¡Se dispararon los precios de la canasta básica! Suben más de 20% pan, leche, carne, aceite comestible, etc..
Leí la noticia del matutino fechado anteayer, y de repente recordé el cuentearlo que de memoria relato a todos ustedes, con dedicatoria especial para los 15 millones que entregaron su voto al «chaparrito, jetoncito», etc., y el precio paguémoslo todos. En primera persona lo cuenta el protagonista:
Las naves espaciales dejaban tras de sí sus estelas estallantes de luz. Desde nuestras chozas, en el aparato de TV. las mirábamos hundirse en el firmamento para llevar nuestra luz humana a los límites del firmamento. Era nuestro mensaje, porque nosotros costeábamos la investigación espacial. Sabíamos, acuclillados frente a la abollada cacerola en que hervían las hebrillas de carne, que la nave enviada al espacio era nuestra nave, que los científicos eran nuestros científicos, y nuestros los astronautas, y nuestro el proyecto estrellero. Éramos los pioneros de la era espacial. Éramos…
De noche, insomnes en el jergón de paja, escuchábamos un lejano zumbido de reactores que rasgaban la inmensidad. Entonces, más allá de la anemia, nuestra presión sanguínea aumentaba. Nuestros astronautas, en los que habíamos delegado todo nuestro orgullo de héroes hazañosos, burilaban en el espacio el verso perfecto del himno al progreso. Nosotros, felices…
A veces, al hurgar en los montones de desperdicios algo qué llevar a la choza, nos topábamos con el diario que anunciaba el lanzamiento de nuevas naves espaciales. Sus tripulantes se nos convertían en ángeles de paz, de sabiduría, de riqueza futura para nosotros. Tomados de la mano de nuestras mujeres, apretando esos huesecillos náufragos de carne y rodeados del alegre enjambre de nuestros niños, sus moscas, enfermedades endémicas y avitaminosis, sentíamos la garganta anudada de emoción: nuestros representantes proseguían, allá arriba, la carrera espacial de todos nosotros, los de acá abajo. Nuestro amor, devoción y recursos económicos los acompañaban. Éramos los arquitectos del universo. Cada día, al masticar las hilachas de carne, levantábamos la cabeza para observar a las raudas estrellas humanas que se alzaban rumbo a la eternidad, y aquel nudo en la garganta. Al tomar a nuestras mujeres nos nacía un veneno de placer en el vientre, como si estuviésemos copulando en representación de los ángeles (nuestros ángeles) que domeñaban los astros. Al sentir nuestro renaciente vigor, quedamente sollozaban nuestras mujeres, ellas también, resignadas a recibir un hijo más en sus destartaladas entrañas, en su mente gozando con el vigor de los navegantes, que lograban el prodigio de llevárselas consigo más allá del sol y del terror, de Júpiter y las penas, de Plutón y el hambre Cuánta felicidad…
¡Ah, pero qué de alaridos cuando la nave espacial se desplomó en una explanada que se abre más allá de nuestras malolientes cabañas! La sorda explosión hizo llorar a los niños y desgajarse por dentro a millones de ilusos mendigos de la hazaña ajena que delegamos en esos que tripularon la nave espacial denominada México. La decepción nos forzó a soltar unas lágrimas acres y melancólicas. En cinco años, como al final de cada sexenio, nuestro grandiosa esperanza se redujo a un gusano retorcido y disforme que ventoseaba un humo pestilente. Y no más…
Honda fue nuestra pena y amargo el llanto por las promesas incumplidas de quienes no estuvieron a la altura de los que delegamos en ellos, y que nos hicieron volver a la realidad de la choza, el hambre, la necesidad, la desesperanza. En silencio nos fuimos acercando a los restos ennegrecidos y renegamos ante ellos. De nuestra esperanza colectiva sólo quedaban un renegrido agujero y una ceniza que el viento dispersó en las chozas. Nosotros, los que financiamos la carrera espacial…
Hemos vuelto a la vida de siempre: buscar desperdicios, robar a transeúntes, fornicar toscamente, drogarnos (droga barata). Los astronautas nos defraudaron. Todos. Del «Nopalito» Ortiz Rubio a los «Nopalitos» del PAN. Eso es todo. Hoy, al sorprender a nuestros niños mirando al cielo los golpeamos rudamente Yo, insomne, en la madrugada suelo preguntarme: ¿quién será más niño, quiénes estará más golpeados, ellos o nosotros? Ah, adultos-niños. Ah, esta compulsión de nunca asumir, de delegar siempre en quienes siempre, estudien la historia, van a terminar defraudándonos. Ah, esta terca, irracional esperanza de inmaduros que se niegan a crecer. Ah, México. (Este país.)