El Día de la Libertad de Expresión y de Prensa, mis valedores. ¿Aún no se habrá suprimido semejante exhibición de servilismo, sometimiento y cortesanía que algunos profesionales del periodismo le rinden al priísta o palista que «haiga sido como haiga sido» logró encaramarse en Los Pinos? Semejante ceremonia, que ya apesta a formal y cadaverina, fue instituida un día 7 de junio de 1951 por iniciativa de un falso coronel y siniestro hampón de la picaresca de la política y el periodismo, un cierto José García Valseca que al arrimo del presidente en turno construyó el emporio periodístico de los «Soles» y el trafique anual de medallas y pergaminos con qué «premiar» a los periodistas tan voraces del «chayo» cuanto dóciles a Los Pinos. Abyección pura, lo único puro que tienen los tales. Qué tiempos aquellos. Leo, y me producen dentera los melcochosos conceptos de un periodista Manuel Lebrija, que así quemaba copal ante Miguel Alemán, el presidente en turno:
– Al cumplir fielmente con los mandamientos de la ley, usted, señor presidente, ¡ha sabido convertirse en un centinela que mantiene viva la tea luminosa de la libre expresión del pensamiento que arde sobre todos los caminos de la república!
Nauseabundo, a reserva de opiniones en contra. Años después, en la edad de oro del «chayo», un Jorge Calvimontes, colega del anterior:
– El periodista es el cerebro, brazo y acción de la sociedad. Es el espejo de nuestro caos y de nuestra imposible ubicación sobre la certidumbre…
Nada más. Nada menos. Tiempo después, un ejercicio de autocrítica a cargo de Roberto Zamarripa, periodista que fue del matutino Reforma:
– Los medios de comunicación están atravesados por la corrupción. Es un problema general que va de los «chayos» entregados a los reporteros, hasta las componendas entre los empresarios de la prensa y el poder político…
Por cuanto a los tiempos actuales, mis valedores, la industria de «medios» se nos tornó una espléndida cortinera al servicio del «presidente del empleo», al que unidos a otros capitales de aquí y el exterior logró encaramar en Los Pinos. Pero al tal, una vez allá arriba y ante el compromiso de gobernar toda una nación cuando no tenía detrás la experiencia de haber gobernado, cuando menos, alguna remota alcaldía, lógico: el mundo de la administración pública se le vino encima, y ya en el gobierno causó una crisis que los cortineros se apresuraron a velar pregonando, vocingleros, a todos los rumbos:
– Esa crisis viene del exterior; de Estados Unidos, concretamente.
Una crisis que el Carstens de Hacienda, tan eficiente en su responsabilidad calificó de «catarrito», y el de Los Pinos: «A mí las crisis económicas me excitan y me emocionan».
A quienes no emocionaron fue a las clases sociales, porque acá abajo la crisis económica se agravó, y el «presidente del empleo» contempló, en su impotencia como estadista, la pérdida estrepitosa de cientos de miles de empleos, y no supo cómo frenar un problema requemante de veras para las clases populares, y entonces convóquese a todos los «medios», y trámese la cortina de humo de la influenza humana, y como la crisis se recrudecía y los desempleados tenían que ahijarse al comercio informal cuando no al narcotráfico, las flamantes cortinas tejidas a base de sangre, violencia y cuerpos descabezados, que es decir la edad de oro de la nota roja:
– ¡En el combate al crimen organizado no bajaremos la guardia! ¡Se aplicará la ley, caiga quien caiga!
Acá abajo, mientras tanto, la economía familiar arrastraba la cobija, donde cobija quedaba para arrastrar, y se abatía el nivel de vida, y encarecían los productos de la canasta básica, y una crisis mal manejada devaluaba la moneda, la cortaba a la mitad junto con el poder adquisitivo del salario, y qué hacer. ¿Qué hacer? Como en los viejos tiempos, la economía nacional se pegó a la ubre del agio internacional, y auméntese el volumen de la deuda externa, y esos «medios», no bajar la guardia, que se requiere otra cortina de humo.
– ¡Una fuga de reos en Zacatecas! ¡Una redada en Michoacán! ¡Otra en Ciudad Juárez! ¡Una más en Veracruz, y vamos por más!
¿Y la crisis económica, espeluznante? ¿Por qué esa falta de equilibrio entre la nota roja, con la que a falta de otro alimento proporcionan al mexicano desayuno, comida y cena? ¿Por qué esa maniobra de desubicación, que cuando los «medios» llegan a tocar el tema de la pobreza remiten su origen a La Casa Blanca o a la General Motors? Por una muy obvia razón, que habré de exponer el lunes. (Aguárdenla.)