Por andar de «Culeco»

El acto fallido lo sufrí en agosto del 2004. Aquel día desperté con la excitación a ritmo de taquicardia, brinqué del jergón, corrí al baño y abriendo el grifo de la ducha, vamonos, un baño como para casamiento, y por mi cuera hablará el estropajo: jabón por aquí, zacate por allá, piedra pómex por acuyá, tallones por todas partes. Una buena refregada al pellejo, y la refregada mugre renuente a abandonar las zonas que al más puro estilo Frente Popular o Antorcha Campesina había venido a invadir. Granaderos en plena labor de convencimiento a toletazos, jabón y estropajo iban despejando la zona invadida Ahí la limpieza de mis dos orejas: cerilla, cera y pabüo, y por fin: la pelleja quedó rechinando de limpia Qué bien

Y tumbarme las barbas, cortar la pelusera de nariz y orejas, y ojeras embijar de crema humectante, y cumplir la maniobra que pocos políticos: cortarme las uñas. ¿Perfume, loción, dice alguno? ¿Talco, desodorante? Eso no, porque hiede, con «de». Y yo huelo a limpio o a sucio, según, pero huelo a mí, sólo a mí, que es olor natural, mío. ¿Yo, arrojar tufaradas de química comprada en pomos en el almacén transnacional? ¡Nunca!
Ya en mi habitación, vestimenta de gran gala para la gran ocasión. Luego de muchos ensayos me decidí por los pequeñines bicolores: morado y rosa -rosa mexicano- con discretos corazones y cocolitos magenta encendido. Mucho los cuido, pero la ocasión lo amerita, pensé. ¿La ropa de arriba? Lo mejor, con mi suéter estilo cuello de tortuga modelando un cuello de tortuga estilo suéter. Los pantalones de pana y el chalequito de pelos. Mis botines: la noche anterior los había enjarrado de betún; me quedaron más relumbrosos que los botines sexenales del Salinas y honorable familia (Estado de derecho.)

El desayuno: una dieta ligera, que abdomen congestionado y emociones fuertes no siempre congenian. Mientras daba remate a mi segundo plato de birria, repasar la birria de noticias que invaden, que infestan las primeras planas, sucesos que se me ofrecen maltrechos, inválidos, minusválidos en su pobre sintaxis que para el redactor «pasa desapercibida», pero no inadvertida para mí. Bueno, sí, pero hoy, me decía, tolerancia, que el ánimo debe entonarse para recibir la gran dicha Lástima

¿En qué ocupé el tiempo hasta la hora señalada? Leí sin concentrarme en la lectura; pensé, y al pensar divagaba; eché a volar con todas sus alas mi fantasía, regodeándome con la ventura que me aguardaba De tanto en tanto subía y me daba un pasón (Con el cotonete en los oídos, que siguieran expeditos los conductos que van a dar al yunque, al martillo, a toda la herrería) Y a aguardar, solazándome con la dicha que viene..

¡Y la hora sonó! Sonó el minuto crucial, con mi corazón titubeante; ¿detenerse, acelerar? Ah, Dios, que con su pecho de roca rompió el listón de la meta final y con él is esperanzas, una moneda ¿Y mi Guevara? ¿Y mi oro? ¿Pues qué: esos que día con día y desde la tele alimentan mi espíritu no me habían dicho, y jurado y cantado, que yo iba a traerme mi oro? ¿No me estuvieron manipulado para recibir de pompa (con pompa) y circunstancias mi medalla de oro, la que yo me había ganado, y de pie y con todos mis músculos en posición de firmes (casi todos) entonar con Grecia, el Olimpo, sus dioses y el universo mi solemne himno nacional, hoy más solemne que nunca, porque entonaba odas a mi medalla de oro? ¿Odas? No odas. ¿O qué, el fracaso de Atenas significa que yo, mexicano de mí, voy a seguir de segundón? ¿Que cargo el signo, la señal del fracaso, del adolescente perpetuo que por negarse a asumir como idealista delega como mediocre y en mediocres siempre, siempre gananciosos con mi mediocridad? ¿Cuándo me decidiré a dejar mi estado mental de niño irredento, de oruga dependiente y pasiva que delega en el Sistema de poder al que a lo compulsivo adopta de padre cuando es su padrastro? ¿Cuándo aprenderé a confiar en mí mismo y asumir y convertirme, de oruga, en crisálida? Por lo pronto, cándido de mí, me quedé bien vestido y bien alborotado, con lágrimas refrescando mi clueco corazón que no pudo entonar, con Zeus, Apolo, Venus Afrodita y su cojo y cornudo Hefestos, los aires de mi himno patrio, el que me compuso un catalán. Luego de suspirar, a resignarme, qué más. Eso, en agosto del 2004. Hoy:

«La Guevara renuncia por su nula oportunidad de ganar una medalla en los juegos olímpicos de China«. Válgame, ¿y ahora? (Pa su…)

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