Esta vez la provincia, mis valedores. Unos días acabo de pasar en mi tierra, que fueron de magia, de encantamiento y encontronazo con la raíz de mis años primeros, que se me huyeron para nunca más. Hoy regreso cargado de esa energía, esa corriente galvánica que nos insufla la madre tierra, que es decir nuestro origen, nuestro hontanar. Mis valedores…
Porque algunos de ustedes, fuereños avecindados en esta ciudad, vivan en el recuerdo sus bienamados derrumbaderos, y los citadinos columbren el ánima de la mal llamada provincia, por un momento dejo de lado temas de requemante actualidad para entregarles algunas vivencias de la visita a mis zacatecanos terrones, los de mi Jalpa Mineral.
Ah, esa entrañable tierruca cuya añoranza todos nosotros, fuereños en esta ciudad, cargamos acá entre los costillares, tamal envuelto con telas del corazón y añoranza de donde sacamos la fortaleza para sobrevivir en este humano hormiguero que una demencial cargazón de humanos terminó por deshumanizar, feo contrasentido. Todo ello me lo entienden ustedes, tecos y menos, jarochos y panzas verdes, costeños, chileros y corvas dulces, y gente de la montaña, del altiplano, del mar y del trópico. ¿O no les ocurre que un día amanecemos (o anochecemos, según) con la nostalgia añudada aquí, miren, en el cogote, y en los costillares, y en la virilidad? Aquella tierruca donde fuimos a nacer, a florear, y algunos, suertudos, hasta a echar vaina
Ahí tienen sus buenas mercedes que acabo de regresar del viaje por tierras de mi andadura, y que vengo con los sentidos cargados de antiguas esencias, hoy renovadas, y mente y memoria retacadas de imágenes y sensaciones que me retoñaron después de vegetar, semiolvidadas por cosas del áspero oficio del diario vivir: que si el aroma de yerba macerada, de fruta en agraz, de majada; que si el sonido del esquilón, de la esquila, del cencerro en el pescuezo de la vaquilla caponera; detrás, bebiéndole los alientos, toretes en pleno vigor, con los güeyes detrás, ya en tales mansurrones superada toda preocupación que no sea de cebada y harinolina a su hora A lo lejos, la primera llamada al rosario (¿no los estará aburriendo mi plática? Sigo, pues…)
Ah, el caserío de mi nacimiento, ese sabor a frutilla cortada de la propia rama a la orilla de la vereda y las lejanías azulencas allá donde el llano se muere y se alza agresiva y retadora la serranía de Morones. Y encima del cresterío ese cielo limpísimo, como acabado de inaugurar, y en el cielo la rueda de cuervos y zopilotes, de gavilancillos y auras pelonas. Allá, en el llano, reverberancias. Mediodía
Una noche pasé en descampado, que fue de remotas hogueras, canciones trovadas en falsete la primera voz y la segunda grave, largo son que arranca ecos de labor a labor, de coamil a coamil:
«No me busques por veredas-mi bien-búscame por travesías-allá encontrarás, si quieres – mi bien -el amor que te tenia..»
Versadas de la provincia paisanos del interior; tonadas que son sangre y zumo del paisano ayuntado a la tierra al cogollo de la tierra a su hendeja, estoy por decir, hendeja por donde fui parido y hendeja a donde habré de volver. A la paz de la tierra.
Estuve en mi pueblo, ya una pequeña ciudad, y volví a paladear aquellas comidas sápidas y picantes, delicias del paladar campirano endemoniadamente indigestas para el arrimadizo. Mi lengua recordó la enjundia de la pitahaya colores copiados al mejor Tamayo. y la fruta de horno con la asadera el jocoque, las habas y la cuajada, y la miel en penca y los chicharrones de lonja Ah del alfajor dulcísimo; me está haciendo agua me refiero a la boca
Así es como me he traído de la provinciana región olores de humo de ocote y de yesca sabores de aceite y miel, tactos, sonidos, imágenes de esas que junto a la caja de cartón acarrea el paisano que viene a buscar la sobrevivencia a hacer por la vida en esta inconmensurable colmena de laboriosas abejas de salario mínimo, de zánganos del puesto público y de (cuándo iba a faltar) la abeja reina de cuento de hadas, efímero cuanto real, y en el que cada seis años todas, por turnos, se sienten reinas del colmenar, si no es que sus hadas madrinas. Y si no, ¿recuerdan ustedes a la Marta de hace todavía un par de años? ¿La habrán podido olvidar? ¿Y a los rapaces de su mala sangre, junto con toda su parentela hoy apestada en el leprosario de San Cristóbal? (Sigo mañana)