¡Tierra a la vista!

Y de repente, mis valedores amanecimos descubiertos. No precisamente nosotros, sino nuestra matriz indígena, que nuestra raíz española vino a descubrir, por más que este verbo encierra un engaño: ni la una se había perdido, ni la otra descubrió lo que no andaba buscando, que era ella la que se había extraviado al olor de una entelequia las especias. Pero en el errabundaje se les atravesó el «nuevo mundo», y entonces… en fin

Doce de octubre, fecha en que el mundo se miró completo, tal cual, de los pies a la cabeza Y a festejar. Pues sí, pero no, que lo advirtieron a tiempo los articulistas Guillermo Bonfil y Magdalena Gómez:

Los que tal vez no encuentren motivo de celebración son los indios, que no entenderán que se hable del descubrimiento cuando sus antepasados llevaban milenios en estas tierras. Si hubo descubrimiento fue el indio el que descubrió que sus tierras originales no eran suyas, sino de un señor que se llamaba la Corona; que sus dioses no eran ciertos; que su piel cobriza era signo de inferioridad y motivo de discriminación; que él y todos sus ancestros hablan vivido en el pecado; que de entonces en adelante debía llevar otro nombre, uno cristiano; de gente, pues; que era indio. Entró a otra historia por la media puerta de abajo, como los perros. Y aquello lleva ya siglos…»

O en la justa y concisa versión de los nativos mapuches, de Chile: «Cuando ellos llegaron nosotros teníamos las tierras y ellos la Biblia Nos dijeron: cierren los ojos, y los cerramos. Cuando los abrimos, nosotros teníamos la Biblia, y ellos las tierras…» Ilustrativo.

¿Quién fue ese hazañoso que «descubrió» el mundo nuevo? Mírenlo ahí, que ahí viene. Véanlo de pie, insomne, sus dos manos aferradas al tablón de la proa y los ojos arañando horizontes de lejas tierras. Observen cómo viene soñando despierto, en la nariz el aroma de las especias. El Almirante, ni más ni menos. Mírenlo. ¿En sus sueños de insomne alcanzará a columbrar los tesoros que de manos a asombro se va a encontrar y los que (cruel paradoja de la codicia) terminarán por empobrecerlo? Sí, oro y esclavos. La alucinación del Almirante:

«Cansado me adormecí gimiendo: una voz muy piadosa oí (…) Dios (…) maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas (…) De los atomientos de la mar Océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves, y fuiste obedescido en tantas tierras (…) Y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años (…) De allí sacarán oro (…) El oro es excelentísimo (…) y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso. No puedo errar en el ayuda de nuestro Señor que yo no le falle adonde nace (ese oro)».
Y el Colón esclavista:

«Diréis a Sus Altezas qu’ el provecho de las almas de los dichos Caníbales que quantos más allá se llevasen sería mejores (…) que otros ningunos esclavos…»

¿Y cómo fue se vino a consumar, un 12 de octubre del año del Señor de 1492, el encontronazo de los dos mundos que a sangre y dolor no acaban de fundirse en sólo uno? Helos, helos, por do vienen, y adviertan cómo la epopeya quedó consignada en las crónicas: «Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas quel Almirante había mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana…»

Y así fue, mis valedores. Fue así como este mundo nuevo quedó al descubierto. ¿Y descubierto para qué, para quién, para quiénes? Lo certifican Marx y Engels: «El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición». Pues sí, pero en lo que toca a nosotros, mal pese a imperios y a pésimos gobernantes…

«Mientras el mundo permanezca no acabarán la gloria y la fama de México-Tenochtitlan…»

Es México. (Nuestro país.)

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