Los recuerdos de infancia, mis valedores. Uno de ellos, jicotillo mielero, me ronda por estos días en la mente y me regresa a las calles de aquella Aguascalientes de mis años muchachos y a la gayola del Cine Morelos, si es que algo como eso existe todavía. Qué tiempos.Ese cine tiene una jerarquía impresionante, que en sus años de esplendor fue el Teatro Morelos, símbolo clave en la historia del país como sede que fue de la Convención de Aguascalientes que del 10 de octubre al 13 de noviembre de 1914 arropó a la flor y el espejo de la Revolución y contó con dos poderosos brazos, Villa y Felipe Ángeles, pero que careció de cabeza. Fueron aquellos los tiempos de fogosos oradores que en el Teatro Morelos sostuvieron candentes polémicas, alguno pisoteó la bandera patria y relumbraron pistolas y amagos de muerte. Todo porque éstos intentaban establecer en el proyecto de Nación un gobierno parlamentario (visionario y demasiado avanzado para su tiempo) y los logros revolucionarios en beneficio del paisanaje, en tanto que los otros consiguieron la entronización de un jefe máximo, simbolizado en el presidente del país. Ahí perdió México y ganó el virus del autoritario sistema prigobiemista que, con diferente color partidario, sobrevive hasta hoy día. Es la historia.
En eso pensaba por estos días, en que el Teatro Morelos pudo derivar en museo que mantuviese la memoria del México revolucionario, pero no: el recinto vino a degenerar en cine, pero no en uno cualquiera, sino en uno que se tornó repetidora de lo más endeble de la cultura cinematográfica. Fue así como cada mañana tramaba unas matinés que para los adolescentes de aquel entonces representaban la emoción, la excitación, los espeluznos y los bombazos de adrenalina. Y cómo pudiese ser de otro modo… No, ninguna experiencia sexual, sino la exhibición de las cintas más escandalosas del cine gótico, el cine de espantos, de monstruos y engendros, de muertos vivientes y fantasmones resucitados que en penumbrosos castillos de pesadilla mal alumbrados con hachones, dedican sus insomnios a arrastrar cadenas entre lamentosos quejidos de ánimas en pena. Horror. A mí, en mi asiento de gayola, el terror y el espanto me forzaban a fruncirlos: el ceño, el gañote, el… todo.
Y allá, en el corazón de la penumbra y con macabro arrastrar de pies vienen y van cruzando la pantalla. La momia azteca, Frankenstein, La Llorona, El muerto resucitado y El monstruo de la Laguna Negra. Un espantable resucitadero de monstruos, conmigo muerto de espanto, crispadas las manos en las coderas en mi asiento de gayola y la entrepierna humedeciéndose. De sudor.
En fin, que en eso pienso y medito por estos días, y echo de ver que mucho he perdido desde aquel entonces; el amor a primera vista, la fe en aquello que creí inamovible, la fe en la fe, la esperanza en los milagros y la de esperar contra toda esperanza, la capacidad de asombro, de soñar despierto, de confiar en los demás, de confiar en mí mismo, lástima…
¿Ustedes no gozaron y sufrieron unas funciones de cine que les espantó la niñez? ¿No conocieron la taquicardia frente a El vampiro, El jinete sin cabeza, los zombies y las ánimas de ultratumba? ya escucho al rezongón:
– Bueno, si, uno cuando escuincle se ha dejado llevar por pentontadas de esas. ¿Y? ¿A qué viene gastar este espacio en el relato de unas funciones de cine en que como a todo babotas lo chamaquearon?
Y yo le contesto: es que ahora me vuelven a chamaquear. Es que he vuelto a los sustos, a los sofocos de aquel entonces. Sí, varejón y ya trasponiendo el Cabo de Buena Esperanza, ahora, de pronto, he vuelto a los calambres de susto y repulsión que me produce la galería de monstruos, de muertos resucitados, y hasta las fosas nasales me llega el hedor de la carne muerta, podrida, echada a perder. Es que acabo de asistir a otra matinée como las de mi adolescencia y me horroriza otra vez la galería de engendros, y vuelvo a experimentar el fruncimiento de músculos y el rechinar de dientes, Y cómo no, si ahí, miren, frente a mi terror, un aprendiz de brujo cachetón, criado del brujo chaparrito, va resucitando, uno por uno y a golpes de El Yunque, engendros de la alzada de Carlos Abascal, Espino, Fox y su manada de hijastros, los hijos de toda su reverenda Marta. En el Teatro Morelos perdió México y en el Cine Morelos ganaros los monstruos. Hoy, en el país, resucitan y ganan los monstruos y México vuelve a perder. (Laus Deo.)