche fusible de la calavera izquierda; como nomás lo forré con papel de caja de cigarros,  pues…
Yo me quedé pensando. Paisas. (Ah, paisas…)

Volvíamos de Toluca

De Toluca regresábamos en el compacto gris. Yo, con mi Nallieli, en el asiento de atrás; adelante, mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., y al volante el Chilillo, por mal nombre Martín, que amablemente se ofreció a transportarnos. “Total, que yo también tengo que ir a Toluca a refaccionarme de chorizo. ¿Le gusta el chorizo, bigotón?”
Ya de regreso nos acercábamos a esta muy noble y vial cuando en eso, de repente, ¡Cristo Dios, el altoparlante! Primero un soplido, dos, y en seguida, vozarrón gargajoso: “¡Ese del “carro” chocolate,  ¿qué no oye? ¡Oríllese pa la orilla!”
– ¿Y ora qué, cuál es el SIEDO? ¿O es la Policía de Caminos?
Y que el Chilillo mete el frenón, se baja, se aleja unos pasos y se enfrenta al del de casco y forifai. Observé el elocuente lenguaje de manos que se alzan, se abaten, se empuñan, amenazan con rasguñar; de unos brazos que se abren, se cierran, se engarrotan, se cruzan como chavo de aquí a la vuelta; de unas testas que asientan, deniegan, se arrojan como al impulso de la tarascada. Reunión en la cumbre y en pleno proceso de cabildeo. Cedo, no cedo, concedo, transijo, regateo, llego al acuerdo. A querer o no. Diez, quince minutos más tarde, el “chocolate” volvía a tragar asfalto. A pino fresco, el aroma de La Marquesa. Ahí nomás, tras lomita, las luces de la ciudad. México…
– Jijos de su repelona, con perdón aquí de la seño Nallieli. ¿Cuánto creen que me bajaron los jijos de la rechintola? Un buen billelle que me bajaron. Ah, patrulleros, de veras que esos ni a madre llegan, y otra vez me la va a perdonar, señito. Pura transa, pura corrupción, y a fregar al que se deje, qué país…
– No, ¿y qué me dice de los burócratas, intervine. Meses me he pasado yendo a Toluca a cobrar el costo de la conferencia que impartí sobre la honradez del mexicano, y ya ve: volver con la frente marchita, sin un mísero cacho de chorizo.
– ¿Pero al cargar a burócratas y policías todo el peso de la corrupción del país no están siendo injustos?”, terció mi Nallieli.
Claro que no, y no nomás los burócratas. Ahí, dúo dinámico, el Chilillo y yo desgranamos todo el rosario de la corrupción, que cualquier mexicano se sabe de memoria y de corrido es capaz de recitar.
– Comenzando con la segunda esposa de ese al que le apesta El  Tamarindillo,  con los Amigos de Fox y esos hijos de toda su reverenda Marta,  sus trafiques impunes.
¿Y dónde me deja los carteles familiares de los Salinas,  Arturo Montiel, con todo  y Maude y el Peña Nieto que cuando empleado gubernamental le alcahueteó sus transas?
Ahí se mentó el Fobarpoa-Ipab y la enajenación de la banca al capital extranjero, el Pemexgate con todo y Aldana y Romero Deschamps  la fortuna ilícita de  la Gordillo y demás gordillos antes flaquillos, que se han maiceado en el ejercicio del Poder, y hablando del Poder  qué me dice del que haiga sido como haiga sido…
Mientras nosotros nos arrebatábamos la palabra, mi Nallieli, en silencio, escuchando. “Un cochinero de politicastros, traigan encima  la divisa que traigan.”  Y fue entonces. Mi única:
– ¿Pero corrupción tan  sólo entre los burócratas, los policías y los funcionarios gubernamentales? ¿No existen otras zonas del país donde se ubique la corrupción? ¿Cargarle todas las culpas a los asaltantes de camino real?
– De autopista, querrá decir, señito.
– ¿Qué? ¿Acaso en todas las masas populares no se advierten evidencias de corrupción?
Ah, caray. Me puse a reflexionar y entonces: válgame, que recordé mi experiencia personal. (Esa, mañana.)

El pueblo inocente

La razón, mis valedores, no podría definirla, pero ocurrió que aquel pasaje de alguna novela de Rubén Romero me atacó a mansalva ayer noche, y a lo obsesivo me rebulló en la mente para terminar perpetrando fulminante insomnio. Me refiero a un cierto incidente que  relata Romero y que según lo evoca mi mente va más o menos así:
“Era yo un joven despierto, audaz, novelero. Aquel día mi padre entró al corral y con semblante preocupado me comunicó la novedad: se rumoraba que en la capital del país había estallado la revolución de Madero, y que por estos rumbos se habían ubicado espías federales. Yo –poca delicadeza del novelista- me levanté (estaba acuclillado) y amarré el cordón de los calzones”.
Y que a la posibilidad de la aventura le latió fuerte el corazón, y ahí la respuesta de joven que, aburrido en el poblacho, ventea nuevos vientos para cambiar de rumbo su vida: “Yo, revolucionario de chisguete, me junté con diversos de jóvenes de mi camada, y armados con unas viejas escopetas enfilamos al puente donde tendrían que pasar los federales”.     – Allí vamos a afortinarnos, dije, dirigiendo la operación.
– ¿Y esos? ¿A dónde se dirigen en bola?, preguntaban los curiosos.
– Al puente, a fornicarnos, respondía uno de los gañanes.
Y que sin saber cómo ni por qué, los bisoños ya habían  detenido a algún militar desbalagado, un coronel que, ajeno a cualquier revolución maderista, pacíficamente se dirigía a la población. Lo toman preso y lo encierran en alguna troje, con centinela de vista. “Prepárese, que va usted a ser pasado por las armas”.  El desdén del uniformado los sacó de balance. “Ah, jovencitos, conque me van a fusilar…”
Y así pasó un día, y pasaron varios más, y entre los novatos el conciliábulo: ¿qué hacer con el coronel? “Fui y en la cárcel improvisada me entrevisté con él. La revolución ha decidido conmutarle la sentencia de fusilamiento. Tendrá usted prisión perpetua”.
– ¿Que qué? ¡Nada de eso, no estamos jugando! ¡Ustedes me fusilan!     Y les volvió la espalda. Se azozobraron. La actitud desdeñosa del militar los desconcertaba. De la capital, ninguna noticia de ninguna revolución, y el prisionero se tornaba una carga. Nuevo conciliábulo, y…
– Coronel, hemos decidido revocarle la pena.
– Nada de eso. A mí me fusilan, o pobres de ustedes.
Los revolucionarios de utilería se reunieron, discutieron, deliberaron cómo salir del compromiso de la manera menos desairada posible, hasta que aquella tarde: “La revolución ha decidido dejarlo en libertad, coronel. Puede usted retirarse”.
– ¿Que qué? ¿Retirarme?  No, jovencitos. Ustedes me fusilan o se atienen a las consecuencias. ¡Se los exijo!
– Váyase, coronel.
– ¡Yo fui sentenciado a muerte y ustedes me tienen que fusilar!
– Váyase, coronel, nosotros lo perdonamos.
– ¿Y ustedes qué diantres me tienen que perdonar? ¡Soy su prisionero de guerra, fui condenado a muerte, y exijo que se cumpla en mí la sentencia!
Embarazosa situación: “Coronel, por vida suya, tenga piedad, váyase”. La puerta abierta de par en par, le imploraban: “Por piedad…”
Tal fue, en versión libre, el relato que anoche me desveló, porque, a ver: ¿fue un coronel al que los bisoños se atrevieron a secuestrar? ¿No sería algún perverso abogado político? ¿No habrá ocurrido que los novatos, al percatarse de la serpiente que se echaban al seno, se aterrorizaron a la vista de sus colmillos, rebosantes de un  veneno para el que hasta la fecha no existe el antídoto?  A saber. Hace tanto que leí la novela. (En fin.)

Lástima de oro…

Una coraza de oro, un blindaje de oro… ¡Kilos de oro!
Rodolfo Fierro, mis valedores. El sanguinario al que aluden escritores de temas revolucionarios como Rafael F. Muñoz  y Martín Luis Guzmán, el primero en Oro, caballo y hombre, y en La fiesta de las balas el autor de Memorias de Pancho Villa, donde se afirma que Fierro sacrificó en aquel recinto de altas bardas hasta a 300 carrancistas. Que el gatillo de las armas lastimó los índices del carnicero, todo un general de la División del Norte…
Rodolfo Fierro, el personaje de la más  negra y roja leyenda entre los hazañosos Dorados de Villa. Fierro, que en sus 35 años de vida cegó 35 vidas multiplicadas hasta la alucinación y del que  Rafael F. Muñoz  traza el retrato hablado:
“”Sombrero texano arriscado en punta sobre la frente, tal como lo usan los ferrocarrileros, los del riel. Rostro oscuro, completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo como si fueran garras de águila”. Muchas consejas y alguna crónica cierta en derredor de su muerte.
Fue un día señalado aquel 13 de octubre de 1915. El revolucionario cabalgaba con sus tropas y al paso de la montura se enfrentaba al frío vaciando una de tequila. Fue entonces cuando la comitiva arribó hasta la orilla de cierto lago artificial conocido como Laguna de los Mormones,  que los lugareños utilizaban para regar las tierras labrantías al oriente de Nueva Casas Grandes, Chihuahua, y aquí la desmesura, la temeridad enfermiza del hombre curtido a riesgos, peligros y hazañas con las que el inseguro arriesga la vida en el intento de mostrar y mostrarse “muy macho”:
Que el corazón de la charca medía cinco metros de profundidad. Que en cuestión de minutos un jinete sobrecargado de oro como iba él  podría bordearla sin peligro alguno. Pero el alarde del pobre de espíritu que en tan poco valora la vida: “Este es el camino para los hombres que sean hombres y que traigan caballos que sean caballos”, y al decirlo clavó espuelas a su yegua alazana, que se hundió en el lago pantanoso. Fierro regresó nadando, y reía: “Ya me mojé, y ahora pasamos porque pasamos”.
Y montó a pelo una yegua prieta, que al no hacer pie y enredarse en los yerbajos del fondo comenzó a hundirse. “Cómo de que no pasamos. Síganme”, ordenó, y esa fue la última orden del general Fierro, porque después sólo se le escuchó aquella oferta desalada:
– ¡Una reata! ¡Echenme una reata! ¡Una bolsa a cada uno que me ayude a salir..!
La bestia había maromeado  y lanzó al jinete debajo. Desde la orilla, los del contingente vieron flotar un sombrero tejano.
“La columna continuó su marcha en la nieve, y al ponerse el sol acampó en un bosquecillo cercano. Tronchando ramas de pinos y cedros los villistas medio barrieron en algunos trechos la nieve, bajo los más grandes árboles, y se acostaron a descansar”.
– Lástima de oro,  comentó alguno de ellos.
– Lástima de caballo, dijo algún otro.
Y que del individuo ninguno lamentó lo ocurrido. Mis valedores: ese Tartufo desapareció con todo su oro, poderío y éxitos conseguidos con malas mañas. Desapareció con sus transas, claudicaciones y prevaricaciones, su codicia y voracidad frente a un Sistema de poder que lo colmó de prebendas. Desapareció con su bilis y sus dicterios contra enemigos políticos. “Lástima de oro”, dicen de él sus malquerientes. Legiones de ellos. Y no más. (Lástima…)

Orgullo del mediocre

El hincha del futbol, mis valedores. Va aquí un esbozo del retrato hablado de ese pobre de espíritu que,  obediente al mandato de la TV,  ya tiene su mente en Sudáfrica. El entusiasmo por un equipo, el uso de unas insignias, un determinado color,  los gritos a coro, son una compensación para aquél cuya vida, en lo social e individual, es de vacío y lobreguez porque una sociedad opresiva lo ha despojado de todo significado. El psicólogo social:
“El hincha es casi siempre un asalariado, por ello mismo  mantenido siempre al margen del poder y que formó su propia élite de pequeños fracasados e impotentes:  la élite de los hinchas”.
Del antisemita asegura Jean-Paul Sartre esta frase que con toda propiedad puede aplicarse al hincha de un equipo de futbol:
Tiene el orgullo apasionado del mediocre…
El orgullo del mediocre. Ganamos, anotamos un gol, dice el tal, y no se ha movido del graderío o sigue viendo el partido frente al cinescopio. Ganamos.  Esta identificación con “su” equipo significa que aunque no toca una pelota puede, como hincha de “su” club, ejecutar, apropiarse de las acciones del jugador en la cancha, y así hacerse la ilusión de que ha conjurado la angustiosa soledad en que vive y pasa a formar parte de una multitud; niega la imposibilidad individual de actuar a que lo somete el Sistema y se satisface con las “hazañas” ajenas; se enorgullece de minimizarse, de no ser nada frente a su club, que lo es todo. A propósito, aquí el borbollón de alardes del héroe por delegación. Hace algún tiempo recibí este soberbio retrato del hincha que lo exhibe en su talla cabal de mediocre irredento. ¿No resulta inaudito que un humano como todos nosotros pueda haber redactado -¡y enviado por correo electrónico!- esta muestra grotesca de la enajenación, la pequeñez y la dependencia que puede alcanzar un pobre de espíritu? Júzguenlo.
“¡Ya lo pueden gritar! ¡Somos campeones! Millones festejan, millones lloran, millones se abrazan…
Este título es nuestro y no lo íbamos a regalar. La afición respondió. Más de 110 mil almas no perdieron la ilusión ni por un segundo.
El primer tiempo fue duro, difícil, peleado, intenso y sin goles…  el CAMPEON no pudo descifrar la defensiva rival con 2-0 en contra.
Para el segundo tiempo todo cambió. “¡Vamos, América!” La gente se puso de pie, empezó a cantar, a saltar y a agitar sus banderas y playeras. ¡En el aire se podía respirar el gol del CAMPEON, ese gol que habíamos esperado tantísimos años y que estaba aguardando por que alguien se pusiera el traje de héroe para anidarlo en las redes y hacer que medio país gritara: ¡CAMPEON!
Y sucedió, ¡la gente lo empató! Sí, lo empató con ese apoyo impresionante que le enchinó la piel a todos los presentes. La gente empató el marcador en cuestión de pocos minutos. Toda una fiesta, todo un carnaval que a muchos nos durará.. ¡toda la vida..!
El himno americanista coreada y cantada (sic) por todos los presentes, al igual que el Dale, campeón, dale, campeón, seguido del Palo palo palo, palo bonito palo ehh, ehh ehh ehh somos campeones otra vez.
La fiesta no terminó y no terminará durante mucho tiempo. ¡Toda la vida! El AMERICA ES CAMPEÓN y ahora sí, ¡¡¡Haber (sic) quién nos aguanta!!!
VENGA CAMPEONES, FESTEJEMOS QUE ESTE TITULO YA ES NUESTRO!!! AMERICA, EL MAS GRANDE!!! EN TÍTULOS  HABER QUIEN NOS ALCANZA!!!
GRACIAS A TODOS LOS QUE NOS DIERON ESE TITULO! YA SON HÉROES!!!”
¿Y ustedes, mis valedores? ¿Ya pensando en Sudáfrica, como ordena la tele? (Puagh.)

Migajeros

El clásico pasecito a la red, mis valedores, esa locura colectiva mañosamente inducida por los logreros de la televisión. Que el sábado anterior, como en encuentros previos, el Tricolor se exhibió de  irremediable mediocre con su futbol de masquiña, de pacota vil. ¿Y? ¿De sus millones de fanáticos quién le está exigiendo calidad? En este país la reacción de un enajenado del futbol es la del esperanzado de cada seis años, siempre  renuente a pensar: bueno, sí, el presidentito este valió pura madre, pero a ver si el próximo. Esas  ganas de creer. (Véanse en ese espejo.)
Abandonados, desatendidos por el gobierno, los pobres han caído en manos de la televisión.
“Más allá de lo estrictamente deportivo (Ponce Bustos el pasado lunes), este evento tiene implicaciones económicas muy importantes, de distinta índole”.  Que se van a adquirir nuevos televisores y a consumir más Coca-Colas. ¿Y el consumo del licor? ¿Y el incremento en el número de  borrachales?
Muy cierto: que el futbol es rey, dios,  dictador,  emperador, moral, enfermedad, negocio y política. Todo, menos un deporte. Quién podría imaginar la alucinación colectiva que significa meter en un mismo recipiente un kilo de café, una virgen de marco dorado, una pobreza creciente, un gobierno opresor y un balón, todo ello manipulado hasta el punto del delirio colectivo en el calor de los tristes trópicos.
Leo Zuckermann: “La televisión ha convertido el futbol en una gran telenovela. Cada equipo es una telenovela. Es una historia interminable sin final feliz o triste. Hay momentos de alegría eufórica y de angustia depresiva. La historia de siempre continúa…”
Aquí, la certificación. Aquella vez el Tricolor fue vencido (un penal), y más allá del ridículo, el merolicronista derramó sus lágrimas de glicerina: “Los dramáticos perfiles del futbol -triunfo y derrota, sudor y lágrima, plenitud  y sufrimiento- se sucedieron ayer, como el deshojar de los árboles en el pálido otoño (bájale). Crepitación de anhelos y angustias, clamores rotos por la emoción, sentimientos tan claros como el agua y tan profundos como el abismo; voces argentinas y cascadas en un mismo orfeón; el penaltie, verdugo implacable; el gesto del vencedor, el visaje del derrotado; la tristeza, mohín insoslayable; el gol, ese martillo que hecho grito penetra el cielo. En los jugadores distinguí una lágrima… (mira, mira.)
La pasión inducida no tiene noción del ridículo:  “Intercesión divina. El Niño de los Milagros de la iglesia de San Miguel Arcángel, en Tacuba, es el jugador número doce de la Selección Mexicana de Futbol. Una playera verde, short blanco, calcetas rojas y tenis fueron confeccionados para vestirlo de seleccionado”.
Sin noción del ridículo: “A casi 200 años del movimiento encabezado por Miguel Hidalgo, con el estandarte de la Virgen de Guadalupe por delante, los cruzazulinos siguen su ejemplo para vencer a sus rivales. La unidad, la fe y la solidaridad se debió en gran parte al catolicismo que practican y su creencia en la Virgen Morena. ‘Como todos los mexicanos, nosotros somos guadalupanos’. El gol regresó desde que la Guadalupana está formada entre ellos al entonar el Himno Nacional. ¡Cruz Azul llegará a la final gracias a la Virgen de Guadalupe!”
Pero lo grotesco no es monopolio del Cruz Azul:  “Esperamos que Dios sea atlantista”. El Atlante fue vencido por el Santos, cuyo entrenador: “¡Dios sí existe. Dios está con nosotros!”
El testimonio del “hincha”, mañana. Estremecedor. (Júzguenlo.)

La Perra Brava

El futbol educa a las masas para la pasividad, para la enajenación y la dependencia, para  la no acción, la no participación en la vida pública.
Esta vez la psicosis colectiva del clásico pasecito a la red, ese fanatismo inducido desde el cinescopio o la pantalla de plasma  por un mañoso Sistema de poder que así mantiene a las masas domesticadas en la ignorancia, la pasividad, la dependencia y la mansedumbre (y al fin de todo, el licor.) Quién pudiese imaginar que con un nivel de juego así de mediocre, que con semejante futbol de masquiña se lograse trastornar a una Perra Brava amansada y aborregada, cruel contrasentido,  frente a la voz de su pastor, un merolicronista  histriónico que a alaridos, como a jeringazos de viagra, mantiene erguido el fervor del rebaño: ¡Y goool..! (Salucita.)
Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas como hablarían de una escuela pictórica, pero no debemos engañarnos: tan sólo se trata de crear una seudo-cultu7ra basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Simulan un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego.
Y ahí ese delirio popular que, a decir psicólogo social,  es el arma  de los impotentes, que cuando despierta en alguna parte del mundo es para anunciar crisis, miseria, desprecio por el humano. Lóbrego.
Lágrimas de glicerina en la página deportiva:
“Manojo de interrogantes bañado por la cristalina corriente de la esperanza… Dubitativos, los verdes han causado enfado… y triviales, conducen a la angustia… Y válgame Dios, que de ahí al llanto existe sólo una lágrima… (Mira, mira.) El director técnico tiene fe y la distribuye… con palabras que desbordan las márgenes del río de la seguridad para bañar las riberas del optimismo. Se sueña con el gol. Está por venir, confiamos, un instante de luminosidad…”
Y dóciles hasta la abyección, unas masas con vocación de Perra Brava  van a  caer y recaer en los alaridos del histrión merolicronista que, alquilón del Sistema,  convierte al fanático en “héroe por delegación”. ¿Los del poder, entretanto? Ellos no son aturdidos; ellos practican el  deporte: gimnasio, natación, equitación,  tenis, cricket, polo, golf, en fin. El futbol como espectáculo se destina al asalariado, donde sólo juega el papel de mirón, como espectador de hazañas deportivas ajenas. Y a gritar con el merolicronista; a soltar alaridos en el graderío del estadio, uno de gratis y el otro con cargo al patrocinador, que ya habrá de desquitarse cuando vayamos al “super”. Mis valedores…
En la pasión que hierve en los estadios de futbol entran en combustión, íntegras, todas las fuerzas de la personalidad: sangre, “religión”, vísceras, política, represiones, nacionalidad y estrechos nacionalismos, amazacotados con frustraciones y aborrecimientos, odios y amores fallidos y anhelos de éxitos imposibles,  todo en los límites del delirio en la monstruosa fisonomía pasional de cien mil seres encapsulados en un estadio de futbol. Lo asegura el psicólogo social: el deporte, en el sentido de espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita, cuando menos, una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad, heroísmo,  a fin de que  no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.
Patético. (Sigo después.)

Atenco, Tejupilco, electricistas…

¡Que se cuiden las espaldas esos perros, porque mañana, y hoy mismo, el muerto será uno de ellos! ¡El pueblo tiene licencia para machetear a cualquier militar, policía o granadero!
Ese era el grito de exasperación que lanzaron los pobladores de Atenco aquel cuatro de mayo del 2006, cuando sólo bastaron el comercio de unas flores, una pradera reseca y la chispa repentina para incendiar una hoguera cuyo rescoldo aún no cesa. Recuerdo, a propósito, el caso de Tejupilco, Estado de México, con la foto del hombre que camina por alguna de las calles del caserío como un paisano cualquiera de cualquier poblado de mi país. Pero no…
Pero no, que detrás del nativo se observa un fondo de humazo y llamas, destrucción y sangre derramada: dos policías y un civil muertos y más de 60 heridos, saldo del enfrentamiento suscitado entre miembros de seguridad pública del Estado y militantes de algún partido político que protestaban contra el fraude electoral y mantenían un plantón frente al palacio municipal…
En la foto, un edificio en desgracia: puertas desencajadas, macetones quebrados, vidrios hechos pedazos y por el suelo semejante regazón de piedras, ladrillos, garrotes, cuajarones de sangre oreada. Atenco, Tejupilco, Mineros de Cananea, Sindicato Mexicano de Electricistas, desempleados. México.
Tres fotos más certifican la violencia del choque entre pueblerinos y granaderos que arruinaron el inmueble municipal. El del arma en la diestra va caminando y se mira dispuesto a todo. Pacífico desde el estallido de 1910, cuánto lo habrán azuzado para que  haya estallado, por fin,  en Atenco, en Tejupilco, en qué sitios más. Cuántos sexenios de corrupción lucrativa e impune, cuántos gobiernos adversos al paisanaje, qué de promesas siempre incumplidas, qué de agravios no habrá tenido que cargar el paisano sobre los lomos para que, de repente, se haya decidido a afianzar esa 22 de cañón recortado, y ande a estas horas con la sana intención de no dejar gobernante títere con cabeza..
Por lo pronto, lástima, ya sembró en el camino a ese de uniforme, polainas, casco y garrote de granadero. El de las fuerzas represivas ahí quedó, boca abajo, en un charco de sangre, y qué coincidencia: el victimado pudiera haber sido, él también (morenillo, lampiño, jetón, quizá un diente de oro) pariente cercano del victimario. Miro la foto. Entereza sombría, sobrecogedora, la del paisa de Tejupilco, la del atenquense, ¿la del electricista arrojado a la calle? Pienso…
¿Durante cuánto tiempo podrán todavía los sobrones del gobierno mantener a raya la iracundia del de Tejupilco? Y de no creerse, mis valedores: solo y su alma por la calle, el morral al hombro, se advierte tan manso el paisano. Pero no, que cuando ya le colmaron la medida cuidado, que en el mapa nacional hacen guiños ominosos los focos rojos. Cuidado. Las armas nos dañan a todos y no son la vía de ese cambio que nos urge a las masas. Cuidado. Mis valedores…
Miro la foto del granadero muerto en Tejupilco, y me quiere doler. Pero observo a aquel otro de las botas cuarteleras cuando descarga el brutal toletazo en los lomos de la mujer del rebozo. Ella, tan joven, tan delicada Y entonces, pues…
San Salvador Atenco, Cananea, Sindicato Mexicano de Electricistas, Tejupilco. La pradera está seca. ¿Y nosotros? ¿Viajando a Washington?  ¿Brindando porque la “ridícula minoría” del narcotráfico se está eliminando a ráfagas de metralleta? El hombre de Tejupilco se advierte exasperado. Y a punto de echar a andar.  (¡Cuidado!)

Tula, mi madre

En fin, que el festejo inducido quedó atrás. Atrás se quedaron el beso, el abrazo, el regalo envuelto en papel celofán. Yo, mis valedores,  no agasajé  a mi madre, que hubiera sido agasajar, al trascuerno, a los comerciantes. A mí me la celebraron. La crónica:
Diez de mayo. Noche cerrada. De milagro alcancé el metro Indios Verdes en su corrida final del día. Acunado en mi asiento me deleitaba a la idea de tenderme en la cama y morirme unas horas. Bostecé, desplegué el vespertino. “Este año medio millón de empleos”. Qué bien. Música para mis oídos, el optimismo del chaparrito. Me adormecí. Y aquella música. De cámara. Barroca. ¿Una romanza medieval? Hice un esfuerzo y fugándome del sueño los entreabrí. No, no era música producida por el optimismo oficial, sino por esos músicos ambulantes. ¡Y ejecutaban aquella dulce balada de la Europa medieval! Me despabilé…
¿El por qué del asombro? Por la metamorfosis que se puede advertir en el arte musical del metro. En anteriores sexenios, el viejo resquebrajado con una ciega guitarra, o al revés, voz de gargajo: “Gabino Barrera – no entendía razones – andando en la…” Sexenios después, el desempleado, haciendo de tripas acordeón: “Ay, quiéreme –  porque ya logré ponerte…” Más tarde (la necesidad), dos estudiantes, flauta y guitarra: “El cóndor pasa”. Después el trío, el cuarteto. Hoy, con el presidente del empleo, todo un conjunto de cámara, con director, ejecutantes e instrumentos de época. Hasta parecen del Conservatorio, pensé, y  al de la batuta. “¿Pueden ejecutar algo de Bach?” El del violín, arete en la oreja: “No le haga caso al bigotón, maestro, que  hasta con la batuta puede perder. Y el boteo, mire, la gente se baja sin cooperar”.
– Y en pleno vagón del metro utilizan violín y clarinete.
– Clarinete el que nos dio Feli-pillo, que nos pintó violín.
– Y ese instrumento antiguo.  Hermosa siringa.
– Siringa la que nos vino a acomodar, que al concertista profesional lo botó a botear en el metro. ¿Sabe a dónde vamos ahorita mismo? A una serenata de día de la madre,  y tocar para una madre ajena me sabe a madres. Todo por llevarle unos cobres a la madre propia. ¿Qué le parece la madriza que nos acomodó el hijo de su santa madre?
Ahí, vivo de temperamento, el de la viola da gamba: “¡No le haga plática al bigotón, que ya mero debemos bajarnos, y hay que estar puntuales, acuérdese!”
-Y esa flauta dulce –dije yo-. Ese corno. Bella rondalla.
– Nosotros, que hicimos rondalla con ese hijuesú que de promesas nos dio mucha flauta dulce, pero de empleo, puro corno y en toda la bandurria…
Ah, las tristuras del desempleo. El del violín: “¡Maestro, que se nos fueron sin su cooperacha. Ya estamos solos en el vagón y no sé ni en qué estación andamos! Todo por su plática con el bigotón”.
¿La estación en que estábamos? El de overol y aceitera en mano nos sacó de la duda: “A ver, no estorbar, que ando midiendo el aceite…”
Me azoré. ¿Y este? ¿Un mecánico? El de la zampoña: “¿Ve, maestro? Ya estamos en el depósito, en el taller del metro. Nos fuimos en blanco porque usted se puso a echar plática con el bigotón. ¿Y ahora cómo nos regresamos a la serenata? ¿Gastar en taxi lo que no recolectamos?”
Válgame. Lo pacifiqué: “No importa. ¿Cuántos son ustedes? ¿Once? Aquí tienen”. Puse en sus manos dos pesos con treinta y cinco centavos. “Todo suyo. Se lo reparten como hermanitos”.
Fue entonces, mis valedores: entre todos los músicos, ejecutantes profesionales, me la festejaron. A Tula, mi madre. (Bueno…)

Ah, masas…

Salir con la frente en alto a pesar del dolor…
Leí la frase arrogante, dije a ustedes ayer, y venteé la tragedia. Observé las fotos que publicó el matutino (de esto hace ya algunos ayeres): rostros de niños, de jóvenes y maduros, un puro ardimiento y un majestuoso dolor,  que a lágrima viva y a puño crispado expresan pena, rabia, desesperación. Yo, apenas las miré en el periódico, me sentí reblandecido al ajeno dolor. ¿Un nuevo episodio de violencia en brama entre la AK-47 y la R-15? ¿El resultado del “daño colateral”, como llama a la matanza de niños, doncellas y embarazadas mi general Galván? Me sorprendí haciendo pucheros, me fui al morbo de los detalles, y fue entonces. De súbito…
Leí la noticia, y válgame: las tales muestra del sufrir colectivo me provocaron desprecio, impaciencia, exasperación. ¿Por insensible? No, que el desprecio, el desdén hacia estos rasgos lacrimosos fue mi reacción natural a las causas del llorar colectivo: ¡en el graderío del estadio futbolero un equipo del clásico pasecito a la red había caído a los infiernos de la segunda división, y sus fanáticos se retorcían a la pena, la impotencia, la desesperación! ¡El Necaxa, que descendía a los infiernos de la “Primera A“ y arrastraba a su Perra Brava al llorar y el rechinar de dientes! Y los puños que se alzan al cielo, y los rostros acalambrados, y ese que (pudibundo Julio César al recibir las mortales puñaladas) oculta en la camiseta listada de rojo y de blanco los visajes que le arranca el insufrible dolorimiento. Así viejos y niños, ese en la flor de la edad y ese par de jovencitas que se deshacen en llanto. ¡Por los negocios del clásico pasecito a la red! Ah, héroes vencidos, héroes por delegación!
Yo, ¿honrar esas lágrimas, las mismas y de la misma calidad de las que se han desparramado a la advocación de Pedro Infante, Juan Pablo II, La Morenita, la telenovela? Miré las fotos, medité en el “Salir con la frente en alto“, del futbolista en derrota, pensé en las masas:
“El fútbol, como espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación de las proezas donde se requiere fuerza y habilidad, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida. El deporte por delegación, como es el fútbol, es una característica de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte (golf, polo, tenis, equitación): sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del fútbol que los entrena para la dependencia, la pasividad, la minoría de edad mental y la no participación en la vida pública”. Y yo digo a ustedes, mis valedores:
Esas lágrimas, ¿espontáneas? Por supuesto que no. Son pasiones, emociones y reacciones mañosamente inducidas a lo artificial y artificioso en el débil de espíritu. Son los opiáceos de las masas oprimidas, deprimidas, enajenadas. Alineación, manipulación, dependencia, cinescopio. Ah, México.
Pero felicidades: el llanto quedó atrás. Para el que apenas ayer se retorcía las entrañas su Nexaca vuelve a pastar en la grama de la primera división. Hoy, la alegría se almidona de rojo y de blanco; es la “alegrí” con que el Sistema apuntala en las masas un desfalleciente sentido del diario vivir una vida que se arrastra al ras del desconsuelo. Licor, cigarrito y el clásico pasecito a la red. Y no pensar. No reflexionar. Felicidades. (Es México.)

Voy a llorar a gusto…

Salir con la frente en alto a pesar del dolor. La vida continúa..
Leí la frase, me estremecí, venteé la tragedia del héroe, su temple, bizarría y estoicismo, su serenidad ante el infortunio. A la mente se me vinieron las levantadas figuras de la epopeya clásica. Si Eneas, en la hornaza de Troya, a la que el triunfante Odiseo conmina a abandonar con tan sólo lo que lleve encima. El héroe vencido, hijo amantísimo de su padre, por no abandonarlo a su suerte en las ruinas de la ciudad se lo echa sobre los lomos: “es lo único que llevo encima”,  y se retira con él.
“Salir con la frente en alto a pesar del dolor. La vida…”
Si un gemebundo Aquiles ante el cadáver su amado Patroclo, o el héroe rebelde por excelencia, un Prometeo encadenado a la roca del Cáucaso después de robar del Olimpo el fuego divino para con él convertir en divinos a los mortales. ¿Qué personaje, enfrentado a los dioses, al hado, a la Moira, pudo, al caer al hachazo del insobornable destino, levantar la frente y “salir con la frente en alto a pesar del…” Lean, si no los conocen, esos textos clásicos. (Conmovedores.)
Frente en alto a pesar del dolor, empresa vedada a nosotros los débiles, los del corazoncillo de jericalla, sensibleros que a flor de pupila cargamos esa furtiva lágrima que en ocasiones no logramos domeñar, y que de improviso salta, rebelde, a la vista de todos, nos descompone los rasgos del rostro y lo colorea de vergüenza. Las lágrimas que la muerte nos vino a exprimir cuando se llevó a la madre Tula o cuando la vida, insensible, se raptó a mi Nallieli, que ya está fuera del mundo; y al retorcimiento de la dolencia cómo clamar, simplemente: la vida continúa. ¿Es vida la nuestra o sólo su apodo, su alias? Tula, Nallieli, mi juventud, yo mismo…
“Y ya a la orilla de todo -medito enloquecido- en lo que he sido- en lo que es ido…”
Por ahí va el poeta. Y qué hacer. ¿Salir con la frente en alto? Miro las fotos de los dolientes, intuyo el drama. ¿Qué trecho de tu vida puedes haber caminado tú, que te desmoreces al dolor, con tus veinte años apenas, a penas? Tú, el de barbilla incipiente, que con lágrimas sin veda, pudor, intimidad, asperjas los cuatro rumbos de la rosa, ¿eres, acaso, más joven que ese de junto que miro levantando a los cielos unos puños crispados, tanto como los rasgos de un rostro distorsionado, contorsionado, charamusca del dolor que se expresa a aullidos? Ah de los ojos remachados, de esa boca abierta de par en par,  de los puños que encaran los santos cielos y amenazan con derrumbarlos, acabar con ellos, y con todo y con todos, y así dar muerte al dolorimiento. Con la frente en alto. Trágico.
Acaso más me impresionen las expresiones faciales de ese otro en la foto, imagen expresionista de un dolor que va metamorfoseándose mientras que el ceño se frunce, las cejas se tornan colas de escorpión y de la lágrima que se reseca emerge una ardida exasperación, una árida rabia en esas fauces que se erosionan mientras los dientes parecen a punta de morder, triturar. A tarascadas…
El anciano de junto: volcán que se apaga, sus grietas aún rezuman lloraderos de humedad, grietas resecas por las cataratas, contrasentido patético. Y qué será más de impresionar: la lágrima viril, el rabioso llorar, la pena ya sosegada, cansada del áspero oficio del diario vivir, o el sacudirse en sollozos del niño que comienza a saborear el amarguísimo sabor de la humana dolencia. Miren las fotos y… (Sigo mañana.)

Miren las fotos y duélanse al verlas.  Yo, reblandecido al ajeno dolor… (Mañana.)

La juventud del “antro”

Unos cientos de miles encuentran cabida en los centros de estudios, otros cientos de miles logran enganchar un empleo. La mayoría de ellos es reclutada por las bandas de delincuencia, donde obtienen dinero “fácil” y en abundancia. Pero todos ellos, o casi, reconocen un punto de convergencia: el “antro”.  Desde el anochecer hasta las tres de la madrugada era suficiente para la sed de esos jóvenes, hasta que (ese tenía que ser) el PRD en la Asamblea Legislativa les dejó la copa en la mano  y a la mano los intoxicantes complementarios desde el oscurecer hasta las cinco de la mañana. Y a embrutecerse toda la noche: copa, ruidajo, instintos a flor de sexo.  Lobohombo, News Devine, Bar-Bar…
Yo, la mente encendida al recuerdo de un “antro” en llamas y ensangrentados algunos más, relacioné la hornaza del Lobohombo y la sangre del News Devine  con el caso aquel:
“Coche accidentado. Seis heridos graves. Conductor y acompañantes, todos menores de edad, iban ebrios. Rafael A.H., que manejaba el vehículo, cuenta con 16 años de edad. Grave, permanece hospitalizado…
Yo, padre de un hijo de la misma edad,  escribí el texto que, por desdicha para todos, no pierde actualidad. Júzguenlo:
En leyendo la noticia, Rafael, redacté unas líneas zumbonas contra borrachos y cantineros, pero después de pensarlo… Has de saber (me permites el tuteo, ¿verdad?) que de pronto se me prendió una punzadilla acá, del lado cordial; porque yo tengo un Ariel de tu misma edad, y eso vino a quitarme las ganas de hacer donaires con tu desdicha. Porque desdicha es, y grande, que habites en un manadero de briagos que más que de escuelas está claveteado de tabernas. (Hoy, frecuentar los  “antros” es de muy buen ver -de ver en la tele-; encerrarse en el “antro”  y aturdirse de ruidajos, licor y demás intoxicantes confiere nivel social. El especialista:
“Una publicidad desaforada e irresponsable encauza al país hacia el alcoholismo. La afición por el alcohol se incrementa entre los jóvenes, los adolescentes y los estudiantes universitarios…”
Tú, Rafael, de seguro eres estudiante, como mi Ariel, y como joven que eres, qué voy a reprocharte, si el Sistema que los adultos nos dejamos imponer es el que permite, alienta, fomenta que el duopolio de la TV, al amor de las ganancias, entorile a las masas -¡a los adolescentes!- a punta de una manipulación tan aviesa como efectiva. Qué voy a reprocharte, si viniste a nacer en un país gobernado por la publicidad…
Malhaya esa enajenación colectiva, que así se ceba en los jóvenes y mantiene a flor de labio el licor y otros intoxicantes, para que angoste y agoste el espíritu, ablande conciencias y reblandezca la resistencia del joven -¡del adolescente!- para mantenerlo en la pasividad, en la mansedumbre y la sumisión, dependiente siempre, y enajenado. Rafael:
Te imagino días antes del accidente, tú y tus 16 años encima: flamante todavía, recién salido del nidal. Te imagino emulando al joven que te presenta el cinescopio (hoy, la pantalla de plasma, más grande la copa, más apetitosa, que casi la alcanzas a olisquear), despeñadero seguro para el alcohol otras drogas que lo completan.
¡Ah, Rafael, como si te llamaras Ariel y fueras mi sangre, y fuera esa sangre la que no cesara de manar mientras yo, desalado, me aferrase a ese tu cuerpo todavía tan muchacho y ya así de lastimado! Ese camastro de hospital me parece la viva metáfora, mortecina, de gran parte de la juventud del país, la  juventud del “antro”.  Ah, México. (Este país.)

Cihuacóatl

La Iglesia Católica en nuestro país, ¿de algún modo afectada ante sus fieles por el escándalo Maciel? ¿Se resentirá ante las sinverguenzadas del garañón de sotana y el alcahuetaje de El Vaticano en razón de los oros con que hinchó las tripas del Banco Ambrosiano? ¿Deserción de feligres? No creo.
Si esa iglesia ha resistido el juicio de la historia, que en nuestro país la acusa de luchar contra las mejores causas sociales y alentar, aliarse y aun encabezar movimientos perjudiciales para todos nosotros, mezclada a los nombres nefastos de Huerta y López de Santa Anna, Maximiliano, Scott, y demás invasores, y combatir a mandarriazos de excomunión la Carta Magna del 57, y a punta de bala cristera la del 17.  Eso y mucho más ha resistido esa iglesia, que no pueda soportar paidofilias y pederastias. No, ciertamente. Sea el mexicano un “analfabeta religioso”, como lo afirmaba el obispo Genaro Alamilla, y su práctica religiosa no trascienda el ritual y la ceremonia. ¿Y? Un factor determina la fortaleza de esa iglesia en nuestro país, consignado en  la historia:
Resultado de la conquista, toda una raza que empezaba a apuntar para mestiza quedó inerme, desvalida, huérfana de sus dioses tutelares, comenzando con la pareja primigenia, Quetzalcóatl-Cihuacóatl, principio dual de la vida y de la muerte en la cosmovisión precolombina.
Pero en el mito Quetzalcóatl fue vencido por Tezcatlipoca, y todo el panteón de los dioses tutelares fue arrasado por los tercios del Conquistador. Cihuacóatl, por contras, logró sobrevivir encuevada en un adoratorio que la devoción indígena le había levantado en un cierto cerrillo ubicado en la ribera oeste del lago en su advocación de Tonantzin, la madre universal, madrecita de los vencidos y de la naciente raza mestiza. Y aquí el sincretismo.
Nuestra raíz conquistada mal sobrevivía entre ruinas: “Y fue nuestra herencia una red de agujeros”. Pero ocurrió entonces: ante la simbólica orfandad de un mestizo que se avergonzaba de ser sólo  hijo de la violada, rajada,  penetrada  por un padre Cortés crudelísimo, ahí, de repente, entre rosas apareció en la cumbre del Tepeyácac una madrecita del huérfano, al que en su propia lengua decía:
– Tú, el más pequeño de mis hijos. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre..?
Mis valedores: el día de hoy los mestizos nos disponemos a celebrar el Día de las Madres. Sólo el día de hoy tantos de nosotros, que el resto del año va a amenguar hacia ella nuestro fervor.  ¿Y a la madre del cielo? Penas, sofocos, dificultades en el áspero oficio del diario vivir: ¿dónde el consuelo? ¿Dónde, si no en la madrecita del cielo, ella que nos libró de sequías, inundaciones, hambrunas y pestes, y que en la mano de Hidalgo encabezó la independencia del país? La madrecita está ahí nomás, “como símbolo trágico de esta raza sin luz”. Porque hoy mismo el padre crudelísimo de los mestizos, heredero de Alvarado y de Cortés, así contesta a las demandas de unos hijos inmaduros que se niegan a crecer:
– Ni los veo, ni los oigo, ni los siento, y háganle como quieran.
Bueno, sí, pero hoy, Día de las Madres, ¿nosotros huérfanos, desvalidos nosotros?  A ver: silencio. Ahora sí,  ¿Escuchan?   Esa voz, muy queda, llega del rumbo poniente del lago:
“¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”
Ahí, en ese ayate, está la fuerza del clero, y ha de permanecer mientras perdure en la manta la madrecita de quienes sólo de ella pueden esperar.  ¿Maciel, y compinches afectar a esa iglesia? ¿Cómo, si es  México? (Cihuacóatl.)

Seca está la pradera…

Los machetes de Atenco, mis valedores, en el cuarto aniversario de la fecha infausta en que una venta de flores derivó en violencia aberrante, fulgurantes rencores  y sangre desparramada. Fueron los días tres y cuatro de mayo cuando, reseco el yerbajo en  Atenco, sólo una chispa bastó, y unas flores, para  encender la hornaza de los machetes largos en esas tierras baldías que  en los planes del Sistema de poder convertirían en oro todo lo que tocasen. Pues sí, pero no pasaron de ser campos de contienda entre unos machetes enardecidos y unos sicópatas disfrazados con uniforme policíaco al mando de Peña Nieto. Atenco.
Tres y cuatro de mayo del 2006. Ante las desmesuras que perpetraron los uniformados del gobierno estatal contra los hombres del machete en alto, hoy rememoro las imágenes del zafarrancho que provocaron los pelotones policíacos masacrando paisanos al dictado del gobierno estatal. Voy a mis viejos archivos y observo las fotos que certifican aquello aberrante que aconteció hace cuatro años y cuyas consecuencias padecen muchos hoy todavía. Mis valedores:
Estoy mirando las fotos que aparecieron en los matutinos, y el espeluzno: manos y brazos a la defensiva,  cabezas resquebrajadas, rostros amoratados, bocas que chorrean sangre. Miro este cuerpo tronchado y este  que, macerado a leñazos de tolete y culata de rifle, cae de rodillas, codos y frente contra el asfalto. A ese otro  cuatro de uniforme derriban a garrotazos, y ese al que llevan a rastras, válgame. Coloco a un lado las fotos y me pongo a pensar: cuánto hacía que las primeras planas no se empapaban hasta grado tal. Sangre de paisano.
Eso fue aquello terrible que aconteció a principios de mayo en San Salvador Atenco, donde ocurrieron escenas de violación a los derechos humanos de los habitantes de aquel caserío. Golpes, maltratos, manoseos nauseabundos a la intimidad de algunas mujeres, extranjeras varias de ellas, a manos, a dedos, a hormonas encabritadas de los policías del Estado de México. ¿Resultado? No son los de uniforme, sino los líderes del Frente de Pueblos en la Defensa de la Tierra, con Ignacio del Valle al frente, quienes enfrentan hoy día una sentencia ¡de más de un siglo de prisión! Es la justicia de México. Pues sí, pero el Sistema no tendría que  olvidarlo:
¡Que se cuiden las espaldas esos perros, porque mañana, y hoy mismo, el muerto será uno de su lado. El pueblo de San Salvador Atenco tiene licencia para machetear a cualquier militar, policía o granadero..!
Terrible violencia verbal esta de América Del Valle, dirigente del Frente de Pueblos en la Defensa de la Tierra, como  su padre también, hoy preso en el penal de El Altiplano con más de un siglo de prisión sobre sus lomos, la misma de varios más de los líderes del movimiento que impidió a Vicente Fox la construcción del aeropuerto internacional en las tierras de Atenco. América, por su parte, hasta el día de hoy continúa prófuga.
Que se cuiden los agresores. Y a mí me parece que seco el zacate y la pradera pronta al incendio que ojalá nunca llegue a prender, debe tomar debida  nota el Sistema de que el Atenco de ayer aún vive y alienta, y en él se pudiese repetir el Tejupilco de hace unos lustros, caso paradigmático que se originó también allá por los rumbos del Estado de México, el de los policías de Peña Nieto.
Tejupilco.¿Recuerda alguno de ustedes las fotos del hombre aquel que camina por alguna de las calles de Tejupilco? (Sigo después.)

Atenco y Zoot Suit

Hablé ayer a todos ustedes de mis incursiones iniciales en las salas de cine, donde me cimbraron las hazañas del héroe tutelar de la barriada de aquel entonces: el Charro Negro, para quien quera algo de él. El cruel villano, con la ayuda de sus secuaces, había logrado raptar a la hija del hacendado e intentaba cortarle la flor de su doncellez, lo que ello signifique. En tal punto, rayando el penco, se aparecía  el Charro Negro, una 38 especial en cada mano y el vozarrón gargajoso:
– ¡Alto ái! ¡Quietos todos! ¡Levanten las manos!
Y la gayola, que se cimbraba de gritos y aplausos….
Qué tiempos. Años, daños y desengaños más tarde,  para alegrar la pantalla del cine arribarían las beneméritas del bataclán y el sainete. Hoy, en el ejercicio de la nostalgia, recuerdo a aquella soberbia Susana Cabrera, a la que algún reportero interrogó: “¿Profesión?” “Payasa”, contestó ella sin titubear. La recuerdo en su espléndida caracterización de guila del arrabal: en el rostro cargazón de cosméticos y labios estallantes de carmín; vientre rotundo, medias cuadriculadas, zapatos de latiguillo y tacón de este grandor; transparente el blusón, con escote que deja las pechugas a la intemperie, y esas caderas cautivas en una mini-mini tres tallas menor de lo que pide, implora, exige su nalgatorio.  Bajo las ojeras de pintura las ojeras del vicio, la depravación y las desveladas. En este cachete un lunar simulado, y en el cogote una verruga auténtica, y las postizas de este tamaño (las pestañas) y al cuadril el bolsón. Susana Cabrera en su papel de talonera de barrio, que hagan de cuenta la que publica Milenio en su edición del pasado lunes bajo firma de Rapé:
En una esquina de Luis Donaldo,  recargada en el muro, esa ramera al acecho de marchantes, vieja y viciosa, que en físico y actitudes delata la depravación. Mini-mini de licra, muslos a la intemperie, plegada la pierna derecha y el tacón del zapato contra la pared;  y esa blusita, y esos pechazos, y el cigarrito en la diestra, de tabaco, tal vez. Pero qué extraño: al liguero carga prendida  una espada y en la entrepierna calienta una balanza. ¿Por qué, de venda en los ojos, la pantaleta color mamey? Esperpéntica.
Ah, pero si es la justicia de mi país, hembra del trato que hace cuatro  años alcahueteó en Atenco a los uniformados sicópatas  de Peña Nieto, como antes al clan de Montiel, al de los Salinas, a la familia  Sahagún y al de El Tamarindillo apestoso.  Tal es la putona que  para los tales representa el seguro de vida y el contagio venéreo para  unas masas ya huérfanas de un Charro Negro ante quien clamar justicia,  como de un Enmascarado de Plata, un Gavilán Justiciero, un Zorro Vengador y demás fantasmones que pare y aborta la imaginación onanista del cine de arrabal. Qué desamparo.
Ah, pero acá, semioculto en las sombras, el vividor que le administra las buscas, un padre grandote chaparrito, qué paradoja, que de grande sólo se le ha conocido la vestimenta de pachuco trasnochado: grandes hombreras y solapas en un saco que le da a los tobillos, hasta donde le cuelga esa cadena que remata en la navaja de muelle guardada en la bolsa de un pantalón guangoche y ceñido a la altura de los sobacos. No, y esos cacles de dos vistas, charol y blanca anilina, muy al modo de los 40s. Ahí, ceja levantada,  la reclamación del padrotón exigente a la hembra del trato:
– A ver, mamacita, explícame por qué la gente anda diciendo que no la dejas satisfecha…
Es la justicia de México. (Mi país.)

Ejercicio senil

Y mis días fueron más ligeros que la lanzadera del tejedor (…) Y si mi buscares de mañana, ya no seré..
Fue en este punto, mis valedores, donde cerré La Biblia, me despedí de Job y ya a oscuras convoqué el sueño, pero el sueño andavete, que el desdichado de la tierra de Hus se me había venido en la mente y desde ahí su protesta contra el Hacedor:
– Cuando estoy acostado digo: ¿cuándo me levantaré? Y mide mi corazón la noche…
Esa, especialmente lamentosa, me llevó al ejercicio de los viejos cuando el insomnio los zangolotea en el camastro: recular a mis años muchachos, los de mi primera juventud (voy en la quinta).  ¿Por  qué tan avieso, por qué así de silencioso el desvelo de aquellos a quienes agobia el áspero ejercicio del diario vivir una vida empedrada?  A mí se me fue media noche en el pensamiento negro, y a lo obsesivo me di a recordar tiempos idos hasta que me enredé en antañones amores, esos entrañables fantasmas que nos fueron inolvidables, y que hemos olvidado para nunca más. Y pensar que pudimos, se duele el poeta…
Tú, la de las garzas pupilas, pregunté en el desvelo, ¿dónde estás, cuál es tu nombre, que grabé en aquel arboluco del parquecillo provinciano? Usted, que conmigo juró los “nunca, nunca”, y los “siempre jamás”, ¿qué rumbos anda pisando? Sombras nada más, y un retrato desleído, un mechón de pelo, una rosa marchita entre dos poemas de amor. Ellas, mis ya olvidadas inolvidables, ¿alguna esta noche  dirá de mí: “el esperpentillo que con su labia logró encampanarme vivirá o habrá muerto a estas horas?” Y el suspirillo, tal vez. Ah, las tristuras de la madrugada, la añoranza de un tiempo que fue el de mi mundo, de mi payo existir, de mis amores tempranos. Temprano me alcé, encendí la luz, encendí el aparato este, y me puse a escribir:
Ahora mismo mi mente corre y recorre paisajes, tiempos, espacios, hasta caer en la niñez y en una adolescencia que viví en aquella ciudad que, a decir del poeta, “no sé si la miré dormido o la soñé despierto”, donde en uno de sus viejos arrabales intenté engancharme en la vejez de un circo trashumante, yo enamorado de las formas regordetas de la rumbera vieja, hipnotizado por los tufos enjaulados y sus viejos domadores,  los trapecistas viejos y los viejos payasos de viejas rutinas, la harina y el pastelazo. La Moira, mis valedores, que me salvó aquella vez, como años más tarde me iba a sacar de mi celda de franciscano tardío, de aspirante a monje capuchino.  Pienso en Maciel, pienso en Onésimo. Más allá del dinero, de salir yo tan astuto y tan falto de escrúpulos, ¿qué recuerdo dejase   en el mundo?
De aquella ciudad recuerdo las funciones de cine en el salón de barriada, con la antañona película del héroe hazañoso: el Raúl de Anda de aquel entonces. ¿Lo recuerda alguno? En oyendo ese nombre aquellos de ustedes que doblan ya  el Cabo de Buena Esperanza conmigo dirán: ¡El Charro Negro! Qué tiempos. “Ahora mi alma está derramada en mí…”
El Charro Negro, el héroe popular todo de negro hasta los pies vestido y la fragorosa 38 especial en la diestra, que a galope tendido del alazán cruzaba de lado a lado la pantalla  arrabalera para rayar el penco en los meros hocicos del hacendado sobrón, el jefe político avorazado y los cuicos que en el clímax de la película queman las chozas de los lugareños mientras el hacendado, su endemoniado corazón convertido en el de uniformado en Cd. Juárez,  intenta la violación de la aldeana con alma de percal. Ah, pero entonces… (Mañana.)