De no creerse, señor. ¿Sabe usted que como gobernante que fue ya lo estoy echando de menos? Muy cierto, lo reconozco: cuando titular del Ejecutivo creó usted una muy mala fama de inepto, frívolo, cabeza hueca y garañón bueno para nada que no fuera escandalizar a las buenas conciencias con su indiscreta manía de besuquear, levantar faldas y cachondearse con la favorita en turno. Pues sí, pero como gobernante lo echo de menos. Qué cosas…
De acuerdo: mientras permaneció en el cargo lo abominé, como tantos más. Y cómo no aborrecerlo, si por su estilo personal de gobierno, desenfadado y superficial, el país padeció una crisis tras otra, que iban desde los recovecos de la economía, tan delicados, hasta los pantanosos terrenos de la política exterior, donde lastimó a pueblos y gobernantes. Yo, entonces, tronándomelas de nervios (las manos) aguardaba a que usted, por hurtarle el cuerpo a jueces, ley e investigaciones, se apresurase a encuevarse en algún refugio estratégico que lo pusiera a salvo, y que al gobierno llegase el sucesor, y con él la nueva esperanza de cambio para tantos desesperanzados candidos. Y que el tiempo se olvidase de usted, y la paz. Perfecto.
¿Y el resultado, señor ex-presidente? Yo con el alma quisiera que volviese al poder. No tengo otro remedio que echarlo de menos…
Y cómo no echarlo. Usted no cumplió sus promesas de candidato, al contrario: dejó un país erizado de crisis, problemas y dificultades. Peor, imposible, pensaba yo entonces, ¿y cuál fue el resultado? Pues eso, que el sucesor nos ha resultado una catástrofe más destructiva que usted mismo. Mediocre irredento, inestable emocional y de torvos instintos bajo la costra de su aire de santurrón; con un pasado gris, cuando no oscuro, ése exhibe el perfil psicológico de un perfecto inhábil como gobernante, lo único perfecto en él, que carece de merecimientos para ocupar el cargo heredado a la mala, cuando no a la peor, y que por méritos propios nunca hubiese alcanzado. Señor…
Usted bien lo sabe: su sucesor fue impuesto por los del poder a la viva fuerza mediante un fraude estridente, porque vieron en él, carácter de malvavisco, el medro seguro a costillas de los gobernados. Ahora se la pasan cobrándole las facturas. Con réditos. ¿Y usted, mientras tanto..?
Recuerdo el día en que el otro llegó al gobierno, y cómo nos fue a resultar, que apenas estrenado en el sillón donde lo impusieron y que le queda holgado, comencé a echar de menos la presencia de usted. Atónito ante las medidas aberrantes del sucesor, miraba hacia algún rumbo impreciso de la geografía (¿el norte, el noroeste?), calculando que por allá andaría usted, en cabildeos con sus colegas para mantener en pie los intereses que creó en su gobierno. Yo, entonces, me la persignaba susurrando aquella oración:
– Que vuelva. Que vuelva tan sólo una vez, pero que vuelva..
Usted qué iba, qué va a volver…
Y qué hacer. Yo, agobiado, seguía y sigo presenciando las barbaridades del sucesor, un reaccionario que entre tufos misticoides y de moralina (hasta esa erisipela le vino a brotar), a lo desvergonzado mostraba ser un moralista de dicho y un corrupto en sus acciones; un persignado de los que mean agua bendita y ventosean flatos en olor de santidad. Laus Deo Señor ex-presidente:
Yo, en un principio, me preguntaba: ¿estará enterado de que con ese allá arriba la pública res (no me refiero al tal) está mil veces peor que antes? Y de saberlo, ¿nada puede o quiere hacer para frenar al que llegó con su peste a fraude maquinado, a imposición, en calidad (muy mala calidad) de espurio? Algo en bien del país tiene que hacer el antecesor, así sea una asesoría a tiempo. ¿Por qué no lo hace?, pensaba ¿Tan poco le interesa el país..?
Ahora lo entiendo. Cómo pudiese advertir las torpezas de ese que le sucedió en el gobierno, si sigue usted arropado en las enaguas de la mujer, a la que alienta en sus ambiciones y se la encarama en los lomos para fomentarle sus instintos y vocación arribista, de trepadora voraz. ¿Que ella anda en plena brama política? Pues a excitarla, a estimularla, a satisfacerla y ponérsele de escalera para ayudarla a trepar. ¿Que, hiperkinética, zarandea las aguas políticas para asir del poder todo lo que abarquen sus dos manos? Ahí usted, al pie de faldillas y enaguas; que para gobernar un país resulta que son, a mi ver, más valiosas que usted y el sucesor juntos…
Adelante, pues. Deje que el sucesor siga arruinando el país, señor William Clinton, ex-presidente. (Vale.)