Pocas cosas son tan peligrosas para los manipuladores como la gente que piensa por sí misma. (M.G.)
Y hablando de manipulación, mis valedores: al neoliberalismo me referí ayer, e hice notar el hecho increíble de que hayan sido catorce, quince millones de pobres, tantito más de espíritu que de bienes materiales, los que llevaron a cabo la acción inaudita de votar por más de lo mismo. Son esos mismos que por estos días pendulean entre los lamentos, tan estériles, y las mentadas de Tula (Tula es mi madre), más estériles todavía. Y qué hacer ante unas masas sociales que se niegan a pensar…
Porque tiempo es de reconocerlo: ya nos faltaron al respeto, ya nos tomaron la medida, ya nos vencieron, todo ello por nuestra propia ignorancia, esta que con el sufragio a favor del panista nos llevó a convertirnos en colaboracionistas de nuestro enemigo histórico. Por ignorancia, sí. Por nuestra pura ignorancia, sin más. Ah, esta terrible vulnerabilidad e indefensión ante la embestida manipuladora de todos los medios de condicionamiento de masas…
Y a propósito: yo, por una feliz casualidad, acabo de escuchar la voz genuina del pueblo, que no es la voz de Dios, como quiere el dicharajo. Lo será cuando ese pueblo diga a los «medios»: ¡basta!, y entonces comience a pensar, a reflexionar, a practicar el ejercicio de la autocrítica y a tomar en cuenta, en provecho propio, las lecciones que imparte la Historia, esa estrella polar. En fin. Escuché la voz del pueblo, dije antes, y sí…
Ocurrió el domingo anterior a media mañana, ya tibio el mundo después de tiritar durante una noche de frío, de duro cierzo invernal. Salía yo de mi depto. de Cádiz, en la Mixcoac Insurgentes, a conseguir mis pellejos y menudencias para compartir con el Rosco, mi dulce compañía (un gato). De repente, por esa banqueta las divisé caminar muy juntas, como si mutuamente se dieran valor al salir a las calles de la ciudad capital, tan seguras para la gente bien. Reconocí a las viandantes: la espalda baja de la del chongo correspondía a La Tía Conchis, conserje del edificio; los aguados, a una tal Gloriella Godínez, del edificio de junto. (Aguados los «pants».)
A los rayos de un sol mañanero este mundo, como enfermo en plena convalecencia, dejaba de tiritar y se desperezaba. En dirección del tianguis, a mil decibeles, por las bocinas se cimbran los alaridos del merolico: «¡Naranjas de jugo y para jugo, marchantita..!»
– Adiós las dos, oí que decía, donaires y picardías, el joven juguero. ¿A dónde las dos tan solitas?
Con aire de mortificación, la tía Conchis: «¿A dónde cree usté? Pues a la piedra de los sacrificios, a que esos del tianguis nos arranquen el corazón. ¿Qué, va a venirse? A acompañarnos, pa que nos la cargue, la canasta. A mí, cuando menos, porque ésta se me viene pandeando.
– No la friegue, digo. ¿Pues cuál se le viene pandeando, tía Conchis?
– Pues ésta, o sea Glorietita. Que le da cuscús enfrentar nabos y rábanos que el chaparrito jetoncito de la ceja alacranada nos va embombillando con un aumento de este grandor, mire. Chinche gobierno, hijo putativo del putativo Salinas…
Y allá van las dos, con su aire de condenas a muerte que del pabellón fatídico se dirigen a la cabina de la silla eléctrica. De la inyección fatal. En sus manos apachurraban sus arrugados.
– Pa lo que sirven los móndrigos. ¿Ve este de cincuenta varos? Pa puro chile, si no es que pa puro rabo, o sea de cebolla, alguno más pichichi que el mío propio, o sea…
– No le hagas plática aquí al de los jugos, chance y nos resulte oreja de Gobernación. Y a apretarlo, Conchis, o el gasolinazo nos coge a medio camino, y entonces puro rabo que a mi Lencho le doy de comer. A apretar el paso. Ay, Conchis, Conchis, después del gasolinazo cómo alimentar a mis criaturitas. Siete en total, y mi Lencho, que se las pela por la carne…
– Dale gracias a San Asmodeo que tu viejo todavía sigue en activo, pero caramba, el control natal…
– Yo hablo de la carne de comer, no de la de darle gusto al petate.
– Bueno, sí, pero admítelo: tu viejo se mantiene en activo. Si no del acto carnal, sí cuando menos del…
(Mañana.)