A la pesadilla, mis valedores, siguió el ataque de pánico fulminante Aprehensivo que soy, porque ya visto a la luz del día y fría la cabeza -por la temperatura matinal-, el problema no da como para tomar decisiones tan drásticas. Pero el caso es que a deshoras de la noche (¿las dos de la madrugada, las tres?), la boca amarga y la bilis en estampida, me alcé del jergón y a lo despavorido corrí a los libreros y amontoné enciclopedias, libros de viajes y un mapamundi para enseguida, taquicardia y sofocación, con mi brazada de libros correr a mi mesa de trabajo. Y a recabar datos para afianzar mi propósito de huir del país. Lo más lejos posible. Cuanto antes. Ya
¿Pero a dónde ir a refugiarme, si me veo forzado a la huida? ¿A dónde cargar con los tres lastres que he creado a lo largo del tiempo? Sí, mi biblioteca, mi economía en bancarrota y mi edad, aún más en bancarrota ¿Con tales lastres echarme a la aventura de enfrentar nuevos mundos, nueva vida nuevas penalidades? Tomé en mis manos el mundo. El mapamundi.
¿A dónde huir, en dónde ir a refugiarme? ¿En el país pintado de verde en el mapa? ¿En el amarillo? ¿En este, color mostaza? ¿En esta islita de los Mares del Sur? Ya me veía Gaugin de pacotilla, circundado de palmeras, palanganas de carne en hojas de plátano y nativas jóvenes en taparrabos. El edén. Y ándenle, a tomar nota de su ubicación, usos, costumbres, lengua en fin. Tomé mi lupa y la desilusión: el edén resultó ser una caca de mosca lástima Por cuanto a mi mapamundi: al examinar Yugoslavia, Kuwait y los territorios de Alemania Oriental y la Unión Soviética, me percaté de su vetustez. Y luego Bolivia, ¿con salida al mar..?
Y la pregunta terco moscón mielero: ¿a dónde huir, si huyo? Cuatro países hay en mi vida ¿cuál de los cuatro será el mejor? Me atrae la anciana cultura de la India en todas sus vertientes, a cual más de exóticas en mi imaginación. ¿Pero, a mi edad, comenzar el aprendizaje del idioma indio? Y eso no sería lo más difícil, sino decir el nombre de la ciudad que escogí para guarida lo más alejado posible de México. «Me complace informarles de mi nuevo domicilio, ubicado en la ciudad de (lo deletreo) Vishakhapatnam…»
Los vocablos Sumatra, Chindigarth o Pendjab me suenan por demás sospechosos, así los países tengan grandes reservas de trigo. Que con su pan se lo coman. ¿Samoa, en Oceanía? ¡Nunca! ¿Por su suelo volcánico? No, que estoy curado de volcanes; vivo sobre la lava de uno y a pocos kilómetros de uno más. ¡No, sino porque el atlas lo aclara: la mitad de Samoa pertenece a los Estados Unidos. Y del gringo y el sol, entre más lejos, etc.
Las Islas Fidji. ¿Si las escogiera como refugio? Ya las anotaba en el cuaderno cuando, de súbito: ¡nunca! Fue hasta ese remoto cóccix del mundo donde el entonces López Portillo arrojó a su amigo y antecesor, Echeverría. Qué tal que el carnicero de San Jerónimo haya dejado las Fidji apestosas a sangre recién derramada cementerios clandestinos, presos de conciencia guardias blancas, judiciales torturadores, paramilitares. Eso sí: me sentiría como en casa y entonces cuál nostalgia de mi país…
Grecia. Su mitología me apasiona La tierra de Helena y Odiseo tiene para mí una fascinación especial. Patrás, ciudad del Peloponeso. Me voy Patrás, pensé, pero no, recular no está en mi carácter. Tan riesgoso irme Patrás como irme a refugiar al Titicaca o el Poopó, lagos bolivianos. Todavía fueran dulces sus aguas, ¿pero saladas, cuando yo voy huyendo de la salación..?
De repente… ¡eureka! ¡Ya está! Mis valedores: en caso de que yo desaparezca y ustedes me echen de menos, aquí les dejo mi domicilio, que no se ubica tan lejos como algunos quisieran, porque está aquí nomás, tras lomita: en Guatemala, esa Guatemala dulce y sombría de Cardoza y Aragón..
Conozco Guatemala. Aprendí a quererla como una mi nueva patria La Guatemala tan silenciosa que «se oye cuando una garza cambia de pie», y tan trepidante en sus cóleras populares y su lucha incesante contra un sistema injusto por represivo, y represivo por injusto. De tener que salir de mi México a Guatemala me voy, y hago mi cabaña al pie de un volcán. Sí, porque no viviré en la ciudad capital sino en Jutiapa, al pie de su volcán, cuyo nombre es, apréndanselo: Chingo. Así, búsquenlo en el diccionario. Chingo, sin más. A las faldas de Chingo me acojo, qué feo se oyó, porque, mis valedores: prefiero que me tiznen las explosiones del Chingo a que me sigan tiznando las fumarolas de esos grotescos, disformes informes presidenciales («¡haré más por los que menos tienen!», con esa su vocecita) de faraónicos liliputienses jaleados por una indecorosa burocracia que, parada (de pie), se vacía en orgasmos de vivas, hurras y ovaciones para aquel su santito, su faraoncito, su reyecito de ocasión. Lo que es a mí, antes de que tales aquelarres me tiznen prefiero la huida De plano. Doy fe, y firmo para constancia. (Rúbrica)
Pero no se me eche para atrás, ¿Como… que, te vas al sur?
Mira que igual encontraste la lucran Cía. y poder profesional que deja el ser un Mara y no confunda con un Maree.. ¡Bomba!
..Por cierto hoy muy de moda.
Un saludo y gran abrazo Tomas, se te extraña por la radio de provincia.