Macabrón

Lo que ocurrió aquella noche me llevó a recordar a dos individuos: Fox y el que lo relevó en Los Pinos. En mi mente miraba ya al percherón de El Tamarindillo, ya al «chaparrito, jetoncito» etc., y qué gusto me hubiera dado que la víctima hubiese sido uno de esos dos. Pero no, que se trató de alguno del PRI-Gobierno. Aquella noche, me acuerda-Oriente de la ciudad. Ya entrada la noche, con mi primo el Jerásimo (licenciado del Revolucionario Ins.), llegué hasta la finca del doctor K, donde se efectuaría la sesión de terapia intensiva en la que yo debía participar por treinta monedas (en billetes). Escamado observé el interior de aquella que simulaba ser una de tantas casas de campo, y que ya de rejas adentro resultó una tan siniestra edificación. Mi primo se jaló la reata, la de la campana El sonido resonó macabrón. Silencio. El Jerásimo volvió a la reata, y entonces…

– Porr aquí, señorres. Con prrecaución.

El psicoanalista en persona, un teutón. Me sobresaltaron su acento prusiano, su cráneo al rape, su monóculo y aquel como campo de concentración hitleriano al que nos condujo en silencio: alambrada de púas, bombillas de escasos watts, doberman. Yo, el cuscús. «Oye, ¿estás seguro de que va a ser una simple sesión de terapia.?»

– Prreparrarrse, que ahorra comienza la maniobra..

Nos prreparamos. Situados fuera de la alambrada, varios ayudantes nos proveyeron de piedras y recipientes copeteados de una masa tricolor: verdes lechugas podrridas (caramba que es pegadizo), blancas cebollas (hediondas), rojos tomates (pachichis). Junto a nosotros, ya provistos de su ración de verduras, en la penumbra pude entrever a aquellos con facha de facinerosos, de menesterosos, de hamponcetes, de narcos. Mi primo, al oído:
– No te cisques, bigotón, son verduleras, mecapaleros y teporochos del rumbo; todos vienen, como nosotros, a la pepena de centavos.

Y qué lóbrego se entremiraba el corralón adentro de la alambrada, fango y hedor a boñiga; lo vi sembrado, como de minas interpersonales, de estiércol y bicharajos, inmundicias y humanos desechos. En su medianía entre perracos y víboras prietas, algunos cerdos hozaban en el barrizal. De repente, ¿y eso? ¡Se encienden los reflectores! Del brazo del teutón del monóculo… ¡el paciente! Pálido como un difunto, en su batín blanco rabón. Veo que el doctor K. abre una puertecilla y lo empuja hasta el interior del corralón y ándele, que se suelta aquella jauría de ladridos, y que algún perraco se avienta a enseñarle caninos y premolares, y cerdos cuinos y talachones le gruñen, lo hociquean y se la pelan, toda la mazorca de dientes babeantes, mientras frotan sus lomos en los zancajos desnudos de un paciente que, blanco tal la blanca cera, recorre su viacrucis a lo sonámbulo, a lo despacioso, paso a pasito, aplastando inmundicias con sus pies desnudos. Y entonces…

– ¡Ahorra! -ordenó el doctor K, y yo: «¿Ahorrar lo que cobremos..?»

– ¡Ahorra de aviéntense todos, güey! ¡No te me entumas! ¡Duro con él!

– ¡Prrocederr!, repite el teutón. Prrocedimos. Contra el paciente se desató el rudo tiroteo de lechugas, tomates y cebollines. «¡Qué huevos!» (No me pude contener.) «¡Huevos hueros, todos podridos, pestilentes todos!» El priista me dio una lástima..

– ¡Corrupto, depredador! -el unísono-. ¡Con todo y tu parentela robaste nuestros dineros! ¡Duro contra el sinvergüenza de miércoles! (Era viernes.) Las manos me temblaban cuando lancé la primera piedra (y escondí la mano), los insultos a grito pelado: «¡Ratero, saqueador, lo único que sabes lavar es dinero, corrupto!»

Tales eran mis vituperios; los de mis contlapaches iban todos de madre a arriba «¡Bandido, pocaverguenza, jijo de fruta!» Y en plena cara el huevazo (huevo huero, yema cuata). En silencio, forrado de podre, el paciente circundaba el corralón. Una vuelta, varias. Con despacio. Lo vi: rostro en alto, tensas las facciones, remachadas las quijadas, arrastrados los pies. «¡Entreguista, vendepatrias, jijo de tu Condoleezza madre! ¡Ya les diste PEMEX y la energía eléctrica ora dales el que te jiede, El Tamarindillo!» El paciente, como a punto de pujido, resistiendo, aguantando candela..

Por fin. Había yo agotado mi arsenal verdulero cuando el doctor K ordenó cesar el tiroteo. Tomó al paciente y lo condujo, paso a paso, a la salida A la liberación. Qué alivio. «Alivio el nuestro. Dos sesiones por semana, ¿te imaginas? Dinero fácil. ¿Qué dices, volvemos la semana próxima?»

La paga al salir, suculenta, y esa fue la terapia con que el de Los Pinos, ya al dejar el poder, se entrenaba para aguantar sin hacerla de fumarolas baboseo, tarascadas y meados de doberman, de rodwailer, de mí, periodista Macabrón. (¿No?)

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