Pero de veras, qué huevos…
Yo, sí, que caí en la trampa de mis ironías. En la tertulia del jueves antepasado, humeante todavía el aquelarre presidencial que estableció tácticas y estrategias para, ahora sí, terminar con la inseguridad pública ironicé en la tertulia «Con tales medidas, victoria rotunda de Calderón sobre el crimen».
Silencio en la noche. Al rato, la maestra Águeda: «¿Nos acepta desayunar con nosotros? Tortilla de huevos».
¡Huevos! Acepté, por supuesto. La maestra es famosa por su tortilla de huevos, y muy afortunado me sentí con la invitación. Fue así como otro día muy temprano trepé hasta la azotea del edificio de Cádiz y enfilé rumbo a la residencia de la pareja o sea el cuarto del servicio que les renta el Cosilión, que en este país el gobierno mantiene en la pobreza al maestro y su jovencísima como también a Ochoa Guzmán y la Gordillo. Es México.
Ya en la azotea me puse a observar el hogar de la pareja de jubilados del magisterio, y qué amor de hogar ese hogar de amor, minúsculo paraíso, un edén de bolsillo muy a la medida de la humana felicidad. Porque el cuarto de servicio, macetas de toda forma aroma y color, es un vivo cuajaron de verdes, ocres, rosas que se revienen de policromos efluvios. Respiré hondo, yo que había olvidado el olor de
los pétalos, y penetré en aquella sobriedad de aposento, en su pulcra sobriedad. (Discreto, Bach. Aires, fugas, tono menor.) Una mesa aderezada como para misa de resurrección: el mantel, primorosamente deshilado, y la reventazón de corolas. No tronchadas: en su maceta Ahí, provocador, el guiso. Yo, la boca, agua
– Gracias por aceptar la invitación, y a la mesa Su tortilla de huevos.
Pero qué huevos. Eso que la maestra me puso enfrente no fue lo que me había prometido, sino un masacote, una mezcolanza de harina e ingredientes químicos que le dieron un sabor repulsivo. «Qué raro, esto no tiene nada de tortilla y mucho menos de huevos, con perdón» Y cataba paladeaba saboreaba y el estómago encabritándose.
– Es el guiso al que lo convidamos, ¿no, amor?
De reojo observé al maestro, jubilado como su compañera (sólo del magisterio, que no de la vida). Hice a un lado el plato. «No tengo apetito».
– Coma es el guiso que le prometí, con sus ingredientes de rigor.
Yo, tasajeando con el tenedor el masacote de harina viscosa varicosa de venas y veneros de aceites y sebos amarillentos: «¿Es tortilla de huevos..?»
– Pues claro. ¿No es redonda como toda tortilla de huevos? ¿No tiene el mismo tamaño, su consistencia y color? ¿Qué le falta al guiso?
De no creerse. ‘Y ahora si me lo permiten, paso a retirarme porque del artículo de hoy aún no tengo ni la idea- nada se me ocurre para escribir».
El maestro: «Aguarde, vuelva a sentarse, y dígame: ¿por qué es usted así de exigente con el guiso de huevos, cuando
tan anuente se manifiesta con el bodrio de huevos que el jueves pasado le sirvió Calderón?
Con que eso era «¿O qué, no acaba de servirle un guiso que bautizó como reunión de seguridad pública?» (Como que yo no captaba la similitud.)
¿Por qué sonreía el maestro? El, seriedad fingida ‘Ya mi amantísima le explicó el guiso y sus aderezos: de cebolla un sabroseador japonés excelente; de chorizo, esencia de tocino, unas gotas; de mantequilla margarina baratona. Si le percibe un saborcillo extraño ha de ser porque fue cocinado no con dos huevos sino con polvo de huevo y harina de hot cakes. Pero a ver, ¿no son los ingredientes de la tortilla que guisó Calderón para triunfar sobre la impunidad del narcotráfico, para lo cual empleó, de ingredientes, la firma de distinguidos funcionarios públicos? De cebolla picada Romero Deschamps; la Gordillo, de culantro; el sebo de Ulises Ruiz, y el queso de(l) puerco Mario Marín; tocino, el de Genaro García Luna, con el epazote del joven Mouriño y el resto de los firmantes en plan de sabroseadores artificiales, con la sal del representante de masas empobrecidas, el enriquecido Martí. ¿Los huevos? Ah, los huevos: huecos, hueros, presidenciales. Con tales ingredientes, ¿ganarle al narco, como usted afirmó anoche mismo..?
Entendí. Gacha la testa, ni una ironía más, me prometí, y mis valedores: ya el bodrio en una basura donde deberían estar los 75 sabroseadores del saínete presidencial, devoré el guiso auténtico del desayuno, unos huevitos que no es por dárselos a desear, pero la gloria en dos yemas.(¿Gustan ustedes?)