Fue en 1987. En mi mente un Carlos Salinas de aspecto físico repulsivo (y ya para qué hablar de su catadura moral, ética, psicológica, etc.), aderecé mi versión de El pato feo, fabulilla de Andersen, con dedicatoria al que tantos habíamos reputado el menos probable de los cinco que se barajaban para suceder al mediocre de las cejas alacranadas. ¿Por qué todos los mediocres arriscan una ceja, dos, tres, las que pueden? ¿No será porque intentan la empresa imposible, según La Biblia, de añadir a su estatura un codo? A saber.
Carlos Salinas. Cuando burócrata de Programación y Presupuesto qué manera de tomarlo en son de burla fotógrafos y caricaturistas de la prensa escrita; qué manera de poner en ridículo su aspecto ratonil, sus ojillos de apipizca, un cráneo pelón y unas orejas de papalota Si su vocezuca de pito de calabaza se les escapó fue porque, es obvio, no pudieron incluirla en los trazos del monigote esperpéntico. Tal era aquel mediocre encuevado en la oficina de la hoy difunta Programación y Presupuesto. El, silencioso. Al acecho…
Pues sí, pero válgame, que de repente el dedo presidencial lo designó el nuevo dios sexenal, y helas, ahí el prodigio: de forma automática el cambio, la metamorfosis del gusanillo en crisálida, en mariposa que vuela de flor en flor. Una mariposa negra, mensajera de la muerte. Pero pocos lo querían advertir…
La transfiguración. El pato feo de la fábula, el pelón y orejón objeto de burla, ludibrio y maltratos de los animalillos del bosque (dos que tres liebres, cinco o seis conejos, tres docenas de zorrillos y cientos, miles de cacomixtles), de repente ah, oh uh, se encandilaron con el repentino resplandor: el pato feo se metamorfoseaba en cisne de blanco plumaje y partía plaza por medio estanque, junto al bosque de los pinos. Y ahí fue el clamor de hurras y porras, matracas y chirimías, alabíos y cornetas, pitos y flautas. Salinas, el nuevo dios sexenal. Qué forma de equivocarnos: el pato feo era un cisne blanco…
Helo ahí. El cisne sexenal se cuajaba de bellezas no advertidas un día antes: su alzada de líder, su mística de mesías, su mirada de baqueano, su vocación de estadista. Ah de su verba potente y su fina estampa de prócer, de héroe epónimo, de padre patricio que el cielo nos manda para que salve el país. Y la portentosa transformación de las cámaras fotográficas: qué rostro para el bronce, qué fisonomía para el mármol, Dios. ¿Los caricaturistas? Ellos, por más esfuerzos que hacían en contrario, la vera efigie del cisne les aparecía galán de telenovela Dios, qué manera de mejorar la calidad de las fotos, que reproducían un rostro para la eternidad. Y ahí fue de los hurras, las porras, matracas y chirimías, cornetas y alabíos, pitos y flautas. Ah la metamorfosis del pato feo en el cisne blanco. Es Carlos Salinas. Es México…
Años después el siguiente milagro, y qué extraño: ahí, desde el primer día, el nuevo cisne sexenal, majestuoso, partía plaza en el estanque, y entre dianas, fanfarrias y marchas nupciales se dirigía al bosquecillo de los pinos, y todos los animalejos del bosque aquella ovación mientras le daban tratamiento de rey, de mesías, de baqueano, de adelantado al que los dioses del Olimpo (yunqueros, legionarios de Cristo, cristeros tardíos) habían enviado para salvar el bosque y sus animalitos.Las ovejuelas, aquella admiración, semejante adoración. La baba Sublime. El cisne blanco se dejaba querer…
Pues sí, pero el tiempo pasa, y según se echaban encima los días, las semanas, los meses, ahí la horrible metamorfosis: en el larguirucho animal se iba operando un cambio horroroso: en su blanco plumaje, el cisne real comenzó a denunciar pintas grises, negras, renegridas. Al poco tiempo era su negro plumaje el que mostraba algunos puntitos grises. Después, oh tragedia, su continente de cisne se tornó de pato, y todo era abrir el pico y cuac, cuac, a ventosear disparates que a los monos tihuís causaba hilaridad y a la mayoría de los habitantes del bosque rabia y vergüenza ajena Pero ayuno de decoro como todo mediocre, el pato feo abría el pico y era el escándalo y la burleta del bosque y bosques circunvecinos. Animas que se mude de bosque, cuándo dejará el estanque y se irá a decir sus ganzadas al charco de San Cristóbal…
Hoy, de un nuevo huevo y a la de a huevo, un recién impuesto nada en el estanque (nada de nada), pero qué indefinido; ¿un cisne blanco con facha de pato horroroso? ¿Un pato horrible que quiere hacerse pasar, arropado entre periodistas alquilones, por cisne blanco? Al teclear siento en mi nuca un resuelo ardoroso. Me doy el volteón (un volteón como Dios manda). Y ¿quién creen? «¿Usted? ¿Cómo entró?» Ella, y su perfume dulzón. Ella, que ha estado leyendo esto que redacto. ‘Yo la hacía en su esquina de Insurgentes«, le digo.
– Ay, bigotón tan candido. ¿Aún no calcula qué sea ese que nada en el estanque de los pinos? Pobre de usted. Y me voy, que tengo un cliente esperando, y ya se le queman.
Las habas. Vi alejarse la mini de la Jana Chantal, de día el Tano, vulcanizador de repelos de llantas. (Fin.)
Siempre me ha parecido curioso el hecho de en las encuestas de popularidad los presidentes califquen alto , más sorprendente aún en personalidades grises como la de Zedillo o perniciosas como Salinas , o en la combinación de ambas :gris y perniciosa como la de Calderón , ¿por qué los encuestados siempre son tan generosos con el presidente? Una respuesta fácil es que las encuestas están manipuladas , puede ser , pero yo creo que también influye todo el aparato mediático que usted a descrito en la fabulilla , y tal vez con un añadido , los ecuestados pueden creer que si dicen que el presidente no les es favorable pueden sufrir represalias , quien sabe ,¿no es verdad que aun en las elecciones recientes muchos votantes están convencidos que hay cámaras ocultas en las mamparas que monitorean su voto?