Baile, mi rey..

Los bailes populares. Cómo olvidar aquéllos (taquicardia, sudor, trepidaciones) que de escenario tuvieron, ¿tienen todavía?, el Salón Los Angeles, y quien no conoce Los Angeles no conoce la gloria; el California Dancing Club, dos orquestas dos; el Salón Colonia, que problemas financieros están a punto de cerrar, si no es que ya lo cerraron, y tantos más que han sido. Los bailongos…

Los vieron y vivieron todos ustedes que arañan el tostón o de plano reciben bono de «tercera edad». Ya entre semana, ya el sábado, todos a embrocarse el buen tacuche, o sea el tando, el plumaje, y los cascorros de dos vistas, en blanco y negro, y a danzonear como Dios y El Nereidas lo mandan. Ah, los tiempos que fueron no de un simple Fox sino del fox trot, del bugi y la conga, la guaracha y el danzón; las épocas de la rumba y el mambo y el chachachá, y ahora a moverlas al ritmo de la salsa y el rocanrol, y vuelta al danzón, que no es de las modas efímeras. «¡Hey, familia..!»

Qué tiempos. (Ella, la de la piel canela y el púrpura corazón bordado en la blusa transparente y sutil. Ella, que siendo tan niña me enseñó a pecar. ¿Cuál fue tu nombre, dónde te hallas a estas horas, qué tierras andas pisando, vives todavía? Y es que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. ¿Me permiten? Los moquis, el lagrimón…)

Hoy día, en la era del terrorismo de Estado, que es el de Bush y sus perros de guerra, del mal, pareciera que vuelve la moda del baile de salón. Cuento de nunca acabar y esto lo viví la noche del sábado anterior en la cancha de La Floresta, salón para bautizos, primeras comuniones, quince años, fiestas de graduación, bodas, defunciones y vuelta a empezar con bautizos. El maestro de ceremonias: «Tú, quinceañera feliz, que arribas a la edad de las ilusiones color de rosa. Pido un aplauso aquí para la agraciada…»

Llegué al Floresta, me atejoné en un rincón, observé a las parejas: entusiastas, escurriendo sudor; todas, al son de la Sonora Rastacuera, bailoteaban pecho a pecho, cachete con cachete, cuadril con cuadril, monte con monte (de Venus), y muévete como… (agréguenle el resto.) En el equipo de sonido se había soltado aquella música en brama, descoyuntada epilepsia, que forzaba a bailadoras y bailadores a zangolotearse como al afecto del calambre, de las convulsiones. Y de repente, mis valedores…

Lo insólito: aquella pareja tan dispareja Ella una morena en la medianía de la edad; a remolque llevaba y traía a cierto chaparrín al que cargaba en vilo; el cual, todo apocado, entre sudores de pena y jadeos imploraba con aquella su vocecita «Le suplico que me baje y entienda por favor que a este bailongo yo no vine a bailar y menos a que me bailen. Bájeme, señorita se lo suplico…»

La morenaza sin escuchar, meneaba al jetoncito y lo traqueteaba al ritmo de la delicada romanza «¡Lósquestán bailando ya saben, ya saben!» Zancas al aire, jadeante, asfixiándose, el peloncito: ¿No habrá modo, digo? ¿Me está oyendo? Ya bájeme, que me entran ganas de guacarear».

Qué lo iba a oír. Qué lo iba a bajar. Ahora al grito de ¡rock!, ya lo estruja ya coge (de perinola), lo zangolotea me Ío trae a remolque y a punta de asfixia porque, baila bailando, le incrustó la cara con todo y mostachos, en el parteaguas coyuntural del pecho, que se la corta (la respiración). El de lentes jala oxígeno a lo desatinado, y válgame: la prieta lo aprieta lo carga en vilo y lo hace bailar como se le hinchan sus ganglios. El, a remolque, pataleado al aire y a la de a hueso dejándose remolcar.

– Ya bájeme y nos echamos un carrereado, ¿no? Un acuerdo conjunto, algún plan para taparle el ojo. Al macho, quiero decir…

Y ocurrió, mis valedores, que de repente: ¡El rescapetate! Acechando y sosteniéndose en el sostén de la morenaza oí, suplicar al de la vocecita ‘Ya seño Condoleezza, ya miando (¿qué?) ya miando, mariando y queriendo guacarear. Yo sólo vine a suplicarle que disfrace tantito la Iniciativa Mérida. Que usted o su patrón, señito, declaren ante el mundo que la idea fue mía nomás; que no den a maliciar que por mi carácter de jericalla, Bush ha tomado de su excusado el territorio y la soberanía de este país. Y luego yo, que a la de a cojón, tengo que limpiar el batidillo…»

Ah, la vergüenza al que patalea zanquitas al aire, la genocida perra de guerra (sonrisa de burla donaire, ironías) muestra unos dientes blanquísimos:

– Ohu, chaparritou, Bailar ousté divinamente…
Really? (Ouh…)

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