Tristuras del arrabal

Esta vez la esperanza del cambio, mis valedores, esa esperanza irracional tan arraigada en un paisanaje inmaduro. A propósito: fue al oscurecer del pasado lunes; del taller de lectura, en el norte de la ciudad, regresaba hasta el sur, cuando de súbito, bajo la llovizna nocharniega, el volks. cremita se echó tres falsas, o sea explosiones, y luego un a modo de eructillo por la parte del mofle, y ahí murió el motor. Válgame Yo, por activar al difunto agoté la batería; por revivirlo, la asesiné. Tiempo después, derrotado, abandoné la cucaracheta y, pajareando aquí y allá, di con el techo de la parada del autobús, de la micro, vayan ustedes a saber de qué línea y a qué rumbo incógnito pudiesen llevar. La llovizna se convertía en un chaparrón que de chaparro crecía hasta alcanzar la estatura de tormenta. Y allá, por un rumbo que no pudiese ubicar, el relámpago, el trueno, el rayo que sobresalta aque remoto arrabal. Solté la carrera hasta la techumbre que parecía guarecerse, guarnecerse, como debajo de un macilento paraguas, bajo la luz del farolillo de la esquina, légaña y bostezo. Al acercarme, la voz de la barriada: – ¿Pero aguaceros en pleno noviembre? Qué falta de seriedad de la madre». «¿A quién le echa madres, oiga, o a qué madre se refiere?» «A la Madre Natura, qué falta de formalidad». «¿Falta de formalidad, o advertencia por la forma criminal en que la maltratamos? Achaques del calentamiento global». El cielo, trizado. «Trueno del temporal – oigo en tus quejas…»

Y sí: bajo aquella techumbre con capacidad para unos diez aspirantes a pasajeros cómodamente parados, se atrinchilaban alrededor de noventa humanos y uno que otro panista, todos pistojeando hacia el rumbo donde entre fumarolas de smog habría de aparecer el vehículo. Mientras tanto, esperar…

Me arrimé a la techumbre Los que ahí aguardaban me observaron así, miren, de ganchete, a lo desconfiadón ante el arrimadizo. Yo a discretos codazos me forjé un hueco bajo el de lámina, y así me dispuse a esperar el mini, el pesero, la micro o lo que se me apareciera por enfrente ¿A dónde me llevaría? Sepa Dios. Lo importante era salir de aquel atolladero. Entonces, ahí la voz del arrabal, su dejo cantadito. Dos panzones y una flaca más allá de mi flanco izquierdo: «Chinche microbús, cómo se tarda…»

El de la bufanda bicolor: «No, si ya sea ora con Ebrard como antes con el Peje, esto del transporte colectivo es una tizna, ¿no?».

– Oiga, no despotrique ¿Tizna por qué?

– Pos por el hollín que sueltan por atrás.

– Ah, las micros.

– Las micros, las mafias de micros que las controlan o las mafias perredistas que las controlan a todas, y todas se viven soltando hollín por el hoyín. Y los que tiznan todos…
La de los mallones: «¡Tiempo de perros!» Un perraco, cuerpecillo caliente, se me untó a las zancas. En mi ánima se lo agradecí. La voz del arrabal, voz anónima: «No, si yo lo que digo: pal fregadaje todo pinta de pior, en más pior. ¿Quién nos asegura que esta lluvia no es ácida?»

El de la reata (de mecapalero): «Ora a aguantarse. ¿No andábamos de culecos con aquello de que a patadas sacar al PRI de Los Pinos? ¿No votamos por el cambio? ¡Tengan su cambio! Pero chintetes, ánimas con esa micro…

Del mercado cercano, ya cerrado a estas horas, me llegó un tufo a pudrición, coles rancias, panismo, popó de ratas -ratas comerciantes. Sahagunes ratas. El del pantalón acampanado: «No, y la carestía. Leche huevos…»

– Chale, ya deje en paz los huevos.

– Los dejé en paz, que de otro modo ya anduviera yo también de pasamontañas, con el del color de la tierra, con Marcos.

Alguno suspiró: ‘Vamos mal. De más pior a más pésimo…»

(Animas del minibús). Un bandazo de viento. Alguno, culimpinándose para columbrar la inexistente micro, se dolió:

– Y yo aquí ensopado; con la única sopa que he probado en todo el día. Creo que me voy a echar uno, ái conpermisito; ¡Ahhh…chís!

Yo, a lo disimulado, me sequé el goterón de la salpicadura en el cachete izquierdo. Junto a mi oreja, rancio aliento: «Pos no que muy consentidos de Dios, que hasta nos mandó a su santa madre ¿Pues qué? ¿No estamos bien parados con el mero mero de allá arriba?»

– Con el mero mero de acá abajo deberíamos estar bien parados. «¿Con el Calderas?»

«Qué le pasa, ese no cuenta. Con Bush. No, y agárrense».

– Yo así estoy bien -el getón de la chazarilla.

– Agárrense, digo porque al rato…

(No al rato. Mañana.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *