Qué huevos…

Pero de veras, qué huevos…

Yo, sí, que caí en la trampa de mis ironías. En la tertulia del jueves antepasado, humeante todavía el aquelarre presidencial que estableció tácticas y estrategias para, ahora sí, terminar con la inseguridad pública ironicé en la tertulia «Con tales medidas, victoria rotunda de Calderón sobre el crimen».

Silencio en la noche. Al rato, la maestra Águeda: «¿Nos acepta desayunar con nosotros? Tortilla de huevos».

¡Huevos! Acepté, por supuesto. La maestra es famosa por su tortilla de huevos, y muy afortunado me sentí con la invitación. Fue así como otro día muy temprano trepé hasta la azotea del edificio de Cádiz y enfilé rumbo a la residencia de la pareja o sea el cuarto del servicio que les renta el Cosilión, que en este país el gobierno mantiene en la pobreza al maestro y su jovencísima como también a Ochoa Guzmán y la Gordillo. Es México.

Ya en la azotea me puse a observar el hogar de la pareja de jubilados del magisterio, y qué amor de hogar ese hogar de amor, minúsculo paraíso, un edén de bolsillo muy a la medida de la humana felicidad. Porque el cuarto de servicio, macetas de toda forma aroma y color, es un vivo cuajaron de verdes, ocres, rosas que se revienen de policromos efluvios. Respiré hondo, yo que había olvidado el olor de
los pétalos, y penetré en aquella sobriedad de aposento, en su pulcra sobriedad. (Discreto, Bach. Aires, fugas, tono menor.) Una mesa aderezada como para misa de resurrección: el mantel, primorosamente deshilado, y la reventazón de corolas. No tronchadas: en su maceta Ahí, provocador, el guiso. Yo, la boca, agua

– Gracias por aceptar la invitación, y a la mesa Su tortilla de huevos.

Pero qué huevos. Eso que la maestra me puso enfrente no fue lo que me había prometido, sino un masacote, una mezcolanza de harina e ingredientes químicos que le dieron un sabor repulsivo. «Qué raro, esto no tiene nada de tortilla y mucho menos de huevos, con perdón» Y cataba paladeaba saboreaba y el estómago encabritándose.

– Es el guiso al que lo convidamos, ¿no, amor?

De reojo observé al maestro, jubilado como su compañera (sólo del magisterio, que no de la vida). Hice a un lado el plato. «No tengo apetito».

– Coma es el guiso que le prometí, con sus ingredientes de rigor.

Yo, tasajeando con el tenedor el masacote de harina viscosa varicosa de venas y veneros de aceites y sebos amarillentos: «¿Es tortilla de huevos..?»

– Pues claro. ¿No es redonda como toda tortilla de huevos? ¿No tiene el mismo tamaño, su consistencia y color? ¿Qué le falta al guiso?
De no creerse. ‘Y ahora si me lo permiten, paso a retirarme porque del artículo de hoy aún no tengo ni la idea- nada se me ocurre para escribir».

El maestro: «Aguarde, vuelva a sentarse, y dígame: ¿por qué es usted así de exigente con el guiso de huevos, cuando
tan anuente se manifiesta con el bodrio de huevos que el jueves pasado le sirvió Calderón?

Con que eso era «¿O qué, no acaba de servirle un guiso que bautizó como reunión de seguridad pública?» (Como que yo no captaba la similitud.)

¿Por qué sonreía el maestro? El, seriedad fingida ‘Ya mi amantísima le explicó el guiso y sus aderezos: de cebolla un sabroseador japonés excelente; de chorizo, esencia de tocino, unas gotas; de mantequilla margarina baratona. Si le percibe un saborcillo extraño ha de ser porque fue cocinado no con dos huevos sino con polvo de huevo y harina de hot cakes. Pero a ver, ¿no son los ingredientes de la tortilla que guisó Calderón para triunfar sobre la impunidad del narcotráfico, para lo cual empleó, de ingredientes, la firma de distinguidos funcionarios públicos? De cebolla picada Romero Deschamps; la Gordillo, de culantro; el sebo de Ulises Ruiz, y el queso de(l) puerco Mario Marín; tocino, el de Genaro García Luna, con el epazote del joven Mouriño y el resto de los firmantes en plan de sabroseadores artificiales, con la sal del representante de masas empobrecidas, el enriquecido Martí. ¿Los huevos? Ah, los huevos: huecos, hueros, presidenciales. Con tales ingredientes, ¿ganarle al narco, como usted afirmó anoche mismo..?

Entendí. Gacha la testa, ni una ironía más, me prometí, y mis valedores: ya el bodrio en una basura donde deberían estar los 75 sabroseadores del saínete presidencial, devoré el guiso auténtico del desayuno, unos huevitos que no es por dárselos a desear, pero la gloria en dos yemas.(¿Gustan ustedes?)

Venganza ritual

Irán, julio, 2008. Ejecutan en la horca a 29 reos. Ya van 150 en este año.

La pena de muerte, mis valedores. Al tema me referí el domingo antepasado en la radio, con la sensación de avanzar a contracorriente de la opinión mayoritaria; de la ideología de derecha, concretamente, pero no, del presidente de Acción Nacional al propio padre del joven sacrificado que motivó la crispación de las masas sociales, la defensa de la vida y el rechazo a la pena capital son ilustrativos, y sólo encuentran adeptos entre voceros priistas y esas masas que a su deseo de venganza apodan justicia. Hoy, ante el asesinato de un joven de la plutocracia nacional, los «medios» han crispado la conciencia social, y en tantas voces y en tantas formas se invoca la pena de muerte, que voy a decir algo aquí de lo dicho en nuestro espacio comunitario de Domingo 6, de Radio Universidad.

Patético que nuestro país, que en materia de civilización, ciencia, cultura y protagonismo internacional viaja en el cabús de la historia, con ese intento aberrante de regresar a la pena de muerte se empeñe en avanzar contrapelo de la corriente «civilizatoria» en que se inscriben los países del orbe. Hoy, cuando año con año una media docena de países deciden abolir la pena de muerte, entre nosotros se revive la tentación de implantarla. Los instigadores son esos medios de condicionamiento de masas que a raíz del secuestro y asesinato del joven plutócrata promueven la pena de muerte; son esos políticos del Tricolor anuentes a revivirla, luego de que ellos mismo la abolieron en el 2005. Lóbrego.

Las masas, en tanto, al engancharse en la psicosis social inducida mal se percatan de que son sistemáticamente golpeadas por el Sistema de poder en su calidad de vida, en una falta total de justicia y en el abandono de planes apropiados de salud, educación, empleo, salario justo, etc. Son esas masas las que a lo irreflexivo se involucran en un escándalo de nota roja que atañe a los círculos del poder económico, cuando las víctimas que pertenecieron al pobrerío los impresionan apenas, porque no se apellidan Martí. Pero qué vulnerable es el paisanaje a las campañas enajenantes, manipuladoras, de la prensa escrita, la radio y, sobre todo, la televisión. Lo dicho, mis valedores: ya nos tomaron la medida Nos vencen por nuestra pura ignorancia, lástima…

Irán. Del Reglamento para la Lapidación:

Las piedras utilizadas para infligir la muerte no deberán ser tan voluminosas como para que el condenado muera después de haber sido golpeado por una o dos, y no deberán ser tan chicas que no se les pueda dar el nombre de piedras.

Por otra parte, el rechazo a la pena de muerte no tiene más argumentos que el humanismo y la moral. La justicia actúa dentro de unos marcos estrechos. La venganza, en cambio, no conoce más límites que la crueldad humana, con el agraviante de que una y otra vez, por mala fe o por ignorancia, cada acto vindicatorio se planta la careta de la justicia Se hizo «justicia por propia mano», y en esa forma lavó su honor. Y no lo olvidemos: el mediocre es el más vengativo, y más cruel cuanto más pobre de espíritu…

Pena de muerte. Se ejecuta puntualmente el rito del asesinato oficial, con la presencia de los deudos de la víctima o de las víctimas, y es como para preguntarse: ¿la muerte del criminal ayuda a curar el dolor de los deudos? ¿En qué forma ayuda a desagraviar a los ofendidos? ¿Ese nuevo asesinato fue un acto de justicia o un acto vindicatorio? ¿Quién concede permiso moral a las autoridades para ahorcar, quemar, fusilar, envenenar, electrocutar a mujeres y hombres? Asesinar al asesino, que es responder a un asesinato con otro, ¿es hacer justicia? Tan brutal e inhumano es el asesinato que comete el criminal como el que perpetran las autoridades en frío y perfectamente planeado y ejecutado con premeditación, contra sicópatas de cuyas taras los Sistema de poder son responsables: pobreza, falta de educación, crisis recurrentes que van enfermando a la comunidad, tolerancia ventajista ante el problema de la droga y el licor, el abandono del Estado ante la problemática de la comunidad, etc.

Recapitulando: los ejecutados son asesinos; ellos mataron en la medianía de una pasión descontrolada, de unos impulsos irreprimibles, de una enfermedad patológica de una intoxicación de enervantes; ellos, a su vez, son asesinados por el Estado fría, metódicamente: horca, balas, lapidación, silla eléctrica, inyección letal. A eso apodan justicia algunos países civilizados. (Seguiré)

¿Quiénes la víctima, quién el verdugo?

Estoy consternado, mis valedores. Un chofer de auto particular ha sido asesinado a balazos por un grupo de elementos de la policía judicial. Yo, mal informado, de la víctima no conozco ni el nombre, que hoy repite México entero Sólo sé que estaba al servicio de alguna de las familias más ricas del país, uno de cuyos miembros, un jovencito, era trasladado por el chofer en el momento en que las fuerzas del orden secuestraron al joven para luego exigir el rescate correspondiente. Al chofer ahí mismo lo asesinaron, y fue entonces…

Espontáneos y unánimes, todos los medios unieron su voz en un retumbo de horror e indignación por la muerte del infortunado chofer, y a lo reiterativo encaran a las autoridades y al unísono reiteran el discurso de los tres catálogos: el gobierno (del D.F.) es malo; el gobierno (del D.F.) debe ser bueno; exijámosle, y esto no sólo por el asesinato del trabajador cuyo nombre repiten a coro los citados medios, sino también, y de paso, exigiendo justicia pronta y expedita para el joven sacrificado por las fuerzas del orden. Trágico.

Y la indignación de las masas; yo entiendo que su reacción de horror y exasperación es espontánea, y que su clamor de forma alguna es el resultado de una perversa manipulación de los medios que hubiese llevado a artesanos y comerciantes, obreros y desempleados, estudiantes y amas de casa, a conmoverse, enfervorizarse y clamar su repudio ante la sangre derramada. La de las masas no fue compasión e indignación inducidas, sino la natural solidaridad de clase, que el sacrificado fue un hombre pobre como lo somos todos, si exceptuamos a quienes se enriquecen con la explotación de los pobres. De ser la del «pueblo» consecuencia de una campaña mediática, imaginen lo que pudiese ocurrir con el voto popular en épocas de elecciones…

Lo único positivo en esta página negra de la biografía del país; que la muerte de un ser humano sirvió para unificar en el dolor, la iracundia impotente y la flagelación colectiva a las clases altas, las clases medias y el pobrerío, y las autoridades prometieran atender casos de muerte violenta no sólo de humildes choferes, como hasta hoy viene sucediendo, sino también de los ricos que caen bajo el flagelo atroz del secuestro, y a quienes las autoridades habían ignorado o fingido ignorar porque no eran choferes, sino simples multimillonarios. En esto se pone en evidencia la parcialidad de una «justicia» burriciega, que se duele por la muerte de un trabajador del volante al servicio de multimillonarios, pero ignora el deceso del joven que lo contrató de chofer…

Y qué edificante comprobar hasta qué grado ciertos ministros del clero católico se estremecieron de horror ante los restos mortales del chofer victimado, y que en templos de El Pedregal celebraron misa tras misa por el eterno descanso de su alma. Cómo no conmoverse, si aun el propio presidente del país asistió a los servicios religiosos, estrechó entre sus brazos a unos familiares desgarrados por el dolor, y de cara a una sociedad justamente indignada prometió garantizar, ahora si, la seguridad pública. Los familiares del trabajador, reconfortados. Edificante…

Todo esto es México, una comunidad que a su hora se ha conmovido hasta en las telas del corazón con la muerte de dos desdichados choferes: este, que ha motivado las condolencias de Calderón, y el sacrificado en el 1983 en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, Jal., desgracia que aún preocupa a la sociedad mexicana, sin hacer de lado que junto al desdichado chofer fue también victimado un cardenal de la Iglesia Católica, que en su momento y al unísono con toda la jerarquía, se dolió públicamente, protestó y exigió justicia en el caso de los 45 religiosos victimado en Acteal hace once años…

De todas maneras, lástima: la sangre de ambos choferes viene a certificar que la aseveración de Orwel es una soberbia verdad: rodos los hombre somos iguales, pero hay unos más iguales que otros. Los choferes mexicanos, pongamos por caso. Mis valedores: será la edad, serán los problemillas que como gotas de agua horadan el ánimo, pero por estos días, aplastado por el clamoroso llorar de ricos muy ricos y pobres muy pobres ante la muerte de un chofer contratado por multimillonarios, traigo un saborcillo amargo en la boca y un sentimiento total de vergüenza; por mí, responsable del país al igual que otros 106 millones de mexicanos, de que así caigan, por la descomposición colectiva dos mexicanos, el empleado y su empleador. La codicia, en la muerte del rico. En la del chofer, injusticia social, sin más.

En fin. Los muertos a los que masas y autoridades asesinamos por comisión u omisión, en su paz descansen. (Qué más.)

A tragar sapos…

Y parodiando al clásico, mis valedores, ¿habrá desdicha mayor para el humano que en el recordar, en tiempos de infortunio, la pasada prosperidad? Esto me lo sugiere la nota de prensa: Ni quién se acuerde de George W Bush. Los medios de comunicación ignoran a un presidente muy poco popular, que muy pronto se despedirá de la Casa Blanca.Ese Bush que no se apea de la boca la palabra democracia, pero cuya reelección estuvo signada por el fraude electoral más escandaloso y cuyo futuro no tiene, en apariencia, más desembocadura que el basurero de la historia, va a perpetuarse en la memoria de sus víctimas como el genocida de Iraq, Afganistán y Palestina, a la que el texano ex-alcohólico ha masacrado con la mano de su gato y halcón israelí. Siniestro.

Cuántos en este mundo irán a maldecir la memoria de ese que para aplicar sin costo político su «terrorismo de estado» chantajeó tantas veces a sus compatriotas y colonias anexas con la amenaza del «terrorismo», un monstruo que él mismo creó y extendió por los pueblos del mundo. «Hay que acabar con los terroristas», clama aún a estas horas, pero oculta la verdad: que los tales son «terroristas contestatarios» de su terrorismo original, ese que el texano viene ejerciendo contra los pueblos del mundo. El, en libertad como también sus halcones anidados en el Pentágono, es el mismo que mantiene a medio centenar de «terroristas» muertos en vida en un limpio territorio cubano que el guerrero manchó como campo de concentración Guantánamo.

Bush irá de cabeza al desván de la historia, pero la negra memoria de sus acciones ha de perdurar en la economía familiar de tantas comunidades, porque desde la Casa Blanca debilitó la economía del país y sus colonias y está a punto de derrumbar ai imperio hasta un lugar segundón. ¿Quién es, en última instancia, sino el propio Bush, el culpable directo del debilitamiento del dólar y la fortaleza de la industria de la guerra?

Lo dicho, mis valedores: renegrido porvenir aguarda al mediocre de las manos tintas en sangre, a ese perro de guerra a quien más hubiese valido, como asimismo a las comunidades del mundo, haber permanecido en su fase de alcohólico. Ya oigo al reflexivo:

– Yo lo que me pregunto es cómo pudo llegar a la presidencia del país imperial un individuo con tan miserable coeficiente intelectual. No le envidio el futuro que aguarda, a partir del año próximo, a ese despreciable que como político está muerto e incinerado.

¿Muerto Bush?, le contesto. ¿Cómo sabe usted que el sucesor, sea Barak Obama o sea John McCain, va a resultar un verdadero estadista? ¿No ha pensado que ya el sucesor instalado en la Casa Blanca pueda aflorar en él su verdadera personalidad de mediocre, corto de entendederas y falto de espíritu, de carisma y don de gentes; un individuo chato, vulgar, sin un asomo de enjundia, mística, temple, redaños, imaginación? Yo sí, y ante tal situación imagino un diálogo con alguna de dos variantes. La primera:

Torpón, falto de carácter, Obama (o McCain) manda llamar a su mozo de estribo: «Con este tercio no me levanto. Yo aquí rajueleo. Me rindo».

– Pero qué dice usted, señor presidente, qué está insinuando.

– Que yo, de plano, me rajo. Está visto que yo no nací para gobernar.

– Pero qué cosas va a decir de usted el país…

– ¿Peores de las que ya anda diciendo? Anda, habla con Bush; que agarre el timón y enderece el barco. Claro, ante la tele yo seguiré presentándome como presidente, y como presidente seguiré cobrando religiosamente. El resto dependerá de Bush.

La segunda variante: va el escudero hasta donde el presidente McCain (u Obama) se calma los nervios (no Prozac, wiskicito):

– Lo siento, señor presidente, pero la situación llegó al límite. No pudo usted con los problemas del país. No hay seguridad pública, ni una economía sana ni obra social. Su logro hasta hoy es sólo un peligroso vacío de poder y poner al país al borde de la ingobernabilidad. Así que a querer o no, señor presidente, se ha decidido llamar a Bush para que gobierne por usted. Claro, no es agradable quedarse como fachada vil y que otro se apodere del partido, el poder y la toma de decisiones. Pero es que usted… (Y movía la cabeza.)

Mis valedores: ¿no queda para Bush semejante esperanza? ¿Qué tiene él, o de que carece, comparado con Fox? (México.)

Tiempo de asesinar

El crimen mayor que pueda perpetrar el humano nunca se equipara al de quienes, por ello, le quitan la vida…

Mis valedores: yo tengo una única hija. Mayahuel, ella tan hermosa que en ratos creo que lo hace a propósito. Como hija que es de su padre resultó también fabulista; cuento, novela, ensayo, todavía inéditos. Yo, a la inminencia de la nueva atrocidad perpetrada por una cáfila de vengativos con careta de justicieros, ello ante un mundo que ha extraviado el valor de la vida, obtuve de Mayahuel un relato suyo sobre el condenado a muerte. Aquí está.

«Disfruto la cena. Nunca había comido camarones. Al ajo, con aceite de oliva. No era como el de cártamo que mi madre utilizaba para las fritangas. Buena cocinera mi madre. Todavía de las mujeres que eran dueñas de su casa. En sus hijos ejercía ministerio, y el marido sólo le daba el cheque mensual. Mi mujer no es así: trabajó desde muy joven y nunca dejó de hacerlo… nunca ha dejado un día sin trabajar.

Todavía faltan horas. Me gustan los libros. No preguntan, responden, y yo ya no quiero preguntas, repetitivas hasta que la pregunta se vació de sentido. La respuesta es cualquier cosa, e inútil para despejar dudas.

Aún faltan horas y puedo leer lo que me falta para no perderme el final. Cuando termine la lectura será la hora en que llegue mi familia. Nos reuniremos y platicaremos sobre las calificaciones de los niños, el frío que ha pronosticado el meteorológico -ya  no más abogados-,  y los asuntos pendientes. Seremos muchos en la reunión porque tengo una familia numerosa aunque, lo sé, hoy la mayoría no querrá verme. Reunión de circunstancias. Contra su voluntad.

Miro el reloj: ya falta menos. Mis familiares ya vinieron, se despidieron de mí. Yo me despedí de ellos. Se han ido. En estos años he aprendido a no afianzarme a las cosas ni a las personas. He leído mucho la Biblia. Creo que me habla a mí, a veces con mensaje cifrado. Parábolas. También he aprendido a controlarme, a no ser violento. Hasta he aprendido a amar, un poco, casi nada en comparación con lo que he sabido odiar o con lo que he sabido que me aman. Ese poco de amor que me ha brotado, poquito, lo he dado, lo he repartido, lo he demostrado. Tarde ya, porque las horas han ido comiendo gran parte de este día, el del amor, muy poco. ¿El que merezco?

En esta mi nueva vida, la luz eléctrica reemplaza al sol. Mala sustituta Espío el gran cronómetro de la pared. Deseo que el tiempo acabe. Quiero las manecillas juntas, ayuntadas. No, que se rompa la continuidad, que no caminen más. Vamos a olvidarlo todo y a volver a empezar, ¿Volver a…?

Como casi todos los días de esta semana, el sacerdote me visita Hoy tiene algo más que decirme. Platicamos y sus palabras me dan paz. Encuentro en ciertos pasajes que leemos juntos mucha verdad. Que si Dios es mi pastor, que si me aleja del peligro y la oscuridad. Sus palabras me tocan, me hablan, me explican. Callan también.

Hora de descansar. Me recuesto sobre la pared. Tengo un lujo. Hay quienes matarían por tenerlo: un radio. Pequeño. No sintoniza bien las estaciones, pero sí las de la música más sabrosa. También oigo las noticias. La sonoridad me saca de aquí. Música con puertas y ventanas. El ruido de mi radio perfora paredes, derriba muros, me cuenta de la vida de seres inventados y de otros en cuya existencia me cuesta trabajo creer. Lo enciendo para matar el silencio (¡matar!) Mis sentidos no funcionan. Se han quedado en el aire. Floto. El tiempo avanza. Dormito. Me acuestan en la cama, igual que en el hospital, pero no para sanarme…

No sentí el tiempo. Correas sobre mis brazos y sobre los tobillos. Aprietan las venas. Saltan. Como si me fueran a sacar sangre, pero al revés. Tubos en todas mis extremidades. Inyección. (Llegaron, me quitaron las botas, descalzo me obligaron a caminar; a avanzar entre cuatro hombres. Soy nada Camino frente a mi madre, detrás del cristal. Sólo veo sus gestos Avanzo frente a una luz fría. Estancia de la última estancia, de mi última estancia. Mi última cena, mi último libro. Los últimos adioses y los últimos besos. ‘Creemos en ti’ ‘nunca hemos dejado de creer en ti, papá’. Las voces de mis hijos, como cantinela hueca. Sin-sentido)

Al frente, la familia, reflejándose en el cristal. Ellos, todos. Después, el horror. La nada…” Y ya. La venganza hizo cumplida «justicia». (DIOS.)

Horror de los horrores

Los recuerdos de infancia, mis valedores. Uno de ellos, jicotillo mielero, me ronda por estos días en la mente y me regresa a las calles de aquella Aguascalientes de mis años muchachos y a la gayola del Cine Morelos, si es que algo como eso existe todavía. Qué tiempos.Ese cine tiene una jerarquía impresionante, que en sus años de esplendor fue el Teatro Morelos, símbolo clave en la historia del país como sede que fue de la Convención de Aguascalientes que del 10 de octubre al 13 de noviembre de 1914 arropó a la flor y el espejo de la Revolución y contó con dos poderosos brazos, Villa y Felipe Ángeles, pero que careció de cabeza. Fueron aquellos los tiempos de fogosos oradores que en el Teatro Morelos sostuvieron candentes polémicas, alguno pisoteó la bandera patria y relumbraron pistolas y amagos de muerte. Todo porque éstos intentaban establecer en el proyecto de Nación un gobierno parlamentario (visionario y demasiado avanzado para su tiempo) y los logros revolucionarios en beneficio del paisanaje, en tanto que los otros consiguieron la entronización de un jefe máximo, simbolizado en el presidente del país. Ahí perdió México y ganó el virus del autoritario sistema prigobiemista que, con diferente color partidario, sobrevive hasta hoy día. Es la historia.

En eso pensaba por estos días, en que el Teatro Morelos pudo derivar en museo que mantuviese la memoria del México revolucionario, pero no: el recinto vino a degenerar en cine, pero no en uno cualquiera, sino en uno que se tornó repetidora de lo más endeble de la cultura cinematográfica. Fue así como cada mañana tramaba unas matinés que para los adolescentes de aquel entonces representaban la emoción, la excitación, los espeluznos y los bombazos de adrenalina. Y cómo pudiese ser de otro modo… No, ninguna experiencia sexual, sino la exhibición de las cintas más escandalosas del cine gótico, el cine de espantos, de monstruos y engendros, de muertos vivientes y fantasmones resucitados que en penumbrosos castillos de pesadilla mal alumbrados con hachones, dedican sus insomnios a arrastrar cadenas entre lamentosos quejidos de ánimas en pena. Horror. A mí, en mi asiento de gayola, el terror y el espanto me forzaban a fruncirlos: el ceño, el gañote, el… todo.

Y allá, en el corazón de la penumbra y con macabro arrastrar de pies vienen y van cruzando la pantalla. La momia azteca, Frankenstein, La Llorona, El muerto resucitado y El monstruo de la Laguna Negra. Un espantable resucitadero de monstruos, conmigo muerto de espanto, crispadas las manos en las coderas en mi asiento de gayola y la entrepierna humedeciéndose. De sudor.

En fin, que en eso pienso y medito por estos días, y echo de ver que mucho he perdido desde aquel entonces; el amor a primera vista, la fe en aquello que creí inamovible, la fe en la fe, la esperanza en los milagros y la de esperar contra toda esperanza, la capacidad de asombro, de soñar despierto, de confiar en los demás, de confiar en mí mismo, lástima…

¿Ustedes no gozaron y sufrieron unas funciones de cine que les espantó la niñez? ¿No conocieron la taquicardia frente a El vampiro, El jinete sin cabeza, los zombies y las ánimas de ultratumba? ya escucho al rezongón:

– Bueno, si, uno cuando escuincle se ha dejado llevar por pentontadas de esas. ¿Y? ¿A qué viene gastar este espacio en el relato de unas funciones de cine en que como a todo babotas lo chamaquearon?

Y yo le contesto: es que ahora me vuelven a chamaquear. Es que he vuelto a los sustos, a los sofocos de aquel entonces. Sí, varejón y ya trasponiendo el Cabo de Buena Esperanza, ahora, de pronto, he vuelto a los calambres de susto y repulsión que me produce la galería de monstruos, de muertos resucitados, y hasta las fosas nasales me llega el hedor de la carne muerta, podrida, echada a perder. Es que acabo de asistir a otra matinée como las de mi adolescencia y me horroriza otra vez la galería de engendros, y vuelvo a experimentar el fruncimiento de músculos y el rechinar de dientes, Y cómo no, si ahí, miren, frente a mi terror, un aprendiz de brujo cachetón, criado del brujo chaparrito, va resucitando, uno por uno y a golpes de El Yunque, engendros de la alzada de Carlos Abascal, Espino, Fox y su manada de hijastros, los hijos de toda su reverenda Marta. En el Teatro Morelos perdió México y en el Cine Morelos ganaros los monstruos. Hoy, en el país, resucitan y ganan los monstruos y México vuelve a perder. (Laus Deo.)

El VIH/Sida, ¿pena de muerte?

Así pues, mis valedores, se celebra en esta ciudad la XVII Conferencia Internacional sobre el Sida. A propósito, el Jefe de Gobierno del DF presentó el Programa de prevención y control del VIH/sida, con el libro de texto sobre sexualidad que dará a conocer esta misma semana y la repartición de 10 millones de condones «a pesar de los grupos de la Edad Media que andan sueltos y se oponen a su uso».

«¿El condón? ¿Para qué el condón?, preguntan voceros del alto clero. ¿Para seguir buscando el placer por el placer mismo? ¡Eso está fuera de las enseñanzas de Cristo! La Iglesia rechaza el uso del condón, pues esto lo que hace es hundir en el fango a la juventud, en lugar de darle la mano a los jóvenes para que salgan del lodo».

Las opiniones de José Melgoza, cuando obispo de Cd. Netzahualcóyotl:

Me indignan las promociones que se han hecho para el uso del condón. Eso es darles a los jóvenes los medios para que se sigan revolcando en el lodo…

Mientras tanto, en la lucha contra la pandemia del Sida miles de representantes de 188 naciones del orbe analizan el único padecimiento que, en afirmación de Edgar González, coordinador de la Conferencia, «devasta al humano porque el diagnóstico de la enfermedad casi siempre conlleva aislamiento, depresión de quien se ve como un condenado a muerte».

Una muerte que se inicia con la muerte social, y lo preocupante: que la ciencia comienza a rendirse frente al más delicado de los problemas que enfrentamos hoy día, porque «ni la peor hambruna, ni la peor recesión ni el peor padecimiento tienen el lugar que el Sida en la agenda mundial». Y es México, después de Brasil, el país puntero en nuestra América respecto a los pacientes de Sida. Se escandaliza cierta funcionaría de Córdoba, Veracruz:

Estoy aterrada y preocupada por el avance de la epidemia del VIH/sida. ¡Ni un homosexual más en las calles de la ciudad, ni mucho menos en bares y cantinas! Me produce asco y profundo disgusto la presencia en la vía pública de esos miserables indeseables…

Pero es que la enfermedad afecta no únicamente a «esos miserables indeseables» ni sólo al heterosexual joven o adulto, sino a los migrantes que regresan a sus lugares de origen e infectan a la mujer, y ésta a la criatura por nacer, sino también a los viejos que para mantener su vida sexual activa se encomiendan a la advocación de la pastillita azul, la cafecita, la de algún otro color. Y el Sida sigue su avance al ritmo de 150 mil nuevos casos por año, cifra optimista, porque a saber cuántos miles más sean los infectados que no lo saben o deciden no sujetarse a tratamiento alguno. Y los jóvenes…

Que una cuarta parte de los pacientes fueron infectados antes de cumplir los veinte años. Y el alto clero a rasgarse sotanas y capas pluviales:

– Usar preservativos y seguir haciendo el amor. Esto continúa siendo el método de nuestras autoridades. ¡Eso es una barbaridad! Intentan proteger la salud promoviendo el vicio. El abuso del sexo es el que se ha convertido en un problema no de salud, sino de moralidad pública. Y ahora convierten en héroes a los enfermos de Sida. La Iglesia rechaza el uso del condón, fuente de prostitución. Ni condón ni homosexuales. La homosexualidad es un verdadero crimen, y la Iglesia Católica rechaza tanto a los homosexuales como el uso del condón, fuente de prostitución».

A propósito: para usar los conceptos de Cristo, que el clero católico trae siempre a flor de sermón, de memoria repito lo que afirmó ese Ungido que hace siglos privatizaron Constantino y la iglesia católica:

«¡Ay de aquel por quien viene el escándalo! ¡Más le valiera que le aten al cuello una rueda de molino y sea arrojado al mar…!

El escándalo. Hace algunos ayeres el reportero se acercó a José Ulises Macías, por aquel entonces arzobispo de Hermosillo, Sonora:

– Señor, es bien sabido que en México existen muchos curas pederastas, y que su conducta es motivo de escándalo entre sus feligreses, ¿Estos curas usan condón…?

Indignado, el arzobispo, sin aludir al condón: «Sí hay curas pederastas en nuestro país, claro que los hay. ¿Sabías tú que no somos ángeles? Aunque hombres de Dios… ¡también somos hombres, muy hombres!»

Pero muy hombres de Dios, ¿no, monseñor? (¡Dios!)