Y amarás los parques solitarios en que se pasean las desgracias / con la cabeza baja, / y los sueños se sientan a descansar…
Job una vez más, mis valedores. Obsérvenlo ahí, derrumbado en esa banca del parquecillo enquistado en el corazón arrabalero de por el rumbo norte. Y cuánta similitud se advierte entre un barrio bravo hoy amansado a bofetadas de carencias, insatisfacciones y desencantos, con ese parquecillo donde los arbolucos, hoy las puras osamentas, fallecieron de sed, y con esa banca que a diferencia de una banca extranjera rebosante de cifras bonancibles, es óxido, incuria, abandono, vejez, como el propio Job, que sobrevivía sin grandes sobresaltos económicos hasta que Calderón le propinó los chicotazos de la pobreza y el desempleo. Y aquí lo insólito, lo abominable: al causante de todas sus desdichas las masas le otorgan una aceptación de hasta el 68 por ciento. Ya oigo a mi difunto padre, hoy más vivo que nunca:
«No me almiro del dañero, m’hijo. Me almiro de los aturdidos que todavía le aplauden sus mandarriazos».
Media tarde, otoño desapacible A lo lejos, aullido de mujer en el trance de malparir, una ambulancia preñada de carne desgarrada ¿O la patrulla policiaca, que acarrea su carga de carne desvencijada rumbo al encierro, las rejas, el olvido más allá de este mundo? Cuántos años me irán a tocar.
Job. Detrás de esa su estampa de soledad, ¿ningún vínculo humano en su vida? Varios. Muchos. Demasiados, y con todo y el gasto lo están esperando en el cuartucho de vecindad: la vieja, compañera de todos los días y de todos los achaques, comenzando con el más virulento: la pobreza; la hija, sexto mes de embarazo, abandonada junto a los cuatro chamacos, alguno ya construyendo con cemento inhalado sus castillos en el aire. Job, al que esta misma mañana lo echó a la calle la transnacional donde laboró media vida, en silencio y derrumbado en lo más sombrío del sombrío parque público. Envueltos en papel periódico, los tres tacos que serían el almuerzo en la fábrica, que el recién desempleado olvidó probar. En eso, de repente.. Lo asienta La Biblia:
Y vinieron los tres amigos de Job para consolarlo y condolerse de él…
No tres; uno solo, pero que valió por los tres. ¿Qué hacía en tales andurriales? Buscar terregales donde construir nuevos negocios. En silencio llegó, y en silencio se aposentó en la banca, junto al derrengado. Luego, dulcedumbre en su voz: «¿Por qué ese desánimo, buen hombre? ¿Por qué el abatimiento?»
Silencio. Job agachó más la testa; el espinazo se le encorvó un poco más; y aquel desabrido suspiro. «Animo. ¿Qué pena lo aflige?»
Obsérvenlo. Ovachón, bien graneado, tufillo a esencia francesa y las redondeces forradas en tela gris Oxford. ¿O es gris rata? «Desde el auto lo estuve observando. ¿Decepción amorosa, revés bancario? ¿Dañó sus acciones la crisis de Wall Street? A explayarse conmigo. Sus penas las hago mías».
Hombre bueno y de buen corazón; buen samaritano.
– A mí el ramalazo de Wall Street me pegó en la línea de flotación, ¿pero sabe? A pura fuerza de voluntad y distrayéndome superé la depresión. ¿Por qué no se distrae usted también? Moulin Rouge, Disneyland, un viajecito a Lourdes, a Tierra Santa, aunque tal vez prefiera a Juan Diego. ¿Por qué no acude esta noche al table dance? Cuando se lo bailen por enfrente y lo tallen en el tubo, por un tubo va a mandar todas sus penas…
Job, manos entrelazadas, las pitañosas pupilas clavadas en la puntera de los choclos. Media tarde, boca amarga, desolación. El consolador lee el cacho de papel periódico que envuelve los tres grasosos. «Pues con razón, que esas noticias son pura radioactividad. Quezque carestía, desempleo, válgame».
Jarioso, el pregón del barrio bajo: «Oye, Salomé, perdónalo». El sonsonete, furibundo coito con el bandazo de viento. Amenaza lluvia.
– Pero buen hombre, con razón; mire nomás en qué envolvió sus tacos. No, envuélvalos en el mío, el de las finanzas, y lea lo que dijo nuestro Calderón en el extranjero: «Para México vendrán tiempos mejores. Nosotros, pensando en el futuro, estamos fortaleciendo nuestro sistema financiero. Nuestra economía está creciendo». No, ¿y acaso no oyó el informe de(l) miércoles? ¿No lo consoló? ¡Con Calderón, todos al primer mundo! ¡Animo, arriba corazones, alce la cara, fuera ese ánimo catastrofista! Aquí le dejo esto para que los espots de Calderón me lo consuelen.
Obsérvenlo ahí: antes de alejarse de esa influenza humana que es la pobreza dejó a Job un radiecito. Un buen hombre, este consolador. Y válgame, que de repente se soltó el tormentón. (Job.)
Lo de Calderón ya parece esquizofrenia: delaraciones totalmente desligadas de la realidad.