Abren calle de Uruguay (CH) con banquetas mas anchas…
Eran las cinco y media de la mañana cuando di mi brazo a torcer, con todo y rodilla izquierda. De inmediato levanté aquel papel para limpiarme la mancha en la ropa y válgame, era un recado postumo. Leí: «Son las cinco y media de la mañana». De algún día anterior, por supuesto. «No se culpe a nadie de mi muerte». Ájale, la sorpresa me forzó a acercarme al farol, y aquel frío que me producía espeluznos. «En la hora del alba me decido a un suicidio inminente. De mi muerte sólo hay un responsable». La lectura me produjo calosfríos. Y yo que al azar había recogido del suelo aquel papel para tratar de limpiarme el pantalón con el que me había echado a correr en mis ejercicios matinales. Y resultó ser la carta póstuma de un suicida! Una carta sin fecha. Pensé: ¿Llegaría la muerte para este infeliz? Mientras leía el manuscrito me sobaba la cuera lastimada; y la sangraza en la rodilla, y aquel mal olor. ¿Mi sangre? Caramba, yo cuándo iba a pensar que soltara aquel tufillo a boñiga. ¿Explicará este detalle mi genio dificilón, mis ironías y sarcasmos, lo sangrón que soy? ¿Cuestión de la sangre tan apestosa a lo que apestaba? Pero aquel documento que me sollamaba las manos. Seguí la lectura. (Tigres dormidos, los edificios. Llegaban sus primeras víctimas, los empleados de la limpieza. Los pobres encarcelados, los guardias de seguridad.) Leí:
«Que no vaya a morir frente a T.V. Azteca, cuyos terrenos ando pisando. Que mi sangre no sea ese alimento espiritual del mexicano que es la nota roja. Si la muerte llega qué cosa será peor que, a lo morboso, mi deceso sea festín de los zopilotes del cinescopio». Yo, la torcedura del tobillo izquierdo, intolerable. ¿Los hematomas? Es que cuadras atrás me tropecé en uno de los tubos que colocan para que no se trepen los coches. Y antes el resbalón en un montón de basura y desechos del perro y humanos, y los trastabilleos en charcos de agua corrompida, y baches y desnivel de la banqueta, y postes de luz, y postes con señales de ductos de PEMEX y los postes de anuncios, y cráteres por placas de cemento que se rajuelearon, y yerbajos y botellas y frascos y pomos y lata rodadas en la banqueta. Todo esto cerca del bosque de Tlalpan, no lejos del templo católico más horroroso y grotesco que he conocido. Yo, respetuoso de los símbolos religiosos, por su arquitectura de esperpento llamo a ese adefesio «Nuestra Señora de la Cam-pamocha», que ese bicharajo semeja el galerón con cuernos donde se oficia para los ricachones de la colonia. Seguí leyendo:
«Si no fallezco llegaré tarde el trabajo, forma más rigurosa de fallecer. Por aquí no hay transporte colectivo ni a esa hora pasan taxis que no podría pagar para entrar a mi trabajo, un par de colonias adelante». Yo, mi rodilla despellejada Pero esta ciudad es la de Su Majestad el automóvil. Para él, el arrollo vehicular es transitable, si el coche sobrevive a los baches. Para el peatón, por contras, ¿quién le mantiene las aceras en buen estado? ¿Quién..?
«No puedo con el peligro de estas banquetas, estacionamientos de coches», Leí. Banquetas donde cuadras atrás tropecé con un montón de troncos de árbol con
todo y ramaje. Y aquí árboles no existen. ¿Quién, quiénes, desde dónde habrán acarreado semejante osario vegetal? Las banquetas, estacionamientos de coches. Unas banquetas erizadas de cuartuchos de soleras que al rato van a apestar a fritangas el viento de la mañana. Teporochos tirados en la banqueta banquetas tiradas en el basural. Leí:
«De hoy en adelante me echaré a correr por el periférico rumbo a donde me espera el reloj checador, a esta hora en que los coches van a más de 120 por hora Si me salvo llegaré sano al trabajo, pero cualquier día me atropella un coche y se sigue de largo amparado por la penumbra del alba y ahí habré terminado. De mi muerte cúlpase sólo al jefe político de esta delegación, tan irresponsable como el de cualquiera otra de las 16 que conforman una ciudad que, según el estado en que mantienen sus banquetas, está prohibida a los peatones. Por cuanto a Marcelo Ebrard…» El texto se corta abruptamente.
Qué fin haya tenido el de la carta, sepa Dios. Suspiré y seguí sobándome una rodilla como doncella que viaja en el minibús, a la que desfloró una de las placas de concreto con aristas, irregular. La sangraza enrojecía mi rodilla y aquel mal olor. Ya intentaba explicarme mi forma de ser defectuosa, cuando aquel suspiro de alivio. La hedentina procedía del desecho en el que, luego de caer de rodillas, me aplasté una costilla Izquierda Porque yo sí soy de izquierda no como los chuchos de «Nueva Izquierda» a los que provengo: no se les ocurra hacer sus ejercicios cardiovasculares una madrugada de estas en plena banqueta; puedan resbalar y desflorarse una de sus pocas izquierdas, costilla o rodilla y estoy bien seguro de que si sangran, su sangre sí va a oler a lo que creí que apestaba la mía (Conste.)