No la hagas de pe…dro (Domé)

Hablé ayer de esa piquera descomunal que apodan Feria del Caballo, cuya sangre y cuyo oxígeno es el licor, y alerté a jóvenes y adolescentes a evitar la trampa que les tienden los mercachifles de la degradación alcoholera con el señuelo de circo y payasos, toros y palenque, y un maratón de berreantes y falseteros, ellas con atuendos que muestran pubis, cóccix y tatuajes vecinos del clítoris, deleite visual de unos mirones babeantes de licor y lascivia. Yo, que había sorprendido al Ariel viendo la tele, me alarmé. ¿Otro débil mental en la familia? ¿No basta conmigo? ¡A desenajenarlo, rápido! Y a Texcoco, a la «feria provinciana», candido de mí, que al participar en juegos diversos, el Ariel cosechó litros, porros, cuartillos, castañas y damajuanas. ¡Rápido, a sacarlo del «tiro al blanco», donde ganó un pomo de cacardiosidad! Mi única: «Allá, mira, no creo que haya riesgo de bebistrajos».

El juego del dardo y los globos. El feriante: «Te los tronastes, güerejo, y te llevas dos de a litro y una de rosado. ¿Conoces el rosadito..?»

El rosadito. Y fue entonces. En la noche de Texcoco observé a los feriantes, ellas y ellos, adolescentes y jóvenes, que deambulaban como zombis, muertos vivos, vivos muertos de licor, ese que los mercachifles de la humana degradación les embombillaron a modo de lavativa bucal. «Vi a los feriantes deambular bamboleándose, insomnes sonámbulos, en la diestra una de «presidente», casi tan dañino como los que malparen, para perjuicio nuestro, los partidos políticos paraestatales. Salú.

Escalofriante. Los feriantes, clavado en el pecho el mentón, erraban de la carpa al palenque, del merendero al bar y de ahí al muro donde recargarse y: ¡guácala! Pálidos todos, fija la pupila y la pupila errante, qué contrasentido, volvían al siniestro ritual de la borrachera en el antro de la «feria internacional». Ahí, entre la rueda de la fortuna y la fortuna de los creadores de nuevas hornadas de briagos; entre la casa de la risa y la risa idiota de los ahogados de licor; entre los carros locos y los locos de droga y licor. A marearse en el volatín cuando el alcohol ya los mareó hasta la náusea y el vómito. En la piquera disfrazada de figón: 2 copas, 3, por un solo boleto. Y que de súbito estalla el chicotear del falsete en el falsete varón que nombran Juanga. Y chúpese tres y pague sólo las dos primeras, pero cuidao y se me caiga sobre el pozole. Final de fiesta: la fiesta de la rifa, por tantos pesos se lleva la de a litro, con la anforita pa la bolsa de su chamarra Sí, usté que pasa babeando. Mi única y yo, en el espanto, tomamos al Arieluco, y a huir.

A la salida, en exhibición, dos caballos de la perico domé. El cuaco blanco, cuando pasé por su vera, miróme con sus ojos amarillosos mientras me la pelaba, toda su dentadura, como diciéndome con los puros tomates: «Si serás cándido. ¿Qué tiznaos te ganas con hacer bilis y denunciar que ferias como la de Texcoco son gigantescas piqueras donde se envilece a la juventud y a la runfla de adolescentes aturdidos que caen en sus redes? En este país de borrachos, ¿quién canacos te va a escuchar? Mejor hicieras en darte al pedro tú también. Anda, llégale a la cacardienta ¿O quieres seguir haciéndole al idiota con prédicas en el desierto? Los briagadales, o sea todo México, ¿van a escucharte? Anda, ponte a chupar o lárgate, pero ya no la hagas de pedro».

¡De pedro! El penco retinto, prieto azabache, volteó los cuartos traseros, y… ¿porque le caí mal, porque me reconoció y supo que yo iba a alertar a todos ustedes contra el peligro de cacardiosidades y pericos domé? Lo cierto es que al pasar por su lado, la bestia (bestia, sí, pero ella en su juicio) me estampó en pleno rostro aquella exhalación, el suspiro salido de lo más recóndito del delgado, y con vía libre y a sirena abierta por todo el grueso. Me la hizo de fumarola, y qué hacer. ¿Competir con el penco, pagarle con la misma moneda? Más penco resultaría yo. Me hice el desentendido. Ya en la carretera, el Ariel: «Feria horrible, de veras»..

Mi única y yo nos miramos, sonreímos, qué alivio. Alcé los ojos al cielo, un cielo tan alto como el techo del volks. «Gracias te doy, Santo Niño de Atocha, que a mi niño le conservaste el candor». Y entonces:

– Horrible la feria Mucho chupe, sí, ¿y de botanas? ¿Nada.?

Me los sentí caer. Rodar por el suelo. Por los baches del pavimento. Los ánimos. Mis valedores, cuidado: ahí, una vez más, en Texcoco han alzado su piquera descomunal. Cuidado, mucho cuidado, y salucita, toda la que cabe en las visceras de un borrachales. México. (Este país…)

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