La tortura no es mas que un procedimiento ilegal, pero no se puede desconocer que a través de ella se puede llegar a la verdad…
Tal despropósito acaba de lanzar el magistrado Aguirre Anguiano, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, título rimbombante que, después del dictamen en contra de Lydia Cacho y a favor del gobernador de Puebla, Mario Marín y compinches pedófilos, a los magistrados les queda holgado en demasía. Los pederastas y el «gober precioso» están hoy de plácemes. Yo, ante una resolución de la SCJN que negó fueran violados los derechos humanos de la periodista, nomás me quedé pensando…
Derechos humanos. Hoy que el ánimo colectivo, con muy justa razón, se indigna por el reciente fallo de la Corte de marras, me he puesto a pensar en esos grupos marginados de quienes a nadie parece importar que las autoridades respectivas les vulneren sus derechos fundamentales: las trabajadoras domésticas, por ejemplo, las costureras, las obreras de las maquiladoras transnacionales, las y los trabajadores sexuales, en fin. Por tales grupos altamente vulnerables, ¿quién saca la cara ante las autoridades respectivas? Frente a la sañuda violación de sus derechos elementales, ¿quién formula una denuncia, quién sale a protestar, quién se escandaliza? A propósito, la nota llega de León, Guanajuato, fechada el sábado anterior:
Para limar asperezas, desagraviar a las y los trabajadores sexuales y comprometerse a que la Secretaría de Salud buscará los caminos para detener la violación de sus derechos humanos, un funcionario de la SSA se reunió con ese sector y logró desactivar el reclamo que se iba a presentar al Secretario de Salud...
Gentes interesadas me hacen llegar estudios diversos de los problemas que enfrenta el trabajo sexual, uno de los cuales, El color de la sangre, expone metas, problemas y acciones de quienes ofician tal comercio sexual. Así, palabras más o menos, acusa una R.G. Aguilar:
Gritamos nuestra protesta porque el color de la sangre jamás se olvida. Nosotras y nosotros incluimos en esa sangre la que han derramado las y los trabajadores sexuales, al igual que otras sangres derramadas por una causa justa: tierra, libertad, dignidad, en su lucha por un país donde puedan trabajar en paz, libres de explotación.
El libro, mis valedores, recuerda a las mujeres que, sexoservidoras o no, han sido acusadas de ejercer tal oficio, y tan sólo por ello condenadas por las buenas conciencias (y sus buenas costumbres) a la hoguera, la horca, el fusilamiento, la lapidación. El color de la sangre refiere, asimismo, el caso de las trabajadoras sexuales victimadas por padrotes, madrotas, asesinos seriales, y alude a las víctimas de Castaños, Coah, que en la noche del 11 de julio del 2006 fueron violadas por más de 20 soldados del Ejército Mexicano. El libro cita la determinación de las trabajadoras sexuales de La Merced, Distrito Federal, que el Io. de mayo del año en curso marcharon para exigir respeto a su trabajo y el cese al trato cruel y degradante que en recientes operativos les ha inferido el gobierno capitalino, al igual que la bravura de las trabajadoras sexuales de Apizaco, Tlax., que se resisten a ser reducidas a una reservación que nombran, a lo eufemístico, «zona de tolerancia».
Las y los del oficio sexual, mis valedores, intentan sustraerse al refinado armazón de control social, político y económico que los asfixia, y a la hipocresía que los convierte en objetos a los que pueden controlar, revisar, utilizar, empadronar, verificar, golpear, vejar, encarcelar. Total, sólo son… y la descalificación y el insulto brutal que cabe en apenas cuatro letras…
Aquí, testimonios de diversas trabajadoras sexuales. El de la compañera Raquel Gutiérrez A., por ejemplo:
¿Cómo viven, cómo se ganan la vida, qué sienten y qué quieren las y los compañeros que se dedican al trabajo sexual en algunas de las calles del DF y otras poblaciones del país? ¿Qué saben, cómo resisten desde sus esquinas los sórdidos juegos del poder, las compactas cadenas de complicidades entre «autoridades» municipales, «servidores públicos», funcionarios de seguridad y grandes y pequeños empresarios que lucran con el negocio del «sexo comercial»? ¿Cómo resisten y confrontan a distintos niveles al «Estado proxeneta», que a modo de densa tela de araña insiste en atrapar la vida de quienes hacen del sexo comercial su trabajo, reduciéndolos a la impotencia, la descalificación y la explotación más grotesca? ¿Cómo imaginan una posible alianza con otras mujeres y otros hombres desplazados, estigmatizados, desposeídos y explotados en todo el país? ¿En qué sueñan, qué buscan, cómo se disponen a lograrlo? ¿Cómo podemos dibujar ese arco iris que nos incluya a todos en una lucha auténticamente nuestra? ¿Qué queremos las y los sexoservidores..?
(Eso, y más, en el próximo)