Cuestión de aflojarlo…

Los 13 cuentos que conforman La ley de Herodes, del escritor Jorge Ibargüengoitia, publicados en 1967, hoy aparecen traducidos al italiano.

Lo que me recuerda (le recordó al maestro en la tertulia de anoche) el relato que da título al volumen. ¿Conocen ustedes La ley de Herodes?

– Y cómo no la vamos a conocer –el Síquiri-, si esa es la única ley que se cumple en este país, o sea: la ley de ese que nombran ustedes Nuevo Orden Mundial, con sede en Washington: «El neoliberalismo es La ley de Herodes, y aquí te tzhingas o te hodes». A la de a blanquillo, ¿no?

– En el fondo es la misma, pero yo no me refiero a esa ley, sino al relato de Ibargüengoitia. No creo que sea su relato mejor, pero ilustra la relación de La Casa Blanca con el de Los Pinos. ¿Tiene usted ese libro, señor Valedor?

Lo tuve. Ya con él en sus manos, el maestro explicó el argumento y citó algunos pasajes. «La ley de Herodes: la enajenación de PEMEX y similares que nos impone el Imperio, y todo lo que el de Los Pinos le tiene que soportar, a veces por la propia conveniencia Aquí el arranque del cuento, donde el protagonista narra sus inicios marxistas y su relación episódica con el Imperio del Norte«.

«Sarita me ilustró. Antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo entender que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del proletariado; me hizo leer a Marx y Engels, ¿y todo para qué..?»

Muy marxistas él y Sarita, pero como buenos pragmático-utilitaristas, ambos solicitaron la beca de Fundación Katz para ir a estudiar en los EU. Y a someterse a los exámenes correspondientes, que pasaron sin dificultad, hasta llegar al examen médico. Ambos, al siguiente día, tendrían que presentarse con sus muestras «del uno y del dos». Mortificante.
«¡Ah, qué humillación! ¡Recuerdo aquella noche en mi casa, buscando entre los frascos vacíos dos adecuados para guardar aquello! ¡Y luego, la noche en vela esperando el momento oportuno! ¡Y cuando llegó, qué violencia! Cuando estuvo guardada la primer muestra volví a la cama y dormí hasta las siete, hora en que me levanté para recoger la segunda Guardé los frascos en bolsas de papel para evitar que alguna mirada adivinara su contenido».

Y que en el lugar de la cita tuvo que esperar a Sarita, pues ella había tenido cierta dificultad en obtener una de las muestras. Que ella, como él, llegó con el rostro desencajado y su envoltorio contra el pecho. Que se miraron sin hablar, conscientes de que su dignidad humana como nunca antes había sido pisoteada Y lo peor: que delante de la pareja la recepcionista tomó los envoltorios, los sacó del plástico y exhibiendo su contenido les pegó una etiqueta Y que un tal doctor Philbrick, de la Fundación Katz, hace pasar al consultorio al joven solicitante de la beca, y que lo somete a humillante interrogatorio sobre dolencias y contagios que hubiese padecido: neumonía, paratifoidea, gonorrea, en fin Y al cubículo: «Desvístase».

«Yo obedecí, aunque ya mi corazón me avisaba que algo terrible iba a suceder». El doctor Philbrick procedió a revisarle el cráneo, y a meterle un foco por las orejas, y un reflector frente a los ojos, y le oyó el corazón. «Luego tomó las partes más nobles de mi cuerpo y a jalones las extendió como si fueran un pergamino, para mirarlas como si quisiera leer el plano del tesoro…»

Siguió, implacable, la revisión, que el marxista solicitante de aquella beca soportaba con dificultad. Sudaba; en eso: «El doctor Philbrick fue a un armario y tomando algodón de un rollo empezó a envolverse con él dos dedos. ¡Hínquese sobre la mesa!» Sí, en cuatro puntos. A gatas, pues.

Tomó un objeto de hule, introdujo en él los dos dedos envueltos en algodón: «Comprendí que había llegado el momento de tomar una decisión: o perder la beca, o perder aquello. Trepé a la mesa, me hinqué, apoyé los codos sobre la mesa, me tapé las orejas, cerré los ojos y apreté las mandíbulas. El doctor comprobó que yo no tenía úlceras en el recto». «Vístase».

– Salió tambaleándose, y en el pasillo encontró a Sarita, pálida Salieron a la calle, y mirábanse de reojo. Contertulios: La ley de Herodes tuvo un remate fatal: entre amigos y conocidos de la pareja trascendió el secreto de que el marxista se había culimpinado ante el imperialismo yanqui. ¿Y nosotros? ¿Y nuestro gobernante frente a la Iniciativa Mérida y la privatización de PEMEX?

– Nosotros a aprontarlo y ponernos flojitos. Como siempre, ¿no?

Callamos. Mi país, (ah, mi país…)

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