Feli-pillo,
nueve meses,
mucho ruido,
pocas nueces.
Del México de hace un cuarto de siglo al México actual, mis valedores. La distancia que va de uno a otro se puede medir con la distancia que existe entre un José López Portillo y un Felipe Calderón, vale decir: de una abyecta adulación y un aberrante culto a la personalidad al franco repudio, la burleta, la iracundia y el desdén. Percibí esa distancia la tarde de ayer, mientras revisaba mis papeles viejos, y créanme: todo lo que puede cambiar la imagen presidencial en apenas un cuarto de siglo me produjo una mezcla de azoro y temor. Lo que va de López Portillo a uno chaparrito, peloncito, de etc. Aquí el reportaje periodístico fechado en julio de 1981, cuando «Quetzalcóatl«, para los serviles del periodismo, retornaba de un viaje a Washington:
«¡Y Tláloc también quiso recibir a Quetzalcóatl! Se negó a permanecer al margen de la fiesta de bienvenida Desde una hora antes mandó a sus húmedas huestes-enormes nubes, de un fuerte color grisáceo y azulado…
No era para menos. Tláloc quiso decir al Señor Presidente López Portillo que esta vez si quiere participar en el desarrollo del país. Y por eso, desde un poco más de media hora antes del arribo del Presidente, ordenó a sus húmedas huestes que regaran el Valle de México. Pequeñas y débiles gotas empezaron a caer sobre invitados, reporteros, agentes de seguridad, soldados… y el pueblo ¡que había ido a recibir a su Presidente..!
Conforme el tiempo pasaba, él, ese Tláloc tan anhelado, decidió incrementar su lluvia Pero el pueblo también respondió a Tláloc. ¡No cesó de lanzar vivas y porras al Presidente López Portillo! Ni los mariachis callaron. Tampoco lo hizo la marimba que el SNTE había llevado. Los ferrocarrileros y petroleros hacían sonar con más fuerza sus clásicas maracas…
Mientras tanto, los reporteros que cubrirían la llegada del Presidente, corrían de un lado a otro, para realizar las tradicionales entrevistas. No abaraten la mano de obra, decían algunos que no querían más entrevistas. Otros, los rezagados, pedían, suplicaban a sus compañeros: pásame la nota…
Entretanto, la lluvia arreciaba Los ferrocarrileros, previsores, llevaban una enorme caja de donde salieron los impermeables para todo el gremio. No así los reporteros. Venció la lluvia al Derecho a la información. Muchos optaron por dejar en paz las entrevistas. Empapados, se dispersaron en busca de un sitio donde estar a cubierto. Los más avezados se aprovecharon de los pobres ferrocarrileros. Los dejaron sin impermeables… los ¡arrebataron! El tiempo de espera por el Presidente López Portillo se hizo nada…
Cuando las 17:22 horas dieron, las 5 mil personas reunidas en el hangar presidencial lanzaron un grito de admiración. ¡Aparecían entre las húmedas huestes del dios Tláloc el Quetzalcóatl! Siete minutos tardó en aparecer por la pista de carreteo… Por fin, a las 17:32 -27 minutos más tarde de lo previsto, y a quién el importaba-, el Presidente López Portillo hizo su aparición. Con la mano en alto saludó a su pueblo que lo esperaba Y lanzó una mirada al cielo, allá donde el dios Tláloc también le daba la bienvenida…
En respuesta al clarín de órdenes, se rindieron los honores al Jefe de Estado mexicano, con la salva de 21 cañonazos. Inmediatamente después el Presidente López Portillo bajó las escalerillas del avión, seguido por el jefe de estado mayor, Rosa Luz Alegría, Miguel de la Madrid y otros funcionarios. Ya cuando el Presidente López Portillo había llegado hasta los limites de la alfombra roja que había sido colocada al pie de la escalinata, un elemento de fusileros paracaidistas lo invitó a pasar revista a las fuerzas armadas. Con paso firme, el Presidente José López Portillo fue allá, después saludó a los miembros de su gabinete. Las bromas entre los reporteros no se hicieron esperar. Como Tláloc no cesaba muchos funcionarios decidieron taparse con los impermeables. Todos se taparon, decían entre risas los reporteros…
Sólo uno parecía estar feliz con la lluvia El almirante Ricardo Cházaro Lara, secretario de Marina, permanecía sonriente. En cambio, algunos otros ni se veían, pues sólo los ojos tenían al descubierto. Unos 20 minutos después el Presidente José López Portillo abandonó el hangar presidencial a bordo de su Ford Galaxi blanco, que lo llevó a la residencia oficial de Los Pinos…
¡Y Tláloc lo acompañó.!
Púdico o ignorante, el reportero omite que a donde se dirigió López Portillo no fue a la residencia oficial de Los Pinos, sino que en el mismo Galaxi blanco enfiló raudo a Acapulco A la vista de todos. A toda velocidad. A su lado nada menos que la Rosa que era Luz y era Alegría para el «Quetzalcóatl» de pacotilla ¿Y el presidente actual? ¿Y Calderón? (Patético.)
Y yo con estas malditas nauseas, ora si me ha de disculpar pero…¿con qué derecho nos maldice de ese modo? trayendo a presente lo anheladamente, ansiosamente olvidado a fuerza de opio, tele y religión.