Esta vez, mis valedores, habré de referirme a los buscavidas que viven y sobreviven de estimular la codicia y la necesidad de unas masas no avisadas. Sí, los estafadores que nunca faltan y siempre salen sobrando. Que el billete premiado, la tiradita, el automóvil que nos sacamos en la televisión o esos grotescos correos electrónicos, 15 o veinte al día, cada uno de ellos con el anuncio de que en la rifa africana me acabo de ganar que los 10, que los 20 millones de libras esterlinas, esto sin necesidad de comprar boleto ni de tener que pagar impuestos. Y el candido, que cae redondo. Yo, por ejemplo…
Porque estafa fue aquella que marcó mi niñez pueblerina, y que en materia de pérdidas sobrepasó el tostón y arañó el peso; y a nuestra edad y carencias, las mía y las del país, esto constituía todo un capitel. Me acuerdo…
El fraude ocurrió en mis derrumbaderos zacatecanos, en una Jalpa Mineral enfiestada en la celebración del Crucificado. Yo, el payo aquel, siete años de edad, segundo año de primaria, boca abierta a todas horas. El drama personal se escenificaba en la plaza pueblerina y a la luz de un par de cachimbas. Yo, deambulando por la plaza, alcatraz de pepitas en esta mano, de repente fui a dar a la mesa del camandulero, cachimbas de querosén: «Métanle para ganar». Sí, la antiquísima, conocidísima estafe del juego de la bolita-Observé el jueguito. Miré que cierto fuereño depositaba monedas de a veinte a la vera de alguno de los tres cuencos donde podría esconderse la bolita, y… «El jugador acertó! Así de fácil. -Y ándenle, a entregarle dos monedas de veinte, la que se arriesgó y la ganancia-. ¡Los culos no van a la guerra, y el que no arriesga no pasa la mar..!»
Y ándenle, a cruzar la mar, y a meterle mi moneda de cinco fierros. Y a pelar los tomates cuando la rápida mano se la arrastró, y a colocar una nueva moneda, y aquel sudor en las manos, y la boca que sabe a moneda perdida, y el gran final: a la luz de las cachimbas se huyó todo mi capital, y yo, solo y mi alma (ya ustedes conocen la fiel compañía que hacen unas monedas en la bolsa). Y ahora que pienso en la estafa, mis valedores…
Cuánta destreza de manos, qué conocimiento de la clase de ignorantes con que se trata, qué sangre fría para quitarles sus cobres. Porque eso sí: para que surta efecto la estafa, el vividor tiene que poseer ligereza y agilidad, y un soberbio juego de manos, de dedos, de uñas. El camandulero de feria debe tener la suficiente destreza para ocultar no sólo el garbanzo (la bolita), sino también el secreto de la engañifa Tiene que estar prevenido, asimismo, para que de repente se le apronten dos CUÍCOS y, si no hay un arreglo de mutua conveniencia, pasar la noche en la cárcel, o algo todavía peor que la justicia no la apliquen los propios gendarmes, sino alguno de mis paisanos, descontento con ese liviano de manos, y se apreste al diálogo cordial ya con la daga en la mano. «¡Guárdame ai!», la leyenda O esta, en mi cachicuerno guerrerense, a ver: «Yo soy como el camalión- chiquito, pero carbón». Lo vuelvo a arropar en su funda de cuero crudo, y a su cajón. En fin, que así es el asunto con los estafadores del juego de la bolita Y a esto quería yo llegar.
He leído y oído en «los medios» comentarios diversos en torno a los documentos que entregó López Obrador a los diputados del Frente Amplio Progresista, donde se configuran delitos de Juan Camilo Mouriño, titular de Gobernación, desde que asesoraba al secretario de Energía, un panista Calderón del que era funcionario cercano. Leo y escucho las maniobras de escamoteo y dilución que perpetran a estas horas los mismos comentaristas que ponderan, a lo aspaventero, «las porquerías» del proceso interno para la elección del presidente del Ejecutivo Nacional que lleva a cabo el PRD. Esa sí que es una cloaca nauseabunda, no el tráfico de influencias y lo que resulte en el curriculum del secretario de Gobernación. Tal es la «imparcialidad» de los «medios», que así manipulan a tanto pobre de espíritu que en esa base fincan su criterio político, y a esto quería yo llegan para engañar incautos, los profesionales de la estafa y el truco se entrenan, y a la hora de la engañifa se recatan, o así les va Los tales comentaristas, por contras, ni un tanto así disimulan su mala fe ¿Por lo que arriesga el del fraude del billete premiado? ¿Porque los farisaicos que así denostan el «cochinero» del PRD y a un López Obrador «dictador y fascista» mientras así alcahuetean a Mouriño y a Calderón, esos nada de nada tienen qué arriesgar? (Seguiré con el tema)