Es tarde…

Más tarde de lo que supones. (Mi recordatorio anual.)

«Habrás de morir, y los gusanos de la tumba se disputarán tus despojos».

Muy cierto, no importa tu mucha o tu poca edad. Reflexiona en tu tiempo de vida, en el grado de intensidad con que la vives hoy día y el provecho que día con día obtienes a nivel de espíritu. Para tan loable ejercicio qué tiempo mejor que el presente, cuando un año más, que se nos tornó uno menos, se nos fue de las manos para nunca más. Aquí las reflexiones que te envío año con año por estos días. Porque hoy, a fines del año, es más tarde de lo que piensas…

El calosfrío del tiempo que pasa El aletazo de un tiempo de vida que se nos fue para no volver, y que en los espíritus sensibles provoca esas vagas tristuras en la medianía del comelitón y los brindis. Uno anda por estos días cargado de vagas melancolías, con el ánimo encogido a la meditación del tiempo que nos enfrenta, a querer o no, con la Gran Interrogante. Yo, entonces, me di a leer al filósofo de la brevedad de la vida, el absurdo de los afanes terrenos y la fugacidad del placer. La amargura, sí, el fatalismo y la exhortación a vivir cada día en el cogollo de cada minuto: el poeta Ornar Khayyam.

El vasto mundo: un grano de polvo en el espacio. Los pueblos, los animales, las flores: sombras. El resultado de tu perpetua meditación: nada…

La poesía del persa Khayyam, agridulce, se nos entrega desnuda de galas, directa, el puro hueso y el fatalismo, que para el filósofo del desencanto y la sensualidad machihembrados no existe más placer que el de los sentidos, ni más vida que la del instante; que, en derredor, la naturaleza sigue su curso, muy por encima de nuestros dramas personales, tan pequeñajos, y la angustia vital ante el tiempo que pasa; que es vano empeño la rebeldía ante el dolor y la muerte; que no nos resta más recurso, acá abajo, que exprimir el zumo de la vida y la sangre de la uva, y existir dentro de la almendra del instante, y no más; que a manera de las mejores voces del Siglo de Oro español, la existencia del hombre acá abajo no es más que sueño, polvo, sombra, olvido. Nada, pues. Soñemos, alma, soñemos, dice Segismundo entre dientes, y el mexicano:

¿Para qué contar las horas? -No volverá lo que se fue,-y si lo que ha de ser ignoras.-¡Para qué contar las horas! – ¡Para qué..!

El Rubaiyat constituye una sucesión de conceptos filosóficos bellamente armados en el molde del poema donde Khayyam alude a esos elementos que desde siempre y hasta el último día son y serán preocupación de lo humano: el tiempo en cuanto demoledor de la vida y los goces de los sentidos que, aunque efímeros, son el único medio de lograr el espejismo de vencer al tiempo, a la muerte, a la eternidad: Si yo nunca muriera – si nunca desapareciera…

El Rubaiyat: poesía pura, que es decir la más alta expresión del espíritu; aportación a la cultura universal de un ser extraordinario, de una inteligencia viva y sutil, de un soterrado sentimiento y una exacerbada sensibilidad; de un poeta que crea su poesía – filosofía del fatalismo, pagana religiosidad- en la entraña de una civilización de refinamiento y decadencia, la de la Persia de mediados del XII; de un poeta apasionado, visceralmente vivo, creador de una obra que es hoy día nueva y deslumbrante, de acentos desesperados.

¿Un sabio versado en astronomía, filosofía, matemáticas, este Khayyam? ¿Sólo «un denegador de toda creencia moral, místico sólo en apariencia, que mezcla la blasfemia con el himno místico»? ¿Para él qué es la vida.?

La vida es sólo un juego monótono en el que estás seguro de ganar dos cosas: el dolor y la muerte…

Esto leyendo me da por pensar en Job; cuánta desesperanza se advierte en tales conceptos, cuántas ansias de permanecer, cuánta zozobra mal sofrenada por la serenidad que da la sabiduría; cuan desalentada búsqueda de la verdad y qué apasionado inquirir sobre el sentido de la vida que se nos escurre para nunca más. Esto, mis valedores, es el Rubaiyat un tratado poético de moral y metafísica y filosofía en donde Khayyam expresa su visión muy particular de la vida y la humanidad; de las exigencias del destino y de las humanas rebeldías, tan magníficas cuanto ociosas, a fin de cuentas…

Un día tu alma caerá de tu cuerpo, y serás empujado tras el velo que flota entre el universo y lo cognoscible. Mientras tanto… ¡sé dichoso! No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas. (Y este estremecimiento)

Tú, yo, todos, a vivir. Qué más. Qué mejor. Vivir, que es más tarde de lo que supones. Y el aletazo del tiempo. (En fin)

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