Peste negra

Terrible, mis valedores. Nos llegó la influenza. A los vecinos de Cádiz les pegó el contagio; y cómo pudiera ser de otro modo, si el virus infesta el ambiente. Cuál más, cuál menos, en el edificio todos, si exceptuamos al maestro, a su compañera y a mí, vacunado contra semejante clase de virus, todos los vecinos han sido infectados de manera gradual, paulatina, que en un principio apenas se les notaban rastros de la infección, pero según transcurría el tiempo y la atmósfera se iba cargando de electricidad negativa… Trágico.

Anoche mismo y hasta la madrugada, a la exaltación del contagio y la compulsión por hablar todos al mismo tiempo y sin que ninguno escuchara a ninguno, la tertulia se fue en discutir, objetar, defender y contradecir; y qué concurrencia inusual, que junto a los asistentes habituales, una docena o un poco más, en la estancia de mi departamento observé los rostros, para mí desconocidos, de una concurrencia bronca o casi. El síndrome de la influenza.

Ahora, sangre en ebullición, la estancia de mi departamento se plagó de sillas, sillones, tripiés, una silla playera, bancas y bancos, cojines sobre la alfombra, en fin. Oyéndolos disparatar según grado y avance del padecimiento, el maestro y su jovencísima sesentona de las zarcas pupilas, también maestra jubilada (los dos, como lo que son, maestros mexicanos, tienen su hogar allá arriba, en el cuarto de servicio que les renta el Cosilión); ambos, repito, sonreían, indulgentes, y sonriendo se miraban entre ellos. Yo, mientras tanto, sin punto de reposo, jálate a la cocina a preparar ollas de peltre este tamaño, miren: tila, cuasia, pasiflora y borraja, con su generosa ración de valeriana y cuachalalate y un pellizquito al gordolobo para que agarre sabor. Y ándenle, vecinos, nomás no se las vayan a quemar. «Con estos ingredientes los del contagio van a calmarse», decía entre mí; pero calmarse madres, con perdón, que el gordolobo parecía acelerar su desbozalada averiguata Y qué hacer. (Para infusión, la que preparaba mi única Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir. No lloro, nomás me empujo mi gordolobo…)

Por cuanto a mí: apelando a toda mi voluntad y al ejemplo del maestro y su Agueda, por protegerme de virus, bacterias, microbios y demás dañeros, mantengo la boca cerrada; no con cubre-bocas, sólo con ubicarme a prudente distancia; y a modo de aclaración: la influenza es una, y muy peligrosa porque ataca las neuronas, pero sus modalidades son diversas, tres de ellas las más virulentas porque producen exaltación y en ocasiones impulsos violentos que aquí, en el edificio, amenazan con hacer añicos el orden y la paz de los buenos vecinos. (Yo, hirviendo y cebando al almácigo de contagiado tila y pasiflora No hay peor cuasia que la que no se hace, por ahí va el dicharajo. Mi departamento saturado de tufos, humores y alientos fibrosos, febriles…)

¿No los estaré aburriendo? Si me extiendo en los achaques de la tertulia es porque tal vez algunos lo ignoren, pero estoy seguro de que varios de ustedes, sin percatarse tal vez, traen encima el contagio, por más que en algunos se manifieste de manera benigna y a otros traiga a estas horas como pollos descabezados. Por si quisieran identificar su dolencia por los síntomas de mis vecinos, aquí me propongo mostrar su comportamiento y las diversas clases de virus, desde los menos dañitos hasta los más venenosos.

¿Que no exagere, me interpela alguno de ustedes? ¿Que de acuerdo con Ebrard ya de esta salvamos la cuera porque pasó el ramalazo de la influenza humana y toda la vida de la ciudad vuelve a su cotidiana rutina? ¿Que el país ya libró la emergencia según afirma el salvador de la humanidad? A ver, no, un momento, que aquí hay un malentendido. Yo en ningún momento me he referido a esa influenza que bautizaron con letras y números. No aludo a esa clase de dolencia lejana y desconocida para quien logró hurtarle el cuerpo, sino a esa influenza furiosa que ha contagiado a unas masas inadvertidas, todavía hoy, después de una experiencia de años, trienios y sexenios. Yo hablo del virus de una apabullante propaganda donde el embuste, la manipulación y lo pedestre se abarraganan para aplastar a unos radioescuchas y televidentes crédulos con una diarrea de promesas de un México nuevo, al que juran habrán de liberar de sus ingentes problemas, todos sintetizados en un vocablo asqueroso: corrupción, esa que mantiene al país en permanente crisis de justicia para empezar. Por que algunos de ustedes se miren en ese espejo, les presento aquí el grupo de contertulios y sus (¡imagínense!) preferencias políticas. (Eso,en el próximo.)

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