Tal es, a la entrada de septiembre, la seña de identidad del tiempo mexicano. No el libro, no la lectura, y sí la toma de calles, la toma de licor y la pólvora gastada en infiernitos. Del libro lo afirma el editor Daniel Goldin:
La lectura, sin políticas de promoción en México. Las bibliotecas si llegan a las comunidades marginales, pero ahí no saben qué hacer con ellas.
Yo, a propósito, invito a ustedes a leer Pancho Papadas, relato que implícita o explícitamente alude al licor, la pólvora y las mega-marchitas. Para que el tanto de diez minutos alguno de ustedes apague la tele y encienda el libro, sintetizo el relato de Vargas Pardo, picardías y humor, con una moraleja que toca a ustedes desentrañar. En el estilo sápido del autor:
Al pueblo aquel, michoacano, llegó un cilindrero, y el máistro Delfino, cuetero de profesión, le ofreció un tostón por su mono huasteco. «Si no me lo robé, oiga Déme tres pesos y el mono es suyo».
Y como unos estamos a fregar y otros a no dejarnos, el máistro dejó el tostón y cargó con el animalito. Pues sí, pero todo fue verlo llegar, y los terribles chamacos dejan de chambian «¡Miren, mi papá compró un huasteco! ¡A quemarle un buscapiés por el cicirisco!» (Tomar nota)
Ahí se inician las jugarreras de los bribones. Día con día maltratarlo. «A aventarlo a las tinas de fermentar». «¡Y cómo hace gorgores! ¡Se va a poner bien pando como mi papá! ¡De clavado, pa que se hogue!»
Ahogándose, el mono alcanzaba el borde de la tina, y va pa adentro otra vez. «¡Pa que te llenes la panza!» Pobre animal. «¡A rellenarle las tripas de pólvora, pa que truene!»
Aquel día malhadado día para un desastrado carcaje de pelos y huesos descoyuntados, ¿pues no se les ocurrió a los bellacos meterle un chicloso entre las muelas, y un chile de este tamaño por la trasera? Había que ver al huasteco dando maromas, sin saber a qué mortificación atender primero.
– ¡Ora a darle toques eléctricos! ¡Miren cómo se tuerce y retuerce…!
La maldición sobre el infeliz. Los chamacos le tronaban cohetes y le amarraban a la cola mechas ardiendo, y así día con día Ya el pobre chango fue quedándose ñengo, trasijadón, con su salud en quebranto. Medio muerto, como que no andaba ya en sus cabales, como que apenas aguantaba la vida como que ya todo le daba igual, como que soñaba en morirse. Atejonado en un rincón, las manos en la cabeza el montoncito de sufrimientos pelaba unos ojillos rebrillosos de espanto. (¿Van ustedes tomando nota?)
Ese día llegó el máistro Delfino: «¡A trabajar, que hay muchos pedidos pa las fiestas de la iglesia! ¡Pónganle doble carga al barril! ¡A moler la pólvora brutos! ¡Con mucho cuidado pónganle el nitro y luego la señal!
Trabajaron hasta tarde, le cebaron doble carga de nitro al barril y le pusieron, como señal de peligro, un hilacho blanco. Y la runfla de malandrines a la cocina a comer. (Espero que vayan tomando nota)
Solo y su alma en el taller se quedó el huasteco, bolita de sufridero. Ahí permaneció sin moverse, montoncülo de pelos y güesos, nomás mirando. Sombra ya de sí mismo, miraba y miraba sin pistojear; quién sabe en que se fijaba tanto; inmóvil, corno a piense y piense, como si de pronto reflexionara…
Y fue entonces. De repente el mono huasteco se enderezó, se rascó las costillas, pegó un berrido, se dejó ir hasta el barril de pólvora le desenredó la tirita de hilacho y con ella se alejó y fue a treparse en lo alto del guamúchil.
Luego de la comida (fijaros bien), toda la sarta de bergantes entró al taller pa seguir chambiando. El máistro Delfino. como no vio ninguna señal de peligro en la manivela del barril, se fue a darle vuelta con todas sus ganas.
– ¡Ni siquiera el nitro le han puesto, güevones! – Y güevones fue lo último que dijo, porque ¡brrumm!, en mil pedazos el mundo. Mis valedores:
Al pobre mono huasteco los brutos del máistro Delfino lo habían agotado a maltratos. Por la trasera le embombülaron pobreza desempleo, desesperanza injusticias, miedos y carestía le enajenaron sus recursos naturales y lo tienen amenazado con privatizarle el energético. Pues sí, pero a Pancho Papadas, un irracional, el sufrimiento cotidiano me lo elevó hasta la hazaña de pensar, y adquirir conciencia de que quienes así medraban con su huasteca debilidad eran no aliados, sino enemigos de su bienestar y el de su familia y yo digo: ¿al mono huasteco no le hubiese reportado más beneficio protestar, demandar, e-xi-gir a los malandrines y forjarles una mega-marchita? ¿Ustedes qué opinan? (¿Qué?)