Y lo que faltaba, mis valedores. Un domicilio electrónico que ofrecí a quien quisiera comunicarse conmigo amanece atascado de basura: que si anuncios variopintos, que si textos ofensivos contra rivales políticos, que si avisos de que en alguna lotería de Sri Lanka gané millones, en fin. Cada noche vacío la basura, y cada mañana mi correo amanece atascado de nueva basura. Voces anónimas, entre tanto, me importunan por teléfono: una encuesta, una reclamación, un número equivocado. Y lo que me faltaba:Ahora manos anónimas me deslizan por debajo de la puerta escritos también anónimos. Este que van a leer, si es que quieren y pueden leerlo, me lo acabo de encontrar debajo de la puerta, y lo transcribo tal cual. Quién sea el amargado que todo este asunto lo ve negativo, a saber. Dice el anónimo:
Lo estoy mirando en la foto, señor. Linda escenografía la de su mesa de trabajo: logotipos, floreros, la insignia patria, usted en la cabecera y en derredor sus colaboradores, qué bien; pero el detalle curioso: mientras usted, con esa su vocecita, les embombilla un discurso, ellos como quien oye discursear y no se moja. Este, viendo hacia el norte, y este otro hacia algún punto del infinito, y uno se cuenta los dedos de una mano, y ese otro parece que se escarba los dientes, pero no, que ello seria falta de educación; lo que se escarba son las fosas nasales. Usted, mientras tanto, en lo que le sale, aunque con dificultad: hablar y hablar. A falta de acciones, hablar. Empalagarse de micrófono. Total, que hablar nada le cuesta…
Miro su foto, la observo hasta bizquiar, hasta que me chillan mis niñas. Caracho, qué rostro de mediocre total. Me topara con usted en la calle y ese rostro no lo podría recordar. Y es que entre otros factores para ignorarlo está el más importante: usted, antes de llegar a donde ha llegado, no era más que don nadie. Ni yo ni el noventa y nueve por ciento de las masas sociales, estoy por decir, conocíamos ese rostro que para nadie significaba nada antes de ahora; y cómo, si corresponde a un individuo del que no sabíamos su existencia, del que nunca antes habíamos oído hablar, por que aún no lo azotaba ese caprichoso bandazo de buena fortuna que lo iba a convertir en un personaje que halló alojamiento en las primeras planas. Pero caprichos de la Moira de repente usted nos resulta el clásico piojo resucitado, como decimos en mi solar. (¿Insulto? ¿Represalias contra un ser anónimo? Bah.)
Ahora que viéndolo bien, el detalle del rostro vulgar, mofletudo, de ojos adormilados, no tiene la menor importancia, que dijo Nietzsche ¿o sería Arturo de Córdoba? Porque, señor, lo que saca la cara por el individuo no es su cara sino sus acciones, y en usted no es su rostro, no es su porte, no es esa estampa común; lo que le reprocho, señor, porque me afecta tanto como al resto del paisanaje, es ese vacío de poder que se advierte por culpa de su inexperiencia en esa responsabilidad a la que todavía no me explico cómo pudo llegar un individuo de su calibre. Le reprocho, asimismo, su falta absoluta de autoridad y don de mando, y recuérdelo: quienes lo antecedieron en la investidura supieron imponerse, y hasta cierto punto cumplieron la ley e hicieron cumplirla a todos. ¿Pero usted, señor? ¿Pero usted? Válgame con ese carácter de malvavisco…
Triste, patético, regir un palenque, un herradero, esa clásica olla de grillos donde todos jalan para su lado y hacen todos lo que sus reverendas criadillas les dictan. ¿Usted, mientras tanto? Usted habla y habla, qué más, pero nadie cree en sus palabras. Nadie cree en usted. Lo escuchan, si es que alguien lo escucha, con indiferencia los más complacientes. ¿Y por qué iban a creerle señor? Más de dos años allá arriba, ¿y qué hechos positivos para las masas sociales se le pueden acreditar? ¿Qué acciones positivas para nosotros ha realizado desde que lo impusieron allá arriba señor? ¿Qué…?
Ya le tomaron la medida, ya conocen sus alcances, ya comprobaron que la esperanza recóndita de que usted renunciara al cargo se esfuma, porque ocurre que el hecho de renunciar es cosa de muy cobardes o de varones en verdad enterizos. ¿De cuáles está amasada la pasta de usted? De algo sí estoy seguro: cuando usted deje el puesto al que llegó sin mérito alguno y a la pura ley del hovo por más que uno de muchos más hovos y méritos lo pretendía y estuvo a punto de alcanzarlo (Góngora, su apellido), México va a estar aún más empobrecido que el día de hoy. ¿No le da vergüenza señor Leonardo Valdés? De veras, ¿no se avergüenza cuando IFEs y Tribunales me lo ningunean y a cada rato lo fuerzan a recular?
Mis valedores: sudé. Esos anónimos. (Uf.)