Martes trece…

Según reciente reporte del Monetario Internacional, entre 2004 y 2006 la pobreza en Brasil disminuyó un 8 por ciento y la de Argentina hasta en un 18 por ciento. En México, la pobreza se alcanzó a reducir en un 3 por ciento…

Pero más allá de la «mafia Fox», otros muchos desastres han azotado el país, como son los producidos por tormentas, huracanes y ciclones que laceran a estas horas a los hermanos tabasqueños, chiapanecos, de Veracruz, en fin. Pero no habré de abundar sobre desastres naturales. Hoy, martes 13, voy a referirme a la superstición, ese sórdido negocio de los charlatanes que con argucias de magia y astrología esquilman a los más pobres de entre los pobres, que son los pobres de espíritu. Macabrón…

Fue una noche de miércoles la que pasé anteayer, domingo. En mi insomnio aguardaba el amanecer para lanzarme con la tía Conchis hasta algún remoto consultorio de una tal Hermana Máxima, experta en huevos (de gallina, para limpias). En mi insomnio repasaba las frases lapidarias con que el Arzobispado de México, en su semanario Desde la fe, reprobaba las prácticas de astrología, que es decir de idolatría «Lo contrario de la fe no es la razón. Es la superchería». «La superstición hace que el hombre tema a la razón«. Y esto que va para ustedes, católicos de mi país: «El católico que se pone bajo la protección de los espíritus comete un pecado de idolatría perversa…»

En fin. El pecado que yo cometería en unas horas iba a ser aún más grave: de estupidez. Todo por haberme comprometido con la conserje de Cádiz, y qué hacer. ¿No cumplir? ¿Soy, acaso, presidente del país, para engañar con falsas promesas? ¿Yo, mis valedores, no ser fiel a un compromiso que en mala hora asumí? ¿Yo, con la varonía en su nidal..?

Mañana de miércoles (fue lunes). Muy de mañana enfilé la trompa rumbo a La Villa (trompa del volks). Mega-marchas y peregrinaciones más tarde, la tía Conchis y yo nos mosqueábamos en el consultorio de la Hermana Máxima, doctora en ciencias ocultas. Ahí, en el cuartucho que la hace de sala de espera, tristeaba el almácigo doliente de almas en pena(s) que aguardaban turno para despojarse de la salación y entrar a la disneylandia de la felicidad. Un ensalmo, unas ramas de pirul, un huevo (de gallina), y como malas escamas que se desprendieran de una piel que milagrosamente tornaba a la vida, atrás quedarían los problemas tercos, añejos; los achaques de salud, el mal de amores. Yo, al oído de la tía «Pero usted, lopezobradorista de corazón y redaños, es más o menos católica ¿Su religión le permite estos ritos?»

– Por eso mismo de aquí vamos a echárnosla de rodillas, toda la basílica.

Qué replicar a la sinrazón. Observé el cuartucho: motivos astrales; que si la estrella de Jerusalén, que la cruz biomagnética, el macho cabrío, la virgen, el escorpión. En lo alto, caracteres en rojo sangre: «Se hacen limpias. Ojo de venado para el mal de ojo. Pata de conejo para la mala pata y la salación. Para que no te asalten. Para que no te agarren si asaltas. Para el mal de amores la piedra imán. Vuélvete irresistible con el sexo puesto (sin la o)».

¿El viaje? En volks. hasta donde la mega-marcha lo permitió. De ahí, el metro, el
microbús. En las cuatro esquinas, el ambulantaje, los payasitos, los rateritos, los limpiaparabrisas. En el metro vendedores, pedigüeños, raterillos, ruidajo de sonsonetes baratos. En todas partes la necesidad, la pobreza, el desánimo, el desencanto, la exasperación. En radios y teles, en diarios a toda página: robos, asaltos, corrupción. «Le toca a usté, seño. Por acá, si me hace el.. cuidao con esa cortina, no se acabe de rasgar. ¿El bigotón también..?»

La Hermana Máxima. El consultorio en penumbra. Olor a sándalo y pies, a yerba macerada y sobacos, parafina, entrepierna «Hermana, ¿qué aflige tu corazón? ¿Cambiar tu destino? ¿Conocer tu pasado, tu porvenir? ¿Trais mal de amores? ¿Deseas sacártela, la lotería, el mélate, el ráscale..?»

– Esta condenada salación, hermana Una limpia, o sea..

– Orita te la retiran los astros. Te me vas a poner en suerte. Tu ropita…

-El salado es otro.

– Ah, el bigotón. Túmbese los pantalones y se me coloca en cuatro.

– No, otro. ¿Me puede hacer una limpia a control remoto?

– Puedo, hermana, sólo que los astros necesitan una foto de tu saladito.

Y fue entonces. La tía Conchis fue desenrollando aquella cartulina que la alcanzó a cubrir desde el pecho hasta las zapatillas y, Juan Diego de chal y peinado permanente, lo presentó ante la del batón. «¿Le servirá esta foto..?»

Me asombré. La de las ciencias ocultas y el diálogo con los astros observó el cartelón. Lo extendió sobre una mesita, le prendió cuatro veladoras.

– Claro que esta foto me sirve. Procedamos a proceder con la limpia..

Mortecinas, las 4 luces mal alumbraban al que entre todos, hemos salado y que la charlatana, por lo visto, no supo limpiar: un mapa de México. (Mi país.)

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