Precio de sangre

Y arrojando las piezas de plata en el templo, Judas se ahorcó.
“No es lícito, dijeron los sacerdotes, echarlas en el tesoro de los dones, porque es precio de sangre. Se dirigieron al Campo del Alfarero con ánimo de comprarlo cuanto antes, que las 30 monedas les quemaban las manos.
Pues sí, pero dio la casualidad de que el dueño del Campo era Barrabás, y codiciaba las 30 monedas, por lo que se adelantó a los sacerdotes para cerrar el trato.  Los cuales, en viéndolo:
– ¡Asesino y sedicioso! Te salvaste de la muerte gracias a una chusma que en materia de voto erró, como siempre yerra, pero los sacerdotes vamos a regresarte a la mazmorra donde perteneces por ley!
Barrabás reculó, se engarruñó. Pero en este mundo, mis valedores, siempre existirán dos pícaros que se reconozcan, entiendan y auxilien  entre ellos. Uno que iba pasando:
– Huye hasta  El Líbano, donde no te alcance la ley.
Barrabás lo pensó un momento, y en el fin que en manos de los sacerdotes tuvieron Jesús y el discípulo Judas,  y entonces: “La plata es primero. Después huiremos a  El Líbano.
– De su ley vengo huyendo. Hurtos, transas. Comerciante. Soy un prófugo.
Rudo dilema. Barrabás no podría permanecer en Judea ni el extranjero regresar a El Líbano, y qué hacer.  Pero como todo canalla, carne y sangre de presidio, el asesino liberto era en recursos pródigo. Del libanés los sacerdotes nada sabían. “Tú vendes como tuyo el Campo del Alfarero. Treinta monedas, ni una menos, que ya después traficaremos entre ambos”. (Como el amor, como la libídine, fuerte es la codicia.)
Dicho y hecho. La maniobra, exitosa.Ya con la plata en sus manos, los nuevos socios encararon el segundo problema: “Proscritos en nuestra tierra, vayámonos a traficar las monedas donde no nos conozcan”. Pero hiena y urraca (según el horóscopo chino, tailandés o algo así)  a dónde huir que no sean descubiertos por la comunidad. Imposible.
Pues sí, pero no. Pródigo en artes de pícaro, Barrabás dio con la solución, y fue así como los dos peritos de la engañifa y la transa cruzaron desiertos, jordanes, mares rojos y  muertos. “A la tierra de promisión”.
(Que iría a resultar todoparidora para el pícaro y el audaz. Allá siembras una moneda y cosechas cien. Tierra feraz para la canalla,  con sólo podar los escrúpulos, para que las 30 monedas que traficaron la sangre del Justo, en manos de  hiena y urraca en años, en meses se multipliquen por cientos, miles, millones de millones…)
Miren allá, que se acercan. Recatada la hiena y la urraca libanesa dando la cara, ambos rapaces habrán de multiplicar hasta la demencia sus 30 monedas. Pues sí, ¿pero el libanés cómo fue convencido, renuente como estaba a abandonar su escondite en Judea?  “Y además, agregaba, yo la transa y la trampa sólo en El Líbano”. “Despreocúpate, socio. Para un corazón bandolero aquí, allá, dondequiera es El Líbano”.
– ¿Pero a dónde huir dos peritos de la engañifa y la transa? ¿A dónde, que no descubran a dos corruptos..?
Y fue de este modo como el oficiante de las malas artes convenció al libanés: “¿Dos albinos en dónde pudiesen pasar inadvertidos? En un país de albinos, verdad? ¿Y dos de piel oscura, no en Abisinia? ¿Y dos enanos? En un territorio de pigmeos. ¿En dónde pasar inadvertido un par de truhanes peritos en tejemanejes del fraude, la engañifa y la desbozalada corrupción?”
Y así fue, mis valedores. Uno de ellos pasa por ser el hombre más rico del mundo. El otro, desde la sombra, sonríe, sonríe…
(Tétrico.)

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