Carne de cañón…

Esa que se nos torna carne de hospital. Mis valedores: ¿habrá soledad humana más aplastante que la del camastro de hospital de barriada ese martes por la tarde? A propósito: erraba yo por los corredores de aquel sanatorio de mala muerte (tufos de morgue y desinfectante), cuando fui a parar frente al catre donde se encogía, posición fetal, aquel desdichado de pálida cuera y pupila ausente. A riesgo de inoportunidad o de que mi buena intención se malinterpretase: «¿Puedo serle de alguna utilidad? Traerle algo de estanquillo, llamar por teléfono a su familia..»

Mutismo. Un suspirillo. Ausente del mundo, el enfermo siguió con las pupilas fijas en la pared. Ah, la medida de la humana soledad…

– ¿Acepta que le haga compañía unos minutos? Quizá le alivie hablar de su padecimiento. O tal vez prefiere estar solo…

Silencio. Reculé. Ya abandonaba el cubículo. «Siéntese, pues…»

La silla, reflejo del hospital: una pata, quebrada; torcida otra más, y asiento y respaldo ya en fase terminal (hemorroides, vértebras torcidas). Seguí de pie. «¿Muy dolorosa la intervención quirúrgica? Lo noto alicaído».

– Y cómo tiznaos no, si yo nací para perder, sin estrella y estrellado. Yo cargo encima la mala suerte, la salación, el mal fario -un suspirillo.

Pensé: ¿sida, tal vez? ¿Cáncer? O quizá la amantísima, que lo acaba de abandonar. O la sorprendió con otro. La muerte en vida lo llevaría a atentar contra el remedo de vida que vivió después. Lo vi removerse.

– Porque yo, cuando sano, enfermo; cuando enfermo, grave Si me agravo, muerto estoy. Así me verá sempiternamente: solo y mi alma Un apestado. Cuando de mí se acuerdan, mucho peor. Ah, destino…

Afuera, ulular de trenes que a bramidos se dicen adiós. ¿O patrullas que olieron la carne humana? ¿Ambulancias enloquecidas que, parturientas, intentan dar a luz, dar sombras, su cargazón de dolor y de muerte?

– Calcule el tamaño de mi mal fario: esta cama no la dejo enfriar. Me le voy un tiempo y aún la vuelvo a encontrar cuando yo ya de regreso…

La voz del ánima arrabalera, tufaradas de alcohol, intenta a empellones entrar de la calle: «Pa qué me sirve la vida – cuando se trái amargada…»

– La Navidad aquí me la pasé, vuelto un santo cristo por cuestión de la pastorela Como a mí me tocó ser Luzbel: «¡Vencítes, .Miguel, vencites – mete tu brillante espada – ya todito me jodites – me voy mucho a la tiznada.!» Con una costilla hecha garras, que la espada de Miguel me la dejó flotante…

Y que familia no la conoce, y que con tal de sentir el humano calor y la compañía humana se ofrece para participar en cualquier empresa, en cualquier acto público. «Qué favor me pidan que yo me pueda negar. ¿Sabe que la Semana Santa participé en la pasión de Iztapalapa? Me la dieron de Judas…»

Ah, las tristuras del áspero oficio del diario vivir del quebranto, la tribulación, la amargura «Judas, qué salación. Un romano de falda tableada y sandalias se me dejó venir por derecho y mire: molacho. En el tumulto, según me dicen, fue el centurión. Pa’ mí que fue un PFP, que me la hizo de UEDO…»

El mal fario. Que aceptó actuar en la batalla del 5 de mayo. ‘Tero no me la dieron de Zaragoza. De Juárez, ya de perdida No. De Saligny, de Lorencez, de uno de esos. Un zacapoaxtla en brama de patriotismo, nacionalismo y tlachicotón, me sorrajó un puntazo de mosquetón que… ¿sabe dónde me la fue a ensartar, la bayoneta? Con decirle que me desacabaló el parecito. Tal es la síntesis de mi vida: Luzbel, Judas, zuavo, y lo peor…

– Ahora entiendo su preocupación.

– Qué va a entenderla Mire el sobre que me llegó anoche. Dele lectura

Se la di, y aquel escalofrío. Reculé. «Va a rehusar, me imagino».

– Se imagina mal. En qué tiznaos estaría yo pensando. Ya acepté.

– ¡Pero usted no escarmienta! ¿Otro papelito de pastorela de fin de año?

– Otro, y como ve, me dan a elegir. ¿Usted qué papel escogería: el del gober precioso o el de su benemérito protector, ese ministro Mariano Azuela, que a la señito Lydia Cacho se la fue a hacer de pedófilo, e hizo que Kamel Nacif se exonerara en ella.?

– Con cualquiera de tales bellacos, ¿ha calculado lo que va a perder?

– Sí, el otro, el que me queda vivo del parecito…

Mordió la almohada Lo oí sollozar. Yo reculé. Me la persigné. (Dios.)

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